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viernes, 31 de marzo de 2017

Juan Sánchez. La Crucifixión

La Crucifixión. 1460. Juan Sánchez de Castro
Técnica mixta sobre tabla. 232cm x 120cm
Museo del Prado. Madrid

Clavado en un madero, escarnecido y torturado, expuesto a la burla y sufriendo terribles dolores, murió nuestro Señor Jesucristo, al mediodía del primer Viernes Santo. El cielo se oscureció, pues no quiso iluminar acto tan horrendo: las criaturas matando a su creador. Para sus enemigos fue un completo triunfo. Para los creyentes, encierra este acontecimiento el núcleo central de la misión de Jesucristo en el mundo: el establecimiento de la nueva y eterna alianza entre Dios y el hombre, que en la resurrección comenzará una nueva creación, un nuevo mundo.

Por eso, la Cruz ya no es imagen de escarnio y elogio del fracaso, no es compasión ante el sufrimiento, sino es el instrumento de gloria, el trono real, el cetro del poder de Dios que, paradójicamente, destruye el poder del mundo y del demonio. La Cruz abre el mar Rojo de la muerte, en la que Cristo se sumergió, para salir a la Tierra Santa de la Pascua. La Cruz es nuestra mayor gloria, por más que para el mundo siga siendo signo de escándalo o de necedad.


Por eso, queremos contemplar hoy una Crucifixión que combina la dramática y cruel muerte del Señor, con el fondo dorado del nuevo mundo que Dios inaugura en dicho momento. Lo hacemos con una obra de un autor poco conocido: Juan Sánchez de Castro. Este pintor burgalés encarna la transición entre el estilo internacional en el que se forma y el hispanoflamenco, a cuyos modelos accede transformándolos con su peculiar grafía. Los amplios volúmenes de las figuras, tanto del Crucificado como, sobre todo, de María y Juan,ocupan el primer plano de esta Crucifixión de grandes dimensiones, realizada como obra independiente. De ejecución muy cuidada, la extensa proporción de oro, aplicado en forma de grandes motivos florales, favorece lo decorativo.

miércoles, 29 de marzo de 2017

Jean Provost. Ecce Homo

Ecce Homo. Finales XV. Jan Provost
Óleo sobre tabla. Medidas: 45cm x 30cm
Museo Diocesano de Palencia

Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo, muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicando me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle. 

Son palabras de santa Teresa, procedentes del capítulo 9 del Libro de su Vida. Es una reacción que bien podría haber suscitado esta tabla conservada en el Museo Diocesano de Palencia, atribuida a Jan Provost, procedente de la Parroquia de la Magdalena, de Población de Campos (diócesis de Palencia).

La figura de Cristo transmite serenidad sublime, esperanza y misterio. Como dice el profeta Isaías, sus llagas nos han curado. El Señor fue expuesto por Pilato al populacho, diciendo: Ahí tenéis al hombre. Efectivamente, en la Pasión de Cristo no sólo vemos lo que el hombre es capaz de hacer en su crueldad sino, sobre todo, lo que el hombre nuevo, Cristo redentor, hace en favor de cada uno de nosotros, pecadores.

La reacción orante de santa Teresa en la contemplación de la imagen de Cristo sufriente nos invita, también hoy, a nosotros, a arrepentirnos de cuanto nos aparta de Cristo, quien por nosotros ha sufrido de tal forma.

martes, 28 de marzo de 2017

Diego Velázquez. Cristo contemplado por el alma cristiana.

Cristo contemplado por el alma cristiana. 1628. Diego Velázquez
Óleo sobre lienzo. Medidas: 165cm x 206cm
National Gallery. Londres

Mira, ánima mía, cuál estaría allí aquél mancebo hermoso y vergonzoso... tan maltratado y tan avergonzado y desnudo. Mira cómo aquella carne tan delicada, tan hermosa como una flor de toda carne, es allí por todas partes abierta y despedazada. Esto escribía fray Luis de Granada en el Libro de la Oración y Meditación, y nos puede ayudar a introducir esta obra de Velázquez, que se titula Cristo después de la flagelación contemplado por el alma cristiana.

Se trata de una obra que no describe el acontecimiento de la Flagelación del Señor, sino destinada a la contemplación del orante cristiano para despertar su devoción. Consta de treds personajes: Cristo, desnudo e irradiando luz, que mira de frente al espectador; el ángel de la guarda, y el alma cristiana en forma de niño de rodillas. Tirados en el suelo ante Jesús se encuentran los instrumentos de la flagelación: varias y el flagelo.

El derrumbe de Cristo, su cuerpo desnudo y maltratado y, sobre todo, su mirada llena de ternura, buscan invitar al alma cristiana a la compunción. Ese alma cristiana, en palabras del mismo Jesús, ha de hacerse como un niño para entrar en el Reino de los Cielos. Y el pintor busca este efecto sentimental para mover, precisamente, al alma cristiana, a volver a ser como un niño ante Dios, abandonando su perversidad y recuperando la inocencia, por la que Cristo se deja maltratar.

lunes, 27 de marzo de 2017

Alonso Berruguete. La Oración del Huerto

La Oración del Huerto. 1523. Alonso Berruguete
Madera tallada y plolicromada. Medidas: 130cm x 101cm x 27 cm fondo.
Museo Nacional de Escultura. Valladolid

En el Huerto, tras la Última Cena, nuestro Señor se consagró a la oración: Señor, aparta de mí este caliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya. La actitud de obediencia del Hijo restaura la desobediencia de la que brotó todo pecado humano. Dicha obediencia se fundamenta en la confianza en Dios, que el Hijo nos pone de manifiesto como comienzo de nuestra vida espiritual.

