El regreso del hijo pródigo. 1668. Obra de Murillo
Óleo sobre lienzo. 236x262 cm.
The National Gallery of Art. Washington. USA
El evangelio de hoy nos narra la parábola del hijo prodigo en la que vemos el tema de la reconciliación como parte fundamental de la misericordia del padre y la humildad en el reconocimiento diligente del pecado en el hijo.
San Ambrosio dice al respecto de este texto, "muy oportunamente se dice que volvió en sí, porque se había separado de sí; y el que vuelve a Dios, se vuelve a sí mismo, como el que se separa de Jesucristo también se separa de sí. El hijo que tiene en su corazón el don del Espíritu Santo, no ambiciona el premio mundano, sino que conserva su derecho de heredero. Hay también mercenarios buenos, que son llevados a trabajar a la viña ( Mt 20); pero éstos no se alimentan de algarrobas, sino que abundan en pan.".
Es él mismo quien nos habla de la verdadera reconciliación tras nuestro sincero arrepentimiento, "¡Cuán misericordioso es Aquel que, después de ofendido, no se desdeña de oír el nombre de padre! "He pecado"; ésta es la primera confesión que se hace ante el Autor de la naturaleza, Padre de misericordia y Arbitro de nuestras culpas. Pero aun cuando Dios todo lo sabe, sin embargo, espera oír nuestra confesión, porque la confesión vocal hace la salud ( Rom 10,10), puesto que alivia del peso del error a todo aquel que se carga a sí mismo y evita la vergüenza de la acusación en el que la previene confesando su pecado; en vano querrás engañar a quien nadie engaña. Por tanto, confiesa sin temor lo que sabes que es ya conocido. Confiesa también para que Jesucristo interceda por ti, la Iglesia ruegue por ti y el pueblo llore por ti. No temas no alcanzar gracia; tu Abogado te ofrece el perdón, tu Patrono te ofrece la gracia, tu Testigo te promete la reconciliación con tu piadoso Padre."
La misericordia del Padre se muestra en la acogida de Hijo, "Te sale al encuentro, pues, porque conoce lo que meditas en lo secreto de tu alma; y aun cuando estés lejos sale a recibirte para que nadie te detenga; te abraza también -en el acto de salir al encuentro se indica la presciencia y en el de abrazar la clemencia- y se arroja a tu cuello impulsado por cierto afecto de amor paternal para levantar al que está caído y para encaminar hacia el cielo al que, cargado por sus pecados, se encuentra postrado en la tierra. Quiero más bien ser hijo que oveja; la oveja es encontrada por el pastor, pero el hijo es honrado por su padre."
El cuadro fue pintad para la iglesia del Hospital de la Caridad. Murillo pintó entre 1666 y 1670 «seis jeroglíficos que explican seis de las obras de Misericordia» para la nueva iglesia que, impulsada por Miguel de Mañara, construía la Hermandad de la Caridad, en la que el pintor había ingresado en 1665.
Los «jeroglíficos» allí mencionados, ilustración de las obras de misericordia, pueden identificarse con los seis cuadros de Murillo que, según las descripciones de Antonio Ponz y Juan Agustín Ceán Bermúdez, colgaban de los muros de la nave de la iglesia por debajo de la cornisa, formando otra de las series capitales de la etapa madura del pintor. Cuatro de ellos fueron robados por el mariscal Soult durante la guerra de Independencia y se encuentran actualmente dispersos en diferentes museos, conservándose en su lugar únicamente los dos mayores, de formato apaisado, que se situaban en el crucero. Sus asuntos, relacionado cada uno de ellos con una obra de misericordia, son: La curación del paralítico (Londres, National Gallery), visitar a los enfermos; San Pedro liberado por el ángel (San Petersburgo, Museo del Hermitage), redimir a los cautivos; Multiplicación de los panes y los peces, in situ, dar de comer al hambriento; El regreso del hijo pródigo (Washington, National Gallery of Art), vestir al desnudo; Abraham y los tres ángeles (Ottawa, National Gallery), dar posada al peregrino; y Moisés haciendo brotar el agua de la roca de Horeb, in situ, dar de beber al sediento.
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