El Salvador, 1610-1614, Domenico Thotocópoli “el Greco”
Óleo sobre lienzo, 100’40 x 80’20 cm
Museo del Greco, Toledo. España
Hoy en el evangelio según san Mateo 5, 13-16, Jesús nos dice que y como debemos ser con unas imágenes muy hermosas y esenciales de la vida, la sal y la luz. Indispensables para la vida cotidiana y el desarrollo de la actividad del hombre, las consideramos insignificantes tantas veces no prestando atención a su verdadera importancia. Dos elementos a los que estamos tan acostumbrados que cuando faltan notamos su ausencia con gran sorpresa. Posiblemente puede ser así nuestra vivencia de fe que, conviviendo con ella a diario, no somos capaces de valorarla y disfrutarla en la medida que se nos da. Es un don y un regalo que debemos poner a disposición y hacer de ésta un gozo para nuestra existencia. Miremos a este Cristo Salvador que hoy nos dice Tu eres la sal y la luz del mundo...
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte; tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero, y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.
Esta obra sigue la tradición bizantina, aunque también utiliza algunos rasgos del arte de la Contrarreforma. La figura remite al Pantocrátor, tema recurrente de la iconografía cristiana medieval que en esta época prebarroca hay que poner en relación con encargos más pequeños destinados a la devoción particular, y que en manos de El Greco, que nos muestra una canónica imagen frontal de Cristo bendiciendo con la mano derecha a la manera griega y apoyando su brazo izquierdo en el globo del mundo, se conforma como una versión mucho más libre y personal, atrapando al espectador gracias a su majestuosidad y a esa penetrante mirada de extremada expresividad.
Este Salvador forma parte de un Apostolado, un ciclo que el pintor repitió varias veces en su vida, uno de los conjuntos más singulares de su producción tardía. Aunque su procedencia no está muy clara y hasta hace poco se creyó que habían pertenecido al Hospital de Santiago de Toledo, desde donde, tras las desamortizaciones, habrían pasado a la iglesia de San Pedro Mártir y de ahí al Museo Provincial que se estableció en el monasterio de San Juan de los Reyes, las últimas investigaciones parecen apuntar a una donación de Manuel Marcelino Rodríguez, cura párroco de la iglesia de San Lucas, al Asilo de Pobres de San Sebastián, fundado en 1834.
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