Contemplamos hoy esta escena a través de una escultura que formó parte del antiguo Monasterio de nuestra Señora de la Mejorada, al sur de la provincia de Valladolid. El origen de este Monasterio fue una simple ermita, fundad en 1330 por María Pérez a partir del mejoramiento que obtuvo en una herencia. Fue servida por ermitaños hasta finales del mismo siglo, en que se incorporó a la Orden de San Jernónimo. Favorecido por diversos príncipes, llegó a acumular un sobresaliente patrimonio artístico. Su altar mayor fue tallado por el hijo de un artistas, Pedro Berruguete, cuya obra hemos podido ya contemplar. Se trata de Alonso Berruguete, el mayor genio de la imaginería castellana del Renacimiento.

En este relieve, aparece Cristo arrodillado en un llano de la montaña con las manos unidas, el manto cae dando solemnidad a la figura, es sorprendido por un ángel que porta una cruz y el cáliz, instrumentos de la pasión. 


A sus pies aparecen los tres apóstoles dormidos (Pedro, Juan y Santiago). Las figuras de Pedro y Santiago salen del marco, Pedro se dispone en una postura forzada totalmente girado sobre sí mismo, colocan sus piernas casi de forma simétrica enmarcando la figura de Juan que descansa apaciblemente con la cabeza apoyada sobre su mano. 

La escena tiene lugar en un huerto cercado, sembrado de olivos, los apóstoles están acostados fuera de este recinto al que se accede por una puerta cubierta por un tejadillo que es la que se ve al fondo, por donde en la distancia se percibe la tropa de los guardianes del templo que guiados por el traidor Judas entrarán en este recinto para prender a Cristo. Contrasta la agonía en la oración de Cristo frente a la placidez con que descansan los tres apóstoles.

sábado, 25 de marzo de 2017

Roger van der Weyden. La Anunciación

La Anunciación. 1455. Rogier van der Weyden
Óleo sobre tabla. Medidas: 138 cm x 70 cm.
Pinacoteca Antigua. Munich

Celebramos hoy la Solemnidad de la Anunciación del Señor. Nuevo meses antes de la Navidad, contemplamos el misterio de la Encarnación del Señor, gracias al sí de María. Hemos escogido para esta ocasión la tercera de las tablas, que integra el Tríptico del Altar de Santa Colomba, pintado a mediados del siglo XV por Roger van der Weyden.

María aparece, orante, de rodillas en un reclinatorio, con el libro de la Antigua Alianza. Se le aparece un ángel, vestido con blancas y resplandecientes vestiduras, en el contexto de una rica estancia, con un lecho cubierto por un baldaquín, una de cuyas cortinas está recogida permitiendo la visión del resto de la estancia. Predomina el color rojo del fondo. Delante de ambos personajes, está un jarrón en el que está puesta una azucena, símbolo de la pureza de la Virgen. Por una ventana penetra una rayo de luz, que se dirige hacia María; en este contexto, una paloma que simboliza el Espíritu Santo, alude a la Encarnación del Señor. Del ángel sale un cartela, con la palabras de su salutación Ave Maria. 

viernes, 24 de marzo de 2017

El Greco. Cristo abrazado a la Cruz

Cristo abrazado a la Cruz.1587-1596. El Greco
 Óleo sobre lienzo. Medidas: 66cm x 52,5cm.
Colección Thyssen-Bornemisza. Madrid. España

Nuestro Señor Jesucristo no fue sorprendido por la muerte: aceptó el hecho de poder ser asesinado en obediencia al mandato del Padre de salvar al hombre y ejerciendo un amor sin límites hacia el ser humano, necio y pecador, que rechazaba su salvación. Esta voluntaria aceptación del terrible destino de la Cruz sólo puede comprenderse desde el amor salvador de Dios. Los artistas, especialmente desde El Greco, elevaron este hecho a la categoría de oración: la contemplación del Señor que se abraza a la Cruz, como instrumento de la salvación del hombre, objeto de su amor.

El Greco nos ha dejado bastantes muestras de este tema, que debió encontrar una gran aceptación entre las personas piadosas que se lo solicitaban. hace tiempo contemplamos el Cristo abrazado a la Cruz del Museo del Prado. Hoy, en la misma ciudad, contemplamos el custodiado en la Colección Thyssen. Cristo, en estas representaciones, aparece solo, de pie, de busto o de un poco más de medio cuerpo, cargando con la cruz y con la corona de espinas en su frente, de cuyas heridas brotan gotas de sangre que caen por su rostro y por su cuello. Los fondos pueden ser bien un celaje oscurecido o, como en el caso de la pintura del Museo, una tinta neutra de gran intensidad que resalta la figura y que potencia el tema como una simple imagen para la oración. El episodio, que se inscribe dentro del recorrido que Jesús hizo hasta la cima del Gólgota, se ha identificado con un momento de descanso en el que Cristo elevó su mirada al cielo para entablar un diálogo con el Padre, que concluyó con la aceptación de su sacrificio. El Greco, de esta manera, incide más en los valores relacionados con el espíritu que con los sufrimientos del cuerpo.

Este Cristo abrazando la cruz destaca sobre un fondo negro. De busto, con el cuerpo de frente, inclina su cabeza hacia la derecha, dirigiendo los ojos hacia arriba, mientras la única referencia que queda de la cruz es el trozo del asta que sostiene con una mano.Un factor determinante en estas composiciones son las manos, que, al igual que el rostro del Salvador, sirven para fijar el gesto y para transmitir un mundo emocional y que en esta serie de pinturas con Cristo abrazando la cruz tienen, por su posición y por su simbolismo, un protagonismo especial gracias a su extrema belleza. El Greco dibuja unos dedos largos y delgados, elegantes en sus proporciones, que nos revelan su estructura y que finalizan en unas uñas nacaradas que, como se ha comentado, están modeladas con seguridad y sensibilidad.

jueves, 23 de marzo de 2017

Bartolomé Carducho. La Última Cena

La Última Cena. 1605. Bartolomé Carducho
Óleo sobre lienzo. Medidas: 256 cm x 248 cm.
Museo del Prado. Madrid España.

