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miércoles, 22 de octubre de 2014

Mateo Cerezo. El juicio de un alma

El juicio de un alma. 1663-1664. Mateo Cerezo
Óleo sobre lienzo. Medidas: 145 cm x 104 cm.
Museo del Prado. Madrid

«¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. 

Leemos en el Evangelio de la Eucaristía de hoy la parábola de los dos siervos, el prudente y el necio, cuyas distintas actitudes sellarán sus respectivos fines, y con la que Jesús quiso llamar a sus discípulos a la vigilancia. En el fondo late la idea del juicio, de tan amplia repercusión en la iconografía cristiana. De hecho, el cuadro que contemplamos, del maestro barroco Mateo Cerezo, incide en este concepto.

El tema del juicio particular del alma tiene sus fuentes en el teatro religioso popular. Aquí el pintor plantea dos planos paralelos y superpuestos, en los que se disponen cinco figuras. El plano superior, con fondos dorados, aludiendo a la divinidad de sus personajes, lo ocupan el Salvador como Juez, en el momento de tomar una decisión, y la Virgen, que ha intercedido ante su Hijo por el mortal. María viste de blanco y marrón, como el hábito del Carmelo, y está adornada con dos de los atributos de la Inmaculada, la corona de estrellas y el creciente de luna a los pies. En el centro de la mitad inferior y sobre un fondo azul con nubes se encuentra el alma juzgada, encarnada por un joven semidesnudo arrodillado que mira hacia arriba de forma suplicante. La figura está flanqueada por Santo Domingo de Guzmán y por San Francisco de Asís, cada uno con el hábito de la orden de la que son fundadores. El santo dominico, a la izquierda, lleva en sus manos el rosario que le fue entregado por la Virgen y que debe aludir a la devoción mariana del alma juzgada, y el franciscano, a la derecha, muestra un pan que puede ser símbolo de su caridad hacia los pobres o probablemente sirva para recordar los méritos del ayuno, que practicó durante su vida en la tierra.

El pintor ha ideado la composición además de en dos planos, superior e inferior, en dos líneas diagonales cruzadas, en cuyos extremos se sitúan los personajes que con sus actitudes contribuyen a subrayar el efecto. El lienzo, de gran calidad pictórica, está realizado con técnica suelta y precisa y rico colorido, y evoca la manera de Carreño, su maestro y colaborador, pero los modelos humanos son los mismos que se repiten en las obras de Cerezo 

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