Fernando III el Santo. 1672. Murillo
Óleo sobre lienzo. Medidas: 56 cm x 38 cm.
Museo del Prado. Madrid
Recordamos hoy la santidad de Fernando III, rey de Castilla. Tras su muerte y entierro en la catedral de Sevilla se genera una energía espiritual que atrae a los fieles. El papa Sixto V confirmaría en 1590 que Fernando III poseía el halo de santidad y que merecía el tratamiento de santo, en base al «resplandor alrededor de la cabeza que se da en Roma a los beatificados y la diadema de los canonizados.» Las restricciones del papa Urbano VIII obligaron a demostrar que esta representación realmente era tal y, una vez acreditada, fue posible impulsar el procedimiento a partir de 1649.
Murillo pintó al rey Fernando III el Santo en varias ocasiones. De todas las versiones que hizo, ésta es la de tamaño más reducido, si bien es la única en la que el santo se representa de cuerpo entero. Está en oración, reconcentrado en sí mismo, arrodillado sobre un cojín de terciopelo carmesí, ante un reclinatorio en el que se disponen la corona y el cetro que indican su condición regia. Su iconografía es la habitual, fijada con anterioridad a su subida a los altares en 1672: de mediana edad, con el cabello largo sobre los hombros, vestido con gregüescos, media armadura y manto real de armiño. Unos bellos angelitos, característicos del artista sevillano, descorren un escenográfico cortinaje para mostrar la figura del rey, que aún no lleva el halo de santidad, lo cual podría indicar una fecha inmediatamente anterior a su canonización.
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