Volvemos este jueves de Cuaresma a aquel primer Jueves Santo, en el que nuestro Señor celebró el banquete pascual con sus discípulos, y nos dejó el Sacramento de la Eucaristía, el memorial de su Pasión y Resurrección. El Señor entrega su existencia para que nosotros la adquiramos, y no una vida perecedera, sino la eternidad de su amor.

Siguiendo la tradición judía, en la Última Cena Jesús y sus discípulos tomaron cordero asado, pan ázimo -sin levadura-, hierbas amargas y también vino, elemento que falta en esta representación pintada por el florentino Bartolomé Carducho, que vino a España para trabajar en El Escorial junto a su hermano Vicente. Esta obra estuvo en el oratorio de la reina Margarita de Austria en el Alcázar de Madrid, y en ella destaca la importancia concedida al espacio arquitectónico.

miércoles, 22 de marzo de 2017

Leandro Bassano. La Coronación de espinas

La Coronación de espinas. 1590-98. Leandro Bassano
Óleo sobre pizarra. Medidas: 54 x 49 cm 
Museo del Prado. España

La Coronación de espinas es un momento de más sufrimiento moral que físico. El Señor, después de la tremenda tortura de la flagelación, es sentado en medio de la soldadesca, que para burlarse de él, reviste de las insignias reales a quien ha pretendido afirmarse como rey: la coronal (en vez de laurel, como los emperadores, de espinas), y el manto rojo de los magistrados. En lugar de cetro de mando, se le pone entre las manos una vara. Es la hora de las tinieblas: la crueldad humana no se detiene ante el tremendo sufrimiento de quien ha sido torturado. Solo la paciencia de Dios ilumina en la esperanza tan lóbrega escena.

Para ilustrarla, hemos escogido una obra que busca, precisamente, este efecto de tinieblas: la Coronación de espinas de Bassano. La temática de la obra, que invita al creyente a meditar sobre la Pasión, su reducido tamaño, y el dramatismo que supo imprimirle su autor, aprovechando el color de la pizarra para ambientar la escena, apenas iluminada por una antorcha y un brasero, e incluyendo una lágrima prominente en la mejilla de Cristo, justifican su inclusión entre las imágenes de devoción que poseía Felipe II en el oratorio privado del Alcázar de Madrid.

Se inventariaron entonces dos pinturas más sobre pizarra de similares características que había presentado al rey el escultor milanés afincado en España Pompeo Leoni: Cristo camino del Calvario y Expulsión de los mercaderes del Templo. Dadas las similitudes (idéntico tamaño y soporte y marcos de ébano), parece lógico suponer un mismo origen a todas ellas. Las tres estaban cubiertas por una cortina de tafetán, lo que permitía al soberano descubrir sólo la imagen ante la que quería orar en cada ocasión. Finalmente, el inventario advierte que, ya en época de Felipe II, la Coronación estaba hendida y pegada, circunstancias aún visibles y razón por la que sólo se tasó en 50 ducados frente a los 100 de sus compañeras.

martes, 21 de marzo de 2017

Alonso Cano. Visión de san Benito

Visión de San Benito del globo y los tres ángeles. 1658-60. Alonso Cano
Óleo sobre lienzo. Medidas: 166 cm x 123 cm.
Museo del Prado. Madrid España.

Seis días antes de su muerte mandó abrir su sepultura. Muy pronto, atacado por la fiebre, comenzó a fatigarse aquejado de temperatura muy elevada. Como la enfermedad se agravaba de día en día, el sexto se hizo llevar por sus discípulos al oratorio, y allí se preparó para la muerte con la recepción del Cuerpo y la Sangre; de pie, con las manos elevadas al cielo y apoyando sus desfallecidos miembros en las manos de sus discípulos, exhaló el último aliento entre palabras de oración. Conviene hacer notar que, aquel mismo día, dos de sus discípulos, uno que vivía en el monasterio y otro que se hallaba lejos, tuvieron una misma e idéntica revelación. Vieron, en efecto, un camino alfombrado de tapices y resplandeciente de innumerables lámparas, que partiendo de su celda y en dirección al oriente, llegaba hasta el cielo. En su cima le asistía un varón de aspecto venerable y radiante de luz, que les preguntó si sabían qué camino era aquelque estaban contemplando. Ellos le contestaron que lo ignoraban. Él les respondió: «Este es el camino por el cual Benito, el amado del Señor, ha subido al cielo».

Hasta aquí son palabras de san Gregorio Magno, en su Libro de los Diálogos. Se leen hoy en todos los monasterios benedictinos, pues el 21 de marzo celebramos la muerte de san Benito, es decir, su Tránsito a la vida eterna. A tal efecto, hemos seleccionado una obra de la pintura barroca española: la visión de san Benito del globo y los tres ángeles. Poco antes de su muerte, vio san Benito reducido todo el mundo a un rayo de luz, y en este revelación le mostró el Creador del Universo el misterio de su trascendencia.

