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viernes, 5 de septiembre de 2014

José de Ribera. San Pablo

San Pablo. 1630-1635. José de Ribera
Óleo sobre lienzo. Medidas: 75 cm. x 63 cm.
Museo del Prado. Madrid

Para mí, lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor. Así, pues, no juzguéis antes de tiempo: dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá la alabanza de Dios.

Leemos hoy en la Eucaristía este fragmento del capítulo 4º de la Primera Carta a los Corintios, en el que Pablo desahoga su corazón, y nos muestra sus más íntimas convicciones y seguridades, que no están en él mismo, sino en el Señor, que ilumina lo que esconden las tinieblas.

Esta certeza en la mirada introspectiva fue captada con gran acierto por el pintor José Ribera, autor de una galería de retratos de los apóstoles, tema muy popular durante la Contrarreforma. Con ello se pretendía asentar la fe católica, en contraposición a las reformas protestantes, sobre la apostolicidad de la Iglesia. Suelen ser representados los apóstoles de medio cuerpo, sobre fondo neutro y portando sus atributos iconográficos.

Constituían, por una parte, una derivación de los retablos tardomedievales, en cuyos bancos y calles solían representarse santos aislados, de cuerpo entero y medio cuerpo. Pero para entender su presencia y su popularidad hay que acudir también a algunos libros con estampas, que subrayan la idea de serie. La disposición en forma de serie de santos individuales constituía un instrumento de gran valor pedagógico y decorativo, muy apto para integrarse en interiores de carácter religioso. Además, en el caso del Apostolado, todos sus integrantes habían sido objeto de representación figurativa desde los primeros tiempos del arte cristiano, por lo que existía una tradición iconográfica muy codificada que facilitaba su identificación a cualquier fiel. Cada Apóstol estaba asociado a algún objeto concreto, que tenía que ver con su martirio o con su personalidad religiosa; y de muchos de ellos eran ampliamente conocidos algunos hechos relevantes de su biografía.

En el caso de san Pablo, su elemento iconográfico identificativo es la espada, símbolo de la Palabra de Dios que predicó, que es como espada de doble filo. Llama también la atención en este retrato de Ribera la profundidad y serenidad de la mirada del Apóstol, como repitiendo la afirmación de la Carta a los Corintios: No juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor.

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