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sábado, 28 de noviembre de 2015

Valdés Leal. Inmaculada Concepción

Inmaculada Concepción. 1682. Juan de Valdés Leal
Óleo sobre lienzo. Medidas: 206 cm. x 144 cm.
Museo del Prado. Madrid.

«Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre.»

Este último día del año litúrgico nos invita el Evangelio a huir del pecado para prepararnos al retorno glorioso del Señor. Por eso, hemos escogido este sábado este lienzo de la Inmaculada Concepción, la mujer llena de gracia que venció al pecado.

Vemos a la Virgen de pie, sobre la luna y rodeada de nubes, en una imagen que supone una variación respecto al tipo de representaciones de la Inmaculada predominantes en Sevilla. Mientras que en estas se hace hincapié en el dinamismo y se buscan fórmulas de lectura inmediata y contenido triunfal, esta pintura de Valdés Leal propone una aproximación más reflexiva al tema, que se plantea de una manera más compleja. María no se eleva triunfal al cielo, pues tanto su manto como su lenguaje corporal y su expresión facial rebosan intimidad y recogimiento. Algo parecido ocurre con los ángeles niños, que no revolotean raudos a su alrededor, sino que la rodean sosegados y devotos, portando en sus manos ramas y flores, entre las que se distinguen rosas, azucenas, una espiga de trigo, un ramo de olivo y una palma, todos ellos atributos marianos. En la parte inferior derecha, dos ángeles sostienen un espejo a manera de custodia, en el que vemos al Niño Jesús. Su imagen es resultado del reflejo de un rayo de luz que parte del Trono de la Sabiduría y parece atravesar el cuerpo de la Virgen. La presencia de la Paloma y de Dios Padre, que se inclina solícito hacia María, completa la representación de la Trinidad en esta composición que nos habla de los fundamentos teológicos de la Inmaculada y nos recuerda algunas de las virtudes asociadas a María. Resulta espléndida la manera como Valdés Leal ha utilizado el color para ordenar ese discurso. El cuerpo de María, delicado y sólido, adquiere el protagonismo cromático y formal, y su actitud recogida condiciona el clima emotivo de toda la composición. A su alrededor tanto los ángeles como, sobre todo, la Trinidad componen un entorno más etéreo, y tanto los naranjas del rompimiento de glorias como el azul del cielo disuelven las formas y evitan disputar el protagonismo a la Virgen.

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