Esta obra denota las influencias venecianas asimiladas en la corte por Alonso Cano, que construye un cuadro en el que existe una magnífica valoración de la materia pictórica y en el que el color se resuelve a base de tonos cálidos para transmitir la experiencia de la visión. Como instrumento expresivo llega a alterar la ortodoxia anatómica, como se aprecia en los larguísimos dedos del santo, realizados con una gran economía de medios. Pero al mismo tiempo, en el fino y seguro modelado del rostro nos demuestra que es uno de los pintores de su época con un sentido del dibujo más poderoso.

domingo, 19 de marzo de 2017

Ducio. Cristo y la samaritana

Cristo y la samaritana. 1310. Duccio di Buoninsegna
Temple y oro sobre tabla. Medidas: 43,5cm x 46cm.
Colección Thyssen-Bornemisza. Madrid. España

La liturgia del tercer domingo de Cuaresma se centra en la página del Evangelio de san Juan del diálogo de Jesús con la samaritana: Jesús se manifiesta como Dios, que se ofrece a los hombres como agua que nos quita por siempre la sed y como agua que limpia nuestros pecados. Para ilustrar la escena, hemos escogido una obra maestra del Trecento italiano, pintada por Ducio di Buoninsegna.

Esta pequeña tabla formaba parte de la predela de la Maestá, altar encargado a Duccio para el Duomo de Siena. Este gran conjunto fue desmembrado hacia 1771 y, aunque la mayor parte se conserva en el Museo dell'Opera del Duomo (Siena), las otras tablas pasaron a colecciones privadas y museos.

La escena representa a Cristo sentado en el brocal del pozo de Jacob, hacia allí se dirige la samaritana portando un cántaro en la cabeza; la comunicación entre ambos se realiza mediante gestos. A la derecha, un grupo de discípulos observa la escena enmarcados por un fondo arquitectónico -la ciudad de Samaria, llamada Sicar- en un intento de dar profundidad espacial a la pintura. Esta tabla de Duccio es una evidencia temprana de la evolución del arte del Trecento hacia patrones de mayor naturalismo, carácter narrativo y preocupación por el espacio.

San Agustín de Hipona, en su Comentario al Evangelio de san Juan, considera en esa mujer a la Iglesia, que aún no es santa, pero está en camino de serlo. Éstas son sus palabras:

Llega una mujer. Se trata aquí de una figura de la Iglesia, no santa aún, pero sí a punto de serlo; de esto, en efecto, habla nuestra lectura. La mujer llegó sin saber nada, encontró a Jesús, y él se puso a hablar con ella. Veamos cómo y por qué. Llega una mujer de Samaria a sacar agua.

Los samaritanos no tenían nada que ver con los judíos; no eran del pueblo elegido. Y esto ya significa algo: aquella mujer, que representaba a la Iglesia, era una extranjera, porque la Iglesia iba a ser constituida por gente extraña al pueblo de Israel.

Pensemos, pues, que aquí se está hablando ya de nosotros: reconozcámonos en la mujer, y, como incluidos en ella, demos gracias a Dios. La mujer no era más que una figura, no era la realidad; sin embargo, ella sirvió de figura, y luego vino la realidad. Creyó, efectivamente, en aquel que quiso darnos en ella una figura. Llega, pues, a sacar agua.

Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.

Ved cómo se trata aquí de extranjeros: los judíos no querían ni siquiera usar sus vasijas. Y como aquella mujer llevaba una vasija para sacar el agua, se asombró de que un judío le pidiera de beber, pues no acostumbraban a hacer esto los judíos. Pero aquel que le pedía de beber tenía sed, en realidad, de la fe de aquella mujer.

Fíjate en quién era aquel que le pedía de beber: Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirias tú, y él te daría agua viva».

Le pedía de beber, y fue él mismo quien prometió darle el agua. Se presenta como quien tiene indigencia, como quien espera algo, y le promete abundancia, como quien está dispuesto a dar hasta la saciedad. Si conocieras –dice–el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo. A pesar de que no habla aún claramente a la mujer, ya va penetrando, poco a poco, en su corazón y ya la está adoctrinando. ¿Podría encontrarse algo más suave y más bondadoso que esta exhortación? Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirias tú, y él te daría agua viva. ¿De qué agua iba a darle, sino de aquella de la que está escrito: En ti está la fuente viva? Y ¿cómo podrán tener sed los que se nutren de lo sabroso de tu casa?

De manera que le estaba ofreciendo un manjar apetitoso y la saciedad del Espíritu Santo, pero ella no lo acababa de entender; y como no lo entendía, ¿qué respondió? La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Por una parte, su indigencia la forzaba al trabajo, pero, por otra, su debilidad rehuía el trabajo. Ojalá hubiera podido escuchar: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Esto era precisamente lo que Jesús quería darle a entender, para que no se sintiera ya agobiada; pero la mujer aún no lo entendía.

sábado, 18 de marzo de 2017

Murillo. El regreso del hijo pródigo

El regreso del hijo pródigo. 1668. Murillo 
Óleo sobre lienzo. 236x262 cm. 

El evangelio de hoy nos narra la parábola del hijo prodigo en la que vemos el tema de la reconciliación como parte fundamental de la misericordia del padre y la humildad en el reconocimiento diligente del pecado en el hijo. San Ambrosio dice al respecto de este texto, "muy oportunamente se dice que volvió en sí, porque se había separado de sí; y el que vuelve a Dios, se vuelve a sí mismo, como el que se separa de Jesucristo también se separa de sí. El hijo que tiene en su corazón el don del Espíritu Santo, no ambiciona el premio mundano, sino que conserva su derecho de heredero. Hay también mercenarios buenos, que son llevados a trabajar a la viña ( Mt 20); pero éstos no se alimentan de algarrobas, sino que abundan en pan.".

