La Crucifixión. 1420-1423. Fra Angelico
Temple y oro sobre tabla. Medidas: 63 cm x 48 cm.
Museo Metropolitano de Nueva York
«Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este. mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.»
Ha llegado la hora en la que el grano de trigo cae en tierra y muere, para dar mucho fruto. Esta imagen que empleó Jesús al final de sus días nos pone sobre aviso, no de su fracaso, sino de su triunfo en la Cruz. La Cruz es el lugar donde al amor de Dios triunfa sobre el pecado humano, y será el camino pascual por el cual el crucificado llegará a la gloria de la Resurrección. La Cruz está envuelta, pues, tanto de dolor como de triunfo. Por eso, los cristianos la adoramos y la reconocemos como nuestro signo salvador.
En la iconografía medieval se representa la Cruz en esta ambivalencia: lugar de dolor pero, también, lugar de la manifestación de la divinidad. Un buen ejemplo es la magnífica tabla del beato Fra Angelico, que contemplamos hoy. Data de los primeros años 1420 y está considerada como una obra temprana. Es una obra de asombrosa invención: el círculo de soldados romanos y sus caballos, cada uno planteado de manera diferente; La madre de Cristo, que se ha desmayado; sus compañeros de duelo (uno en una actitud de forzado escorzo); y la figura de Cristo, que se deriva de un famoso crucifijo tallado por el escultor-arquitecto Brunelleschi. Probablemente fue pensado para la devoción privada.
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