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miércoles, 4 de marzo de 2015

Zurbarán. El martirio de Santiago

Martirio de Santiago. 1640. Francisco de Zurbarán
Óleo sobre lienzo. Medidas: 252 cm x 186 cm.
Museo del Prado. Madrid

La liturgia del segundo miércoles de Cuaresma nos presenta a los hijos del Zebedeo, pidiendo al Señor sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda en la gloria de su Reino; a lo cual, les responde Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?» Contestaron: «Lo somos.» Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.»

Por eso, contemplamos hoy, precisamente, un lienzo de Zurbarán que representa el martirio de Santiago, el primer apóstol en derramar su sangre por confesar a Cristo. Santiago está siendo decapitado por orden de Herodes Agripa, que aparece tras él con turbante. Zurbarán recurrió a fórmulas procedentes de estampas que le sirven para organizar una composición monumental, repleta de detalles magníficos, como la noble cabeza del perro que asoma por la derecha.

Se ha supuesto que formó parte del retablo que Zurbarán se obligó a realizar con Jerónimo Velázquez para la iglesia de Nuestra Señora de la Granada (Llerena). Se comprometieron a realizarlo en dos años y medio, aunque se desconoce si llegaron a cumplir el plazo, ni cuál fue la intervención concreta del pintor. Seguramente realizó también un Resucitado, una Crucifixión y una Virgen en Gloria, que han permanecido en la iglesia hasta hace unas décadas. En cuanto al Martirio de Santiago, la hipótesis sobre su procedencia descansa en su estilo, que concuerda plenamente con el que cultivaba el pintor a finales de los años treinta, y en su iconografía, pues la iglesia de Llerena dependía de la Orden de Santiago. En cualquier caso, se trata de una pintura de notable calidad, realizada en un momento de plenitud del maestro. Narra el momento en que el patrón de España es decapitado por orden de Herodes Agripa, personaje con turbante que aparece tras el Apóstol.

La composición está inspirada en sendas estampas de Anton Wiericx sobre la vida de Santa Catalina, y varios de los detalles -como la espléndida cabeza del perro o el judío que muestra su perfil en el extremo izquierdo- derivan de estampas de Durero. Pero todo ello está traducido al mejor estilo del pintor, que muestra su extraordinaria habilidad para las texturas y su maestría en el empleo de la sombra para crear volúmenes. Ha prescindido de una visión dramática del martirio y ha preferido construir un cuadro -a pesar de su tema- sereno y meditativo mediante una composición muy monumental, emparentable con algunos de los lienzos del altar mayor de la Cartuja de Jerez.

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