Es él mismo quien nos habla de la verdadera reconciliación tras nuestro sincero arrepentimiento, "¡Cuán misericordioso es Aquel que, después de ofendido, no se desdeña de oír el nombre de padre! "He pecado"; ésta es la primera confesión que se hace ante el Autor de la naturaleza, Padre de misericordia y Arbitro de nuestras culpas. Pero aun cuando Dios todo lo sabe, sin embargo, espera oír nuestra confesión, porque la confesión vocal hace la salud ( Rom 10,10), puesto que alivia del peso del error a todo aquel que se carga a sí mismo y evita la vergüenza de la acusación en el que la previene confesando su pecado; en vano querrás engañar a quien nadie engaña. Por tanto, confiesa sin temor lo que sabes que es ya conocido. Confiesa también para que Jesucristo interceda por ti, la Iglesia ruegue por ti y el pueblo llore por ti. No temas no alcanzar gracia; tu Abogado te ofrece el perdón, tu Patrono te ofrece la gracia, tu Testigo te promete la reconciliación con tu piadoso Padre." 

La misericordia del Padre se muestra en la acogida de Hijo, "Te sale al encuentro, pues, porque conoce lo que meditas en lo secreto de tu alma; y aun cuando estés lejos sale a recibirte para que nadie te detenga; te abraza también -en el acto de salir al encuentro se indica la presciencia y en el de abrazar la clemencia- y se arroja a tu cuello impulsado por cierto afecto de amor paternal para levantar al que está caído y para encaminar hacia el cielo al que, cargado por sus pecados, se encuentra postrado en la tierra. Quiero más bien ser hijo que oveja; la oveja es encontrada por el pastor, pero el hijo es honrado por su padre."

El cuadro fue pintad para la iglesia del Hospital de la Caridad. Murillo pintó entre 1666 y 1670 «seis jeroglíficos que explican seis de las obras de Misericordia» para la nueva iglesia que, impulsada por Miguel de Mañara, construía la Hermandad de la Caridad, en la que el pintor había ingresado en 1665. Los «jeroglíficos» allí mencionados, ilustración de las obras de misericordia, pueden identificarse con los seis cuadros de Murillo que, según las descripciones de Antonio Ponz y Juan Agustín Ceán Bermúdez, colgaban de los muros de la nave de la iglesia por debajo de la cornisa, formando otra de las series capitales de la etapa madura del pintor. Cuatro de ellos fueron robados por el mariscal Soult durante la guerra de Independencia y se encuentran actualmente dispersos en diferentes museos, conservándose en su lugar únicamente los dos mayores, de formato apaisado, que se situaban en el crucero.

martes, 14 de marzo de 2017

Maestro de los Luna. Tríptico de la Flagelación

Tríptico de la Flagelación. 1495. Maestro de los Luna
Óleo sobre tabla. 106 x 120 cm
Museo del Prado. Madrid

Avanzamos hoy en la contemplación del misterio de la Pasión del Señor. Tras su arresto e interrogatorio, fue sometido a la cruel tortura de la flagelación. Golpe a golpe, hubo de sufrir uno de los más cruentos castigos ideados por el hombre, si es que humano puede llamarse quien comete tal atrocidad. Y Jesús lo había asumido, en obediencia al deseo de Dios de redimir a los hombres de tales maldades y atrocidades.

Para contemplar esta escena tan dolorosa, hemos escogido el llamado Tríptico de la Flagelación del Señor, del llamado Maestro de don Álvaro de Luna. En la tabla central, aparece Cristo atado a una columna, con el flagelo romano tirado a sus pies. Al fondo se puede ver la escena de la Crucifixión frente a la ciudad de Jersualén.  Las tablas laterales se dividen en dos registros, ocupando los superiores el asunto de san Benito y san Bernardo enseñando a través de los Evangelios a dos grupos de laicos y cistercienses, respectivamente, mientras que en los inferiores aparecen dos personajes sedentes con un libro sobre las rodillas y un pañuelo para enjugarse las lágrimas, que bien podrían representar a san Pedro y a san Juan. La cronología de esta obra se sitúa en la última década del siglo XV, sin que, de momento, se pueda precisar las circunstancias del encargo ni las que la llevaron hasta las manos de doña Leonor de Mascareñas -dama portuguesa de la emperatriz Isabel, aya de Felipe II y de su hijo el príncipe don Carlos- que la donaría al convento franciscano de Nuestra Señora de los Ángeles.

lunes, 13 de marzo de 2017

Juan de Flandes. La oración del huerto

La Oración del Huerto. 1514-1519. Juan de Flandes
Óleo sobre tabla. 110 x 84 cm
Museo del Prado. Madrid

Durante el tiempo de Cuaresma, además de los textos litúrgicos que nos invitan a la conversión, volvemos también con frecuencia nuestra mirada de fe a los misterios de la Pasión del Señor, que durante la Semana Santa tal vez se agolpan ante nosotros y nos abruman; por eso, con tiempo, podemos ir desgranándolos detenidamente. Hoy contemplamos la Oración del Huerto: después de la Última Cena, Jesús se retira con sus discípulos para orar, en un huerto a las afueras de Jerusalén, donde solía ir en otras ocasiones. Sabe que su Hora está cerca, pero que también esa es la hora de las tinieblas. Estamos, pues, ante dos horas, o dos momentos, o dos situaciones completamente distintas: la hora de la salvación, en la que Dios se entrega a sí mismo para rescatar a la oveja perdida; y la hora tenebrosa en la que el hombre cede a la fuerza del mal y provoca la muerte del justo.

