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jueves, 26 de junio de 2014

Juan Soreda. Martirio de san Pelayo

Martirio de san Pelayo. 1511. Juan Soreda
Óleo sobre tabla. Medidas: 110cm x 85cm.
Parroquia de San Pelayo Mártir. Olivares de Duero

Nos recuerda hoy el Martirologio romano a un joven mártir de la Hispania Cristiana, especialmente venerado en el norte de España: san Pelayo. Fue educado en Tuy por su tío Hermoigio, obispo de Tuy. En 920 acompañaba al obispo y la corte del rey de León en apoyo del reino de Pamplona, que estaba siendo atacado por el califa Abd al-Rahmán III. Tras la derrota en la batalla de Valdejunquera, tío y sobrino fueron apresados. Después de tres años de cautiverio el obispo fue liberado, pero Pelayo quedó como rehén. Se dice que Abd al-Rahmán III le requirió contactos sexuales (le prometía riquezas y honores si renunciaba a la fe cristiana y accedía a las proposiciones del califa), a los que se negó, lo que provocó su tortura y muerte. Por sus reiteradas negativas sufrió martirio, siendo desmembrado mediante tenazas de hierro. Después fue despedazado y sus restos echados al Guadalquivir el 26 de junio del año 925.

Sus restos fueron recogidos piadosamente por los cristianos de Córdoba y enterrados en el cementerio de San Ginés y su cabeza en el de San Cipriano, siendo considerado mártir por la fe y la pureza. En el año 967, bajo el reinado de Ramiro III, los restos mortales de San Pelayo fueron depositados en el monasterio dedicado al santo en León, fundado por su antecesor el rey Sancho I. Entre 984 y 999 su cuerpo se trasladó a Oviedo, siendo finalmente depositado en el monasterio de las monjas benedictinas de San Pelayo de aquella ciudad. Un hueso de uno de sus brazos se venera desde antiguo en el monasterio de monjas benedictinas de San Pelayo de Anteatares de Santiago de Compostela.

Para ilustrar su figura hemos escogido una tabla perteneciente al retablo de la Parroquia de san Pelayo de Olivares de Duero (Valladolid), pintado hacia 1532 y atribuido a Soreda. Compuesto por 51 tablas, en las que se aprecian diversas manos por la intervención del taller, el maestro demuestra en ellas estar al día en lo que a estampas se refiere, empleando junto a los grabados de Lucas van Leyden, Durero o Raimondi, reproducciones de los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, empleadas indiscriminadamente en composiciones que, como las de los profetas y sibilas de la predela, se recortan todavía sobre fondos dorados a la manera de Pedro Berruguete.

Dedicado a San Pelayo, el joven cordobés martirizado por Abderramán III por negarse a satisfacer sus deseos deshonestos, las tablas del primer cuerpo narran la leyenda del santo potenciando el interés por la figura humana y el desnudo masculino, como puede verse en la escena de su tortura, centrada en el cuerpo estlizado y refinado del santo a la vez que se evitan los aspectos más dramáticos. De nuevo el rico repertorio de estampas coleccionado será el que proporcione los modelos para los desnudos, como el del verdugo que se agacha a recoger la cabeza decapitada del santo, tomada de la estampa de David con la cabeza de Goliat.

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