Cristo crucificado, 1632. Obra de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez
Óleo sobre lienzo, 248 x 169 cm
Museo del Prado, Madrid. España
Ante esta imagen el evangelio de hoy (Jn 14, 27-31a) me suscita algunos pensamientos. Cristo nos deja la paz, una paz que es diferente a como la da el mundo, una paz que ha de pasar por la cruz y la humillación, una paz que nace de la serenidad del corazón cuando se defiende la Verdad. Cristo nos anima y nos dice, que no tiemble nuestro corazón, que no seamos cobardes que seamos capaces de contestar ante quien nos quier subyugar a su caprichos y hacernos esclavos de sus deseos.
Hoy creemos encontrar la paz acomodándonos en un buen puesto, con buenas condiciones y "calidad de vida" pero, sin embargo, la paz que Cristo nos enseña es, paradojicamente, vista como una guerra, una lucha de contrarios, un nadar contra la corriente que no tiene en la Verdad, que es Cristo, su fundamento. En Mateo 10:34-36 leemos: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa.”
Hemos de ser fieles a la verdad, nos cueste lo que nos cueste, Cristo subió al leño por enfrentarse al mal y así nos liberó de ese mismo mal que nos envuelve y corroe; ¿a quien le gusta estar en la cruz? Tenemos, sin embargo la confianza de que Él nos sostiene en todo ese trance y nuestra conciencia, como la conciencia de tantos mártires, que llegaron a dar la vida por la Verdad, por Cristo, nos fortifica y confirma.
Cristo nos habla del Padre y en éste estamos seguros y a buen recaudo, a pesar de los sufrimientos y los dolores pasajeros del mundo. Vivimos aquí, pero como extranjeros y anhelamos nuestro regreso a la verdadera patria.
El Maestro nos enseña a amar mas la voluntad del Padre que plegarnos a la voluntad del Príncipe del mundo. Incluso en nuestra casa, dice Mateo, encontraremos enemigos, que camuflados tantas veces en pequeños "señoritos" quieren gobernar su señorío a su imagen y semejanza y no a la del evangelio y en plena comunión con la Iglesia de Cristo. Tantos pequeños señores nos quieren encandilar y nos quieren seducir acomodándonos a sus antojos. Por eso debemos estar alertas y saber que hacer, la voluntad del Padre, ésta hará que nuestro retorno a casa sea cierta y segura, a pesar del modo en que lo hagamos. Solo la Verdad nos hará libres, solo a través de la cruz encontrémonos la verdadera serenidad, la paz y la luz.
"La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde.
Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.
Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mi, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago."
(Jn 14, 27-31a)
El comentario que hace la pagina web del Museo del Prado dice con mucho acierto: "Representación serena de un Cristo inerte, apolíneo en sus proporciones y clavado con cuatro clavos, según aconseja el maestro y suegro del pintor, Francisco Pacheco, que pinta en 1614 de modo semejante el mismo tema. Al apoyar los pies en un subpedáneo y eliminarse cualquier referencia espacial, se acentúa la sensación de soledad, silencio y reposo, frente a la idea de tormento de la Pasión."
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde.