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domingo, 13 de enero de 2013


El Bautismo de Cristo, 1597. Obra de El Greco
Oleo sobre lienzo. 350 x 144 cm. Museo del Prado
En el cap. 42 de Is podemos leer, "Mirad a mi siervo, a quien sostengo; a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En él he puesto mi espíritu, para que haga brillar la justicia en las naciones.
No gritará, no clamará, no voceará por las calles. No romperá la caña resquebrajada, no apagará la mecha aún humeante. Promoverá con firmeza la justicia, no titubeará ni se doblegará hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas." Un siervo que es el Hijo de Dios, como nos dice San Hipólito de Roma, "El Padre de la inmortalidad envió al mundo a su Hijo, Palabra inmortal, que vino a los hombres para lavarlos con el agua y el Espíritu; y, para regenerarnos con la incorruptibilidad del alma y del cuerpo, insufló en nosotros el espíritu de vida y nos vistió con una armadura incorruptible."

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