Moisés con las tablas de la Ley, c. 1624. Obra de Guido Reni
Óleo sobre lienzo, 173 x 134 cm
Galeria Borghese, Roma. Italia.
El evangelio de hoy nos habla del cumplimiento de la ley, (Mc 5, 17-17).
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. »
Mateo escribe para ayudar las comunidades de judíos convertidos a superar las críticas de los hermanos de raza que los acusaban diciendo: “Ustedes son infieles a la Ley de Moisés”. Jesús mismo había sido acusado de infidelidad a la ley de Dios. Mateo trae la respuesta esclarecedora de Jesús a los que lo acusaban.
Había varias tendencias en las comunidades de los primeros cristianos. Unas pensaban que no era necesario observar las leyes del Antiguo Testamento, pues es la fe en Jesús lo que nos salva y no la observancia de la Ley (Rm 3,21-26). Otros aceptaban a Jesús como Mesías, pero no aceptaban la libertad del Espíritu con que algunas comunidades vivían la presencia de Jesús resucitado. Las comunidades no podían estar contra la Ley, ni podían encerrarse en la observancia de la ley. Al igual que Jesús, debían dar un paso y mostrar, en la práctica, cuál es el objetivo que la ley quiere alcanzar en la vida de las personas, a saber, en la práctica perfecta del amor.
Benedicto XVI en el mensaje para la XXV Jornada de la Juventud de 2010 decía al respecto de la ley y la libertad. La mentalidad actual propone una libertad desvinculada de valores, de reglas, de normas objetivas, y que invita a rechazar todo lo que suponga un límite a los deseos momentáneos. Pero este tipo de propuesta, en lugar de conducir a la verdadera libertad, lleva a la persona a ser esclava de sí misma, de sus deseos inmediatos, de los ídolos como el poder, el dinero, el placer desenfrenado y las seducciones del mundo, haciéndola incapaz de seguir su innata vocación al amor.
Dios nos da los mandamientos porque nos quiere educar en la verdadera libertad, porque quiere construir con nosotros un reino de amor, de justicia y de paz. Escucharlos y ponerlos en práctica no significa alienarse, sino encontrar el auténtico camino de la libertad y del amor, porque los mandamientos no limitan la felicidad, sino que indican cómo encontrarla. Jesús, al principio del diálogo con el joven rico, recuerda que la ley dada por Dios es buena, porque "Dios es bueno".
La gran inquietud del Evangelio de Mateo es mostrar que el AT, (la Ley) Jesús de Nazaret y la vida en el Espíritu Santo, no pueden separarse. Los tres forman parte del mismo y único proyecto de Dios y nos comunican la certeza central de la fe: el Dios de Abrahán está presente en medio de las comunidades por la fe en Jesús de Nazaret que nos manda su Espíritu.
Prestemos atención a las palabras de Jesús que nos dicen: “El que los cumpla y los enseñe…”. Fijémonos que nos dice “cumplir y enseñar”. Es decir, no es suficiente sólo cumplir, no basta predicar. Hay que vivir con coherencia lo que predicamos. La coherencia es la que da vida a nuestro celo apostólico. La coherencia entre la fe y la vida muestra que es posible vivir de modo diverso a la lógica del mundo. Un apasionado y emotivo discurso, un magnífico plan de evangelización, etc., nunca podrán sustituir el mensaje que transmite la vida entera transformada por Cristo. Cristo nos habla de enseñar sus mandamientos. ¡Todo cristiano tiene una vocación misionera! Cada uno está llamado a predicar y enseñar la fe en Jesús a los demás. La base del compromiso misionero está en descubrir el valor de nuestro propio bautismo. Esa es la fuente de donde se saca la energía para dedicarse incondicionalmente a difundir el mensaje de Cristo.
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