Hemos escogido, nuevamente, una obra de Juan de Flandes, que procede del retablo mayor de la iglesia de San Lázaro de Palencia, y que fue adquirida por el Museo del Prado. Cristo aparece apartado de sus discípulos, arrodillado, en actitud orante, pidiendo al Padre que pase de él el cáliz de amargura que ha de tomar y admitiendo que ha de cumplirse su voluntad. El cáliz, efectivamente, está situado sobre una estructura pétrea. Ajenos al drama que está viviendo Jesús, sus tres discípulos más cercanos (Pedro, Santiago y Juan), han cedido al sopor y, abandonando la oración, duermen. Al fondo se ve cómo Judas guía a los centinelas, que alumbrados por un farol se dirigen en silencio a detener a Jesús. Éste está perfectamente iluminado, a pesar de ser de noche; sin embargo, los que van a obrar el mal, necesitan un farol para iluminar la tiniebla en la que voluntariamente se sumergen.

domingo, 12 de marzo de 2017

Juan de Borgoña. la Transfiguración

Entierro de Cristo. 1509. Juan de Borgoña
Óleo sobre tabla.
Retablo Mayor de la Catedral de Ávila

A comienzos del siglo XVI, Pedro Berruguete trabaja en el grandioso proyecto del Retablo Mayor de la Catedral de Ávila, dedicado al Salvador. Esta advocación se refiere a Cristo en la Transfiguración. Pero, a la muerte del maestro palentino, termina dicho retablo un pintor llamado Juan de Borgoña, un autor de formación también italiana, como su predecesor, que dejará traslucir los nuevos aires del humanismo, por ejemplo, en el desnudo de Cristo descendiendo al Limbo.

La obra que hoy nos ocupa es la Transfiguración, estructurada en dos galería. En la superior, aparece un grandioso Cristo, flanquedado por Moisés, que porta las tablas de la Ley, y el profeta elías. Por debajo, los apóstoles Pedro, Santiago y Juan adoran al Señor, cuya luminosidad divina es representada por un dorado que irradia desde el centro de su persona. La obra es de una serenidad y belleza extraordinaria.

sábado, 11 de marzo de 2017

Juan de Flandes. Entierro de Cristo

Entierro de Cristo. 1506-1519. Juan de Flandes
Óleo sobre tabla.
Retablo Mayor de la Catedral de Palencia

Este sábado primero de Cuaresma nos propone la liturgia el texto del Sermón de la Montaña, en el Evangelio de san Mateo, en el que Jesús afirma que hemos de amar no sólo a quienes nos aman, sino también a nuestros enemigos. Jesús mismo nos dio ejemplo, entregando su vida para salvar a quienes se habían enemistado con Dios y con los hombres, es decir, a todos nosotros. Por eso, vamos al recurrir al mismo autor, Juan de Flandes, para contemplar el misterio del entierro de nuestro Señor Jesucristo.

La obra se encuentra en el retablo mayor de la Catedral de Palencia. Los personajes centrales (Jesús muerto, María, la Magdalena, Nicodemo, José de Aritmatea y el apóstol san Juan), se mezclan con otros personajes y objetos secundarios, como es el perro que en primer plano olfatea el clavo que ha estado clavado en la mano del Señor, símbolo de la fidelidad; o el búho que está asomado en la ventana redonda del fondo, que no sólo alude a la hora de la tarde en la que se verificó el entierro, sino que invita a los creyentes a la actitud de vigilancia, permaneciendo despiertos a la espera del triunfo del Señor en la Resurrección.

Se ha considerado que el personaje situado en el centro de la escena vestido de negro es el propio maestro, por lo que estaríamos hablando de un autorretrato de Juan de Flandes.


viernes, 10 de marzo de 2017

Juan de Flandes. La Crucifixión

La Crucifixión. 1506-1519. Juan de Flandes
Óleo sobre tabla. 123 x 169 cm
Museo del Prado. Madrid

Contemplamos este viernes de Cuaresma el misterio de la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, modelo de suma caridad y, sobre todo, decisión del Creador de redimir a su criatura, abajándose hasta lo impensable.

Para ello, recurrimos a una obra de Juan de Flandes, concebida en principio para la calle central del retablo mayor de la Catedral de Palencia, por encargo del obispo Juan Rodríguez de Fonseca. Esta tabla estaba flanqueada por un Camino del Calvario y un Entierro de Cristo. La Crucifixión permaneció allí hasta el año 1559, cuando fue sustituida por una talla que representaba a San Antolín. Gracias a un inventario realizado en 1668 se sabe que la pintura seguía en la catedral, en la Sala Capitular. En 1944 fue adquirida por Manuel Arburúa. La tabla permaneció en la colección particular de la familia Arburúa hasta que en 2005 fue adquirida por el Museo del Prado.

La perspectiva adoptada por el pintor es la del punto de vista bajo, lo cual, junto con el predominio de las líneas rectas y la monumentalidad del conjunto, lo cerca a la manera de Mantegna y le confiere un aire italiano. El formato apaisado contribuye a que la cruz domine la composición, alrededor de la cual se sitúan los personajes en semicírculo. En el lado izquierdo coloca a la Virgen, el apóstol Juan, María de Cleofás y María Salomé. En el lado derecho, y en primer plano, sitúa a un soldado con armadura, de espaldas. Detrás de la cruz, y en un plano inferior al de los demás personajes, aparecen María Magdalena y dos hombres a caballo. Sobre la plataforma rocosa del primer plano, ante la cruz, el pintor dispone una serie de elementos con valor simbólico: un frasco de ungüento, alusivo a la redención por Cristo del hombre; unas piedras preciosas, que remiten al Paraíso accesible gracias al sacrificio de Jesús; la calavera y los huesos aluden al lugar de la crucifixión, el Gólgota, donde algunas tradiciones situaban también la tumba de Adán. Por otra parte, el paisaje seco, característico de las llanuras castellanas, encierra también alusiones a los textos que cuentan la muerte de Jesús: la nube oscura, las aves, la presencia conjunta del sol y la luna.

jueves, 9 de marzo de 2017

Orante

Orante, s.III. 
Pintura mural

El orante, es representada con los brazos abiertos, símbolo muy representado en las catacumbas como imagen del alma que vive ya en la paz divina. Es un tema iconográfico que en el arte paleocristiano representa personas de frente, con las manos extendidas a lo alto. Un gesto de oración, de plegaria, de súplica. Es una típica posición de oración que se cita ya en algunos textos del Antiguo Testamento. Fue, sin embargo, poco representado en el arte del mundo clásico para quienes ésta era un imagen de la pietas como virtud, (entendida como "sumisión", más que piedad religiosa, es decir, un respeto por el orden natural social, político y religioso, aludiendo también a las ideas de patriotismo y devoción). Después y con este sentido se empezó a representar en los enterramientos paleocristianos. El orante es una de las mas antiguas representaciones del Cristianismo, junto con el pez, el buen pastor y la caridad.

