La Virgen del caballero de Montesa, 1472-1476. Paolo de San Leocadio
Óleo sobre tabla. 102 cm x 96 cm
Museo del Prado. Madrid
Si ayer celebrábamos el Sagrado Corazón de Jesús, veneramos hoy el inmaculado Corazón de María. Por ella nos llegó la salvación, y su amor de madre nos conduce al amor de Dios.
Hemos escogido una tabla llamada la Virgen del Caballero de Montesa, por el donante que aparece arrodillado ante san Bernardo. Se trata de una de las tablas más significativas en el proceso de introducción de la pintura renacentista en España. Esta controvertida tabla, que ha pasado por sucesivas atribuciones, desde el anónimo Maestro de la Virgen del caballero de Montesa, hasta el pintor emiliano Paolo de San Leocadio (1447-1520), últimamente admitida de forma casi unánime por la crítica, es una pieza esencial para aquilatar el fenómeno de esa influencia italianizante que se produce en la pintura española a fines del siglo XV.
La pintura es una tabla casi cuadrada pintada al óleo que representa a la Virgen con el Niño en el centro, flanqueados a la izquierda por san Benito y a la derecha por san Bernardo y un donante, un caballero perteneciente a la orden de Montesa, todo ello enmarcado por una arquitectura de novedosa composición renacentista abierta en un lateral a un jardín. La estancia responde a una estructura perfectamente construida desde el punto de vista de la perspectiva, como se puede ver tanto en las baldosas blancas y negras del suelo en primer término, en las que el artista se permite incluso una grácil decoración floral, como en la composición con columnas marmóreas rojizas adosadas al muro en el que se abren simétricamente dos ventanas, y en el techo, donde se aprecia el comienzo de lo que parece ser una decoración de casetones.
Toda la obra respira un aire italianizante impensable en un pintor español del último cuarto del siglo XV. La estudiada composición, la volumetría y la anatomía de las figuras, los detalles renacentistas en la arquitectura o en el trono de María, las transparencias y el tratamiento de los tejidos o las carnaciones, apuntan claramente hacia una formación italiana, sólo levemente transgredida por el diminuto canon del donante arrodillado a los pies de un envarado san Bernardo, única concesión a las tradiciones locales.
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