Giacomo Conti
Parabola del Buen Samaritano
Iglesia de la Medalla Milagrosa - Mesina
Lla liturgia pone ante nuestra consideración la parábola del buen samaritano, el hombre que se compadeció del necesitado, frente a la indiferencia de quienes pasaron de largo. La imagen con la que podemos contemplar esta escena pertenece a un pintor italiano del siglo XIX: Giacomo Conti (1813-1888). Nos presenta al samaritano, curando las heridas del hombre asaltado por los ladrones, al que da la espalda el sacerdote que sube a Jerusalén y pasa de largo ante la desgracia de su prójimo. San Juan Crisóstomo, en su Homilía 10 sobre la Carta a los Hebreos, comenta de este modo este pasaje:
Todo fiel es santo, en la medida en que es fiel; aun cuando viva en el mundo y sea seglar, es santo. Por tanto, si vemos a un hombre del mundo en dificultades, echémosle una mano. Ni debemos mostrarnos obsequiosos únicamente con los que moran en los montes: ciertamente, ellos son santos tanto por la vida como por la fe; los que viven en el mundo son santos por la fe y muchos también por la vida. No suceda que si vemos a un monje en la cárcel, entremos a visitarlo; pero si se trata de un seglar, no entremos: también éste es santo y hermano. Y, ¿qué hacer, me dirás, si es un libertino y un depravado? Escucha a Cristo que dice: No juzguéis y no os juzgarán. Tú hazlo por Dios.
Pero ¿qué es lo que digo? Aunque al que viéramos en apuros fuera un pagano cualquiera, nuestra obligación es ayudarlo; y, para decirlo de una vez, debemos socorrer a todo hombre a quien hubiera ocurrido una desgracia: ¡con mayor razón a un fiel seglar! Oye lo que dice san Pablo: Trabajemos por el bien de todos, especialmente por el de la familia de la fe. De hecho, el que pretende favorecer únicamente a los que viven en soledad y dijere, examinándolos con curiosidad: «Si no es digno, si no es justo, si no hace milagros, no lo ayudo», ya ha quitado a la limosna buena parte de su mérito; más aún, poco a poco le irá quitando hasta ese poco que le resta. Por tanto, es también limosna la que se hace tanto a los pecadores como a los reos. La limosna consiste en esto: en compadecerse no de los que hicieron el bien, sino de los que pecaron. Y para que te convenzas de ello, escucha esta parábola de Cristo.
Dice así: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que después de haberlo molido a palos, lo abandonaron en el camino herido y medio muerto. Por casualidad, un levita pasó por allí y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo; lo mismo hizo un sacerdote: al verlo, pasó de largo. Vino finalmente un samaritano y se interesó por él: le vendó las heridas, las untó con aceite, lo montó sobre su asno, lo llevó a la posada, y dijo al posadero: cuida de él. Y extremando su generosidad, añadió: Yo te daré lo que gastes. Después Jesús preguntó: ¿Cuál de éstos se portó como prójimo? Y el letrado qué contestó: El que practicó la misericordia con él, hubo de oír: anda, pues, y haz tú lo mismo.
Reflexiona sobre el protagonista de la parábola. Jesús no dijo que un judío hizo todo esto con un samaritano, sino que fue un samaritano el que hizo todo aquel derroche de liberalidad. De donde se deduce que debemos atender a todos por igual y no sólo a los de la misma familia en la fe, descuidando a los demás. Así que también tú si vieres que alguien es víctima de una desgracia, no te pares a indagar: tiene él derecho a tu ayuda por el simple hecho de sufrir. Porque si sacas del pozo al asno a punto de ahogarse sin preguntar de quién es, con mayor razón no debe indagarse de quién es aquel hombre: es de Dios, tanto si es griego como si es judío: si es un infiel, tiene necesidad de tu ayuda.
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