Hoy la liturgia nos presenta la oración de la reina Ester, junto con la confianza que Cristo nos da,  pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá. Textos que hacen ponernos en actitud y posición orante, mirar a lo alto y suplicar con gran humildad:

"Señor mío, único rey nuestro. Protégeme, que estoy sola y no tengo otro defensor fuera de ti, pues yo misma me he expuesto al peligro. Desde mi infancia oí, en el seno de mi familia, cómo tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones, a nuestros padres entre todos sus antepasados, para ser tu heredad perpetua; y les cumpliste lo que habías prometido. Atiende, Señor, muéstrate a nosotros en la tribulación, y dame valor, Señor, rey de los dioses y señor de poderosos. Pon en mi boca un discurso acertado cuando tenga que hablar al león; haz que cambie y aborrezca a nuestro enemigo, para que perezca con todos sus cómplices. A nosotros, líbranos con tu mano; y a mí, que no tengo otro auxilio fuera de ti, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo."

miércoles, 8 de marzo de 2017

La visita de la reina de Saba


La visita de la reina de Saba al rey Salomón, 1559. Obra de Lucas de Heere
Óleo sobre lienzo, 183 x 260 cm
Catedral de san Bavón, Gante, Bélgica

El evangelio de san Lucas que hemos leido hoy dice al respecto de la conversión citando como ejemplo a la reina de Saba. "Cuando sean juzgados los hombres de esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que los condenen; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón."

Tantas veces no dejamos impresionar por los poderes humanos, nos encandilan sus fastos, sus brillos sus éxitos y sus conquistas, su popularidad, su poder e influencia, su dinero y toda la materialidad engañosa que le rodea y dejando nuestros espíritu a merced de este encantanmiento sucumbimos fascinados a sus pies. 

Es, sin embargo, la sabiduría de Dios la que nos ha de atraer y por la que hemos de recorrer largos caminos llenos, tantas veces, de esfuerzo para buscar y encontrar. Como dice la reina del Sur en II Cro 9, 5: "He visto cosas mucho mayores de lo que esperaba y me habían contado"

No han de ser los poderes del mundo los que nos han de decir como actuar y a que o quien nos tenemos que convertir. ¿No buscamos acaso mas que la sabiduría de Dios, el Reino de Dios y su justicia? Cuando sean juzgados los hombres de esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que los condenen; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón, Cristo, el Señor.

El pintor Lucas de Heere pintó, en Gante, por orden del embajador Viglio van Aytta el cuadro "La visita de la reina de Saba al rey Salomón" (I Re 10:1 y II Cron 9:1). Fue especialmente encargado para el cerramiento del coro con ocasión de la celebración en la catedral de San Bavón de Gante del capítulo XXII de la Orden del Toisón de Oro, el último que se haría en esas tierras.

Salomón es representado con los rasgos de Felipe II: rubio, con barba, labio belfo y mentón acusado. El atuendo, corona de laurel incluida, es más bien el de un emperador romano, como el templo que se ve tras él. El trono no deja lugar a dudas de la intención del cuadro: se trata del famoso trono de oro y marfil de Salomón, con dos leones flanqueando sus brazos y seis escalones (I Re 10:19 y II Cron 9:18). La reina de Saba representa en una sutil alegoría a los Países Bajos, que ponen a su disposición todas sus riquezas a cambio de un gobierno justo y sabio.

martes, 7 de marzo de 2017

Francisco Caro. La Santísima Trinidad

La Santísima Trinidad. Siglo XVII. Francisco Caro (atribuida)
Óleo sobre lienzo. 125 x 125 cm
Museo del Prado. Madrid

El Evangelio de la Eucaristía del primer martes de Cuaresma nos cuenta cómo Jesús enseñó a orar a sus discípulos, dejándonos la oración del Padre Nuestro. Jesús no sólo nos dejó una fórmula a repetir, sino que en esta breve oración sintetizó una nueva relación del hombre con Dios, al que puede llamar con verdad Padre, y para quien somos verdaderamente hijos en el Hijo eterno, amén de dejarnos toda una serie de actitudes que impiden que la fe sea una espiritualidad privada.

Para ilustrar este pasaje, hemos escogido una representación de la Santísima Trinidad, atribuida al pintor Francisco Caro. El misterio de las tres divinas personas del único Dios no nos es ajeno, desde el momento en que ha decidido la creación y la redención del género humano. Ambos hechos se muestran en esta obra en la composición triangular, que tiene como centro la esfera del mundo, sostenida por los ángeles y bendecida por la Trinidad. Además, el Hijo porta la la Cruz, donde realizará la obra de la Salvación.

sábado, 4 de marzo de 2017

Caravaggio. La vocación de san Mateo


La Vocación de San Mateo 1601. Michelangelo Merisi da Caravaggio
Óleo sobre lienzo. 338 x 348 cm
Iglesia de San Luis de los Franceses. Roma

Contemplamos hoy una de las obras maestras de Caravaggio, encargada en 1599 para decorar la Capilla Contarelli de las iglesia de San Luis de los Franceses en Roma. En la obra vemos dos planos: uno superior, en el que se ve una ventana, y otro inferior, donde alrededor de la meses se sientan varios personajes. Curiosamente, la luz no entra por la ventana, sino que viene con Cristo, que alza la mano dirigiéndose a Mateo, que esta encorvado sobre sus monedas.

