Pentecostés. XV. Gil de Siloé
Óleo sobre tabla.
Cartuja de Miraflores. Burgos.
La primera lectura de la Eucaristía de hoy nos presenta uno de los momentos más trascendentales de toda la Historia de la Iglesia: el Concilio de Jerusalén. El tema del debate fue si Cristo es el único camino de salvación, o si es posible mantener la Antigua Alianza como camino de salvación. Es decir, ¿es Cristo el único medio de llegar a Dios?
La respuesta de la primera Iglesia fue clara y nítida: Jesús es el único camino de salvación. Esta respuesta, urgida por el Espíritu Santo, nos lleva hoy a contemplar el Misterio de Pentecostés, es decir, la presencia del Espíritu Santo, en la célebre talle del pentecostés del tambor giratorio del retablo de la Cartuja de Miraflores, esculpido por Gil de Siloé.
Gil de Siloé es una de las máximas figuras de la escultura hispánica, y europea por extensión, del siglo XV, cuando las formas del gótico postrero, hibridadas por las del arte mudéjar y las influencias flamencas de tipo flamígero, dieron origen al estilo gótico isabelino, exclusivo de España, del que Gil de Siloé es representante emblemático. Los nombres por los que es conocido evidencian la confusión que rodea su origen. En algunos documentos se le cita como Gil de Emberres (Amberes), por lo que se cree fuera originario de Flandes1 en otros como Gil de Urlianes, por lo que podría venir de Orleans. El nombre que habitualmente se repite en los documentos es el de Maestre Gil; sólo en algún momento muy concreto se añade la palabra Siloe, y aplicada sobre todo a su hijo Diego. Para algunos era Abraham de Nürenberg a quien trajo a España Alonso de Cartagena, para otros en cambio provenía del mundo de los conversos. En definitiva, estamos ante alguien venido de fuera con un bagage de formación nórdica, donde acusa lo flamenco, aunque en parte tampoco le es ajeno lo germano y aún esto es para algunos discutible, pues imaginan podría ser burgalés hijo de algún oficial que acompañó a Juan de Colonia cuando se asentó en la ciudad.
El retablo de Miraflores aún presenta otra particularidad. Aunque modificado por la reforma del sagrario, queda un hueco en él para un expositor de escenas. La mayoría de los viajeros no se dieron cuenta de su existencia o no le concedieron valor cuando hablaban del retablo, pero Enrique Cock, arquero de la Guardia Real y notario apostólico, en el relato del viaje de Felipe II en 1585, fue más observador. Alababa los sepulcros reales pero se detuvo en el retablo: El retablo es muy lindo de escultura, y en medio de él hay una cosa que se mueve en derredor, y con él, o en él por mejor decir, se pone cada fiesta principal que viene en el año, que está artificialmente hecha la obra y merece ser vista, porque no me acuerdo haber visto cosa semejante.
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