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lunes, 14 de septiembre de 2015

Juan de Flandes. Descendimiento de la Cruz

Descendimiento. 1505. Juan de Flandes
Óleo sobre tabla.
Museo Diocesano de Palencia

O crux, ave spes unica! ¡Salve, oh cruz, nuestra única esperanza!

En la cruz se encuentran la miseria del hombre y la misericordia de Dios. Adorar esta misericordia ilimitada es para el hombre el único modo de abrirse al misterio que la cruz revela. La cruz está plantada en la tierra y parece hundir sus raíces en la malicia humana, pero se proyecta hacia lo alto, como un índice que apunta al cielo, un índice que señala la bondad de Dios. Por la cruz de Cristo ha sido vencido el maligno, ha quedado derrotada la muerte, se nos ha transmitido la vida, se nos ha devuelto la esperanza y nos ha sido comunicada la luz. O crux, ave spes unica!

Como Moisés elevó la serpiente en el desierto –dice Jesús–, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. ¿Qué vemos, por tanto, cuando dirigimos la mirada a la cruz donde fue clavado Jesús?. Contemplamos el signo del amor infinito de Dios a la humanidad.

O crux, ave spes unica! San Pablo habla de ella en la Carta a los Filipenses, que acabamos de escuchar. Cristo Jesús no solo se hizo hombre, semejante en todo a los hombres, sino que también tomó la condición de siervo, y se humilló ulteriormente, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

Sí, tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único. Admiramos, asombrados y agradecidos, la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo, que supera todo conocimiento.

En el jardín del Edén, al pie del árbol estaba una mujer, Eva. Seducida por el maligno, se apropia de lo que cree que es la vida divina. En cambio, es un germen de muerte que se introduce en ella. En el Calvario, al pie del árbol de la cruz, estaba otra mujer, María. Dócil al proyecto de Dios, participa íntimamente en la ofrenda que el Hijo hace de sí al Padre para la vida del mundo; y cuando Jesús le encomienda al apóstol san Juan, se convierte en madre de todos los hombres.

Es la Virgen dolorosa, que mañana recordaremos en la liturgia y que vosotros veneráis con tierna devoción como vuestra patrona. A ella le encomiendo el presente y el futuro de la Iglesia y de la nación eslovaca, para que crezca bajo la cruz de Cristo y sepa descubrir siempre y acoger su mensaje de amor y de salvación.

¡Por el misterio de tu cruz y de tu resurrección, sálvanos, oh Señor! Amén.

San Juan Pablo II
Homilía en Bratislava 14-9-2003

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