Llama poderosamente la atención la belleza del rostro de Jesucristo, en paralelo con la actitud de Mateo, que hasta entonces solo tiene ojos para el dinero. La obra es un portento de contraste entre luz y tiniebla, e ilustra a la perfección lo que implica ser iluminado por Cristo.

También es muy llamativo el gesto imperativo de Jesús, repetido con sorpresa por uno de los que están sentados a la mesa de los impuestos: ¿cómo puede dirigirse Jesús a una persona tan engolfada en sus asuntos, en sus dineros, en su pecado? A través de este gesto, Caravaggio consigue resaltar la paradoja relatada en el Evangelio: los justos se extrañan de que el profeta ignore la condición pecadora de aquel hombre; en cambio, el Salvador afirma que no ha sido enviado por Dios a salvar a los justos sino, precisamente, a los pecadores. Es aquí donde reluce, en toda su intensidad, la luz divina.

viernes, 3 de marzo de 2017

Mateo Cerezo. Ecce Homo

Ecce Homo. 1663. Mateo Cerezo
Óleo sobre lienzo
Museo de Burgos

La expresión Ecce Homo procede del relato de la Pasión del Evangelio según san Juan. Después de azotarlo y de haber sufrido las burlas de los soldados, que lo han coronado, en vez de con laureles, con espinos; que le han revestido de un manto púrpura de cualquier soldado, no como el emperador de los romanos; y que le han puesto un cetro real en la mano: precisamente, en tan lamentable estado, quiere exponerlo Pilato ante los ojos de los judíos, esperando que en tal estado se darían por contentos y no pedirían más castigo. Por eso, les dijo: ahí tenéis al hombre, como queriendo decir: ahí lo tenéis, suficientemente castigado, desacreditado y puesto en ridículo. Los judíos, sin embargo, no se dieron por satisfechos, y consiguieron la condena a muerte.

En san Juan, la expresión Ecce Homo va mucho más allá de la obvia exposición de Jesús al populacho. En él, Dios encarnado, descubrimos el rostro verdadero del hombre sufriente, redimido solo por el amor de Dios. En ese hombre torturado, que confía hasta el final en Dios, vemos el verdadero rostro del hombre, hasta dónde puede llegar si se deja redimir por el amor de Dios.

Mateo Cerezo, un pintor del barroco español que murió joven, discípulo de Carreño Miranda, de Tiziano y de Van Dick, nos dejó este Ecce Homo conservado en el Museo de Burgos, en el que destaca el rostro extraordinariamente dulce del Señor, que mira a lo alto para encontrarse en el abismo del amor de Dios, por el que sufre la Pasión.

jueves, 2 de marzo de 2017

Maestro de Oña. la oración del Huerto

La Oración del Huerto. Hacia 1510. Fray Alonso de Zamora
Pintura sobre tela de sarga
Museo de Burgos

Al inicio de la Cuaresma, recordamos este primer jueves la Última Cena del Señor y su posterior agonía, orando en el Huerto de los Olivos. La Última Cena fue uno de los momentos más intensos de la vida de Jesús, durante el cual nos explicó el sentido no sólo de su muerte, sino de su entera existencia; y nos dejó el memorial de su Pasión y Resurrección en el Sacramento de la Eucaristía. Pero a dicha celebración pascual tan intensa, siguió el momento de la soledad, del combate entre la confianza en la bondad del Padre y la certeza del fracaso y del dolor según los criterios humanos.

Para ilustrar esta noche de aquel primer Jueves Santo, hemos escogido una rara obra que se conserva en el Museo de Burgos: un a pintura sobre sarga realizada a comienzos del siglo XVI por el Maestro de Oña, el monje fray Alonso de Zamora. Jesús aparece arrodillado, con las manos juntas expresando su oración, y el ángel del Señor que lo conforta.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Maiestas Domini

Maiestas Domini. Finales siglo XI. Autor desconocido
Piedra policromada
Pórtico Sur de la Iglesia Abacial de Conques (Francia)

El Miércoles de Ceniza que hoy celebramos abre las puertas al pueblo cristiano para peregrinar por la Cuaresma y alcanzar, así, el gozo de la Pascua. Caminamos con Cristo hacia la Cruz, confiando en el triunfo de su Resurrección. Hacia él converge nuestra mirada penitente, implorando su misericordia para nuestras faltas y pecados.

Por eso, contemplamos con fe y reverencia a esta obra maestra del Arte Románico: la escultura de la Majestad de Cristo. Se encuentra en el Pórtico Sur de la Iglesia Abacial de Conques. Conserva, en gran medida, su policromía. Representa la escena del Juicio Final según san Mateo: son separados los elegidos, que han practicado la misericordia con sus hermanos, de los réprobos, que ignoraron la suerte de los menesterosos.

Por eso, este tiempo de Cuaresma que iniciamos es tiempo de mirada de fe pero, también, mirada reverencial: el Señor nos ha creado libres, y libres nos quiere salvar, porque el amor, para ser verdadero, ha de ser libre. El riesgo de nuestra libertad es el pecado, que no sólo nos aparta de Dios, sino también de nuestros hermanos y de nosotros mismos. Que esta imagen del Señor en Majestad nos ayude a iniciar el camino Cuaresmal que hoy iniciamos.