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lunes, 24 de noviembre de 2014

El Cordero sobre el monte Sión

El Cordero sobre el monte Sión. 1047. Facundo
Iluminación sobre pergamino
Biblioteca Nacional de Madrid


Yo, Juan, miré y en la visión apareció el Cordero de pie sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban grabado en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre.

Este texto del Apocalipsis que leemos en la primera lectura de hoy, nos invita a contemplar una iluminación del Comentario al Apocalipsis de Beato, más en concreto, del Beatro de Fernando I y doña Sancha.

El Beato de Fernando I y doña Sancha fue miniado en el año 1047 por Facundo para los reyes de Castilla y León en cuya biblioteca estuvo hasta su muerte. Los Comentarios al Apocalipsis de Beato de Liébana se copiaron e iluminaron para la mayoría de los monasterios del norte de la península Ibérica entre los siglos X y XI. Sin embargo, el Beato de Facundo es el único (con la posible excepción del Beato de las Huelgas) que fue copiado para los reyes de Castilla y León: Fernando I y doña Sancha. Facundo firmó el manuscrito sólo como scriptor, pero no aparece ningún otro nombre que haga referencia a la iluminación, por lo que el término scriptor es posible que aquí englobe también la soberbia tarea de iluminación del códice.

Sus fastuosas imágenes dan inicio a una de las más prodigiosas tradiciones iconográficas de toda la historia del arte occidental. Los colores violentos del Beato de Facundo, sus dibujos extraños y su atmósfera de ensueño ejercen sobre la imaginación una verdadera tiranía: quien las ha visto una vez, jamás las olvida.

En conjunto, el códice es uno de los más bellos de la miniatura hispana y, por supuesto, de los beatos, tanto por el rigor del dibujo, su sincretismo entre el mantenimiento del pasado y la apertura al presente, el cuidado casi clásico por el orden y la estructura compositiva y el uso del color, capaz de crear unos efectos cromáticos con apariencia de ambientes diversos, siempre de gran elegancia y dotados de una severa solemnidad, diferente a todo lo altomedieval. Además, en ninguno de los beatos abunda tanto el oro como en el Beato de Fernando I.

En la imagen que contemplamos, el Cordero está en pie en el monte Sión y con él los 144.000. Se oye la voz del cielo y enseguida un cántico ante el trono, los ancianos y los seres, que sólo pueden cantar los 144.000, que son vírgenes y siguen al Cordero. Beato participa en sus explicaciones de ese ambiente jubiloso. El Cordero es Cristo y Sión, la especulación o meditación contemplativa (“speculatio contemplationis”). Los 144.000 son los que forman la Iglesia y siguen al Cordero. El canto nuevo es la predicación de Cristo. Si se les llama vírgenes, no es que lo sean físicamente. También son vírgenes los que han mantenido púdicas relaciones con mujeres, esto es, los casados. Habla de los hombres porque son fuertes, no de las mujeres, que no lo son.

Parte del acierto de estas miniaturas reside en el juego de la asimetría y la compensación de masas. Ninguno supera al miniaturista de Fernando I en estos asuntos. El gran arco celeste que separa cielo y tierra atraviesa el folio de derecha a izquierda. Arriba está el tetramorfos, bajo su aspecto teriomórfico (en el Beato de Gerona se encuentran los seres en forma animal), agrupado de dos en dos, marcando los círculos ya conocidos inspirados en el Antiguo Testamento; las restantes figuras son los ancianos.

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