Adoración de la Trinidad, 1511. Alberto durero
Óleo y temple sobre tabla. 135 x 123 cm
Museo de Historia del Arte. Viena
Celebramos hoy la solemnidad de la Santísima Trinidad. Toda la Iglesia se postra para adorar el misterio de nuestro Dios, revelado por él mismo en la persona del Hijo, de su unidad en la Trinidad. Confesamos un solo Dios, pero el nuestro es un monoteísmo Trinitario, pues la Unidad de la Trinidad encieera en sí el misterio de las tres personas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Por este motivo, hemos escogido una obra de la etapa católica de Durero: el Retablo de Todos los Santos. Se trata de un cuadro encargado por Matthäus Landauer, ejecutado por Durero a la vuelta de su segundo viaje a Venecia. Existe un dibujo preparatorio en el Museo Condé de Chantilly, datada del año 1508, lo que hace pensar que ya había sido contratada por entonces. Tuvo como destino la capilla de Todos los Santos, en Núremberg, que formaba parte del «Hogar de los Doce Hermanos», fundado en 1501, centro de acogida de artesanos arruinados.
Lo mismo que el Martirio de los diez mil (1508), ejecutado en la misma época, esta Adoración de la Trinidad, basa su composición en la multiplicación de personajes, así como en una construcción esférica -copernicana- del espacio.
La obra se articula en dos planos. En el superior, en una figura de óvalo cuya parte de arriba está marcada por la propia forma del retablo, ocupan el centro, de arriba abajo, el Espíritu santo (una paloma), Dios Padre formidable y Jesucristo crucificado. Las figuras son trazadas con monumentalidad. Tanto a su alrededor, como abajo, en formación ligeramente curvada, se encuentran todos los santos en adoración: reyes, cardenales, mártires, héroes y profetas flotan sobre un paisaje de vista panorámica. Esta composición sintetiza de manera sublime el cielo y la tierra», confiriéndole un «carácter visionario anunciador de Altdorfer, Bruegel, Tintoretto y los Maestros del Barroco.
La composición recuerda a La disputa del Sacramento de Rafael que se encuentra en la Stanza della Segnatura del Vaticano, obra que Durero no pudo conocer, dada la fecha en que se comenzó. En realidad, esta interacción entre elementos circulares y geométricos que se ve en ambas obras no es más que una forma «clásica» a la que tendía toda la pintura de la época, partiendo de la pintura renacentista italiana.
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