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domingo, 30 de abril de 2017

Salterio de St. Alban. Cena de los discípulos de Emaús.

Cristo con los Discípulos de Emaús
Psalterio de San Alban - Siglo XII
Biblioteca Capitular de Hildesheim

Contemplamos hoy la escena de la aparición del Resucitado a los discípulos de Emaús. Lo reconocieron en la fracción del pan, después de haberles explicado cuanto a él se refería en las Escrituras. Este momento fue recogido en una ilustración del Salterio de San Alban. Se trata de uno de los mejores libros iluminados del románico inglés. Las iluminaciones eran ilustraciones que se hacían en los códices, escritos completamente a mano y dibujados por artistas para nosotros desconocidos.

San Agustín comenta así esta escena en su sermón 234: Estos días leemos el relato de la resurrección del Señor según los cuatro evangelistas. Y es necesario leerlos a todos, porque cada evangelista por separado no lo dijo todo, sino que lo que uno omite lo dice el otro. Y de tal manera se completan unos a otros, que todos son necesarios.

El evangelista Marcos apenas si esbozó lo que Lucas ha narrado más ampliamente respecto de aquellos dos discípulos, que no eran del grupo de los Doce, y que sin embargo eran discípulos; a los cuales el Señor se apareció cuando iban de camino y se puso a caminar con ellos. Marcos se limita a decir que el Señor se apareció a dos de ellos que iban de viaje; en cambio el evangelista Lucas nos cuenta —como acabamos de escuchar— todo lo que les dijo, lo que les respondió, hasta dónde caminó con ellos y cómo le reconocieron en la fracción del pan.

¿Qué es, hermanos, qué es lo que aquí se debate? Tratamos de afianzarnos en la fe que nos asegura que Cristo, el Señor, ha resucitado. Ya creíamos cuando hemos escuchado el evangelio, y al entrar hoy en esta iglesia éramos ya creyentes; y sin embargo, no sé por qué se oye siempre con gozo lo que nos refresca la memoria. Y ¿cómo no va a alegrarse nuestro corazón desde el momento en que nos parece ser mejores que estos dos que van de camino y a quienes el Señor se aparece? Pues nosotros creemos lo que ellos todavía no creían. Habían perdido la esperanza, mientras que nosotros no abrigamos duda alguna sobre lo que para ellos constituía motivo de duda.

Habían perdido la esperanza porque el Señor había sido crucificado. Así lo dan a entender sus palabras. Cuando Jesús les dijo: ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino, y por qué estáis tristes? Ellos le contestaron: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabe lo que ha pasado allí? El les preguntó: ¿Qué? Preguntaba aun sabiéndolo todo de sí mismo, y es que deseaba estar con ellos. ¿ Qué?, les preguntó. Ellos le contestaron: Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes para que lo crucificaran. Y ya ves, hace tres días que sucedió esto. Nosotros esperábamos... ¿Esperabais? ¿Luego ya no esperáis? ¿A esto se reduce vuestra condición de discípulos? Os supera el ladrón en la cruz. Vosotros habéis olvidado a vuestro Maestro, él reconoció al que, como él, pendía en la cruz.

Nosotros esperábamos... ¿Qué es lo que esperabais? Que él fuera el futuro liberador de Israel. Lo que esperabais y, una vez Cristo crucificado, perdisteis, eso es lo que el ladrón crucificado reconoció. Le dijo, en efecto, al Señor: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Ved que él era el futuro liberador de Israel. Aquella cruz era una escuela. En ella el Maestro adoctrinó al ladrón. El leño del que pendía, se convirtió en cátedra del que enseñaba. Que el que os ha sido restituido, haga renacer la esperanza en vosotros. Como así sucedió.

Con todo, recordad, carísimos, cómo el Señor Jesús quiso ser reconocido al partir el pan por aquellos, cuyos ojos eran incapaces de reconocerlo. Los fieles comprenden lo que quiero decir, pues también ellos reconocen a Cristo en la fracción del pan. Porque no cualquier pan se convierte en el cuerpo de Cristo, sino tan sólo el que recibe la bendición de Cristo.

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