Jesús en casa de Marta y María. 1568. Joachim Beuckelaer
Óleo sobre tabla. Medidas: 126 cm x 243 cm.
Museo del Prado. Madrid España.
Leemos en la Eucaristía de este domingo la escena en la que Jesús visita a Marta y María; y mientras que una hermana se afana en el servicio, la otra escucha atenta la palabra del Señor. Sobre ambas formas de estar ante el Señor, pintó esta curiosa obra el flamenco Beuckelaer.
En primer plano se representa una escena cotidiana con una cocina repleta de elementos de naturaleza muerta y dos mujeres en actitud de trabajo. Al fondo, bajo un pórtico, aparece Jesús predicando ante María. Esta historia evangélica es apropiada para resaltar lo espiritual por encima de las cosas materiales.
La abundancia de los objetos del primer plano, que recuerda la opulencia de las clases adineradas flamencas, es superada por la trascendencia del hecho religioso relatado en el último plano. Este recurso rompe con la jerarquía temática tradicional y fue característico de los artistas flamencos del momento, teniendo una gran influencia en la obra temprana de Diego Velázquez.
Beuckelaer combina en esta obra la capacidad realista de representar los objetos, propia del arte nórdico, con el uso de elementos arquitectónicos, como el pórtico, fruto del conocimiento de la teoría artística italiana.
Esta escena pone ante nosotros la disyuntiva entre la vida activa y la vida contemplativa. San Gregorio Magno, en sus Homilías sobre el libro de Ezequiel, lo comenta con las siguientes palabras:
La vida activa consiste en dar pan al hambriento, enseñar la sabiduría al ignorante, corregir al que yerra, reconducir al soberbio al camino de la humildad, cuidar al enfermo, proporcionar a cada cual lo que le conviene y proveer los medios de subsistencia a los que nos han sido confiados.
La vida contemplativa, en cambio, consiste, es verdad, en mantener con toda el alma la caridad de Dios y del prójimo, pero absteniéndose de toda actividad exterior y dejándose invadir por solo el deseo del Creador, de modo que ya no encuentre aliciente en actuar, sino que, descartada cualquier otra preocupación, el alma arda en deseos de ver el rostro de su Creador, hasta el punto de que comienza a soportar con hastío el peso de la carne corruptible y apetecer con todo el dinamismo del deseo unirse a los coros angélicos que entonan himnos, confundirse entre los ciudadanos del cielo y gozarse en la presencia de Dios de la eterna incorrupción.
Buen modelo de estos dos tipos de vida fueron aquellas dos mujeres, a saber, Marta y María, de la cuales una se multiplicaba para dar abasto con el servicio, mientras la otra, sentada a los pies del Señor, escuchaba las palabras de su boca. Como Marta se quejase de que su hermana no se preocupaba de echarle una mano, el Señor le contestó: Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán. Fíjate que no se reprueba la parte de Marta, pero se alaba la de María. Ni se limita a decir que María ha elegido la parte buena, sino la parte mejor, para indicar que también la parte de Marta era buena. Y por qué la parte de María sea la mejor, lo subraya a continuación diciendo: Y no se la quitarán.
En efecto, la vida activa acaba con la muerte. Pues ¿quién puede dar pan al hambriento en la patria eterna, en la que nadie tendrá hambre? ¿Quién puede dar de beber al sediento, si nadie tiene sed? ¿Quién puede enterrar a los muertos, si nadie muere? Por tanto, mientras la vida activa acaba en este mundo, la vida contemplativa, iniciada aquí, se perfecciona en la patria celestial, pues el fuego del amor que aquí comienza a arder, a la vista del Amado, se enardece todavía en su amor.
Así pues, la vida contemplativa no cesará jamás, pues logra precisamente su perfección al apagarse la luz del mundo actual.
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