Cristo de las Claras. XV. Anónimo
Madera tallada. Largo: 1 metro 40 cms.
Convento de Santa Clara. Palencia.
Este viernes, en el que veneramos la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, nos cuenta la primera lectura de la Eucaristía cómo Israel debía celebrar la Pascua, que entendemos como prefiguración del Misterio de la Muerte y Resurrección del Señor. Por eso, nos vamos hasta la ciudad de Palencia, para contemplar y orar ante la imagen del Cristo de las Claras.
Esta venerada talla de madera de bulto yacente de 1,40 m. de largo, hoy metida en una urna de cristal y situada en una capilla a la que da nombre en el lado del Evangelio (norte) a los pies del templo, junto al coro de las monjas, atesora un rico acervo de mitos y leyendas populares que durante seis siglos ha alimentado su impresionante patetismo. Sus características físicas, con miembros articulados e implantes naturales de uñas de asta de vacuno y pelo humano, y estilísticas, recreándose su anónimo autor en el rictus agónico del rostro y en la profusión de heridas, laceraciones y regueros de sangre, emparentan a este Cristo palentino, formalmente una composición artística mediocre, con otros cristos singulares de la imaginería devocional española (como el igualmente célebre Santísimo Cristo de Burgos, sito en una capilla específica en la Catedral de Burgos, tratándose en este caso de un Crucificado cubierto con faldones), todos los cuales comparten fama milagrera y un origen, según los especialistas, en la Alemania o el Flandes del siglo XIV.
El aura milagrosa del Cristo de las Claras, también llamado de la Buena Muerte, empieza con su mismo descubrimiento. La leyenda tradicional narra su hallazgo, metido en una urna, flotando en el mar Mediterráneo y emitiendo un resplandor sobrenatural, por la flota del almirante Alonso Enríquez en torno a los años 1407-1410, durante la guerra contra los moros marroquíes. El almirante dispuso que la imagen sagrada fuera llevada al pueblo palentino de Palenzuela, donde ejercía señorío, para darle allí culto. Una vez la nave llegó a puerto, fue escoltada por caballeros y soldados para ser conducida a Palenzuela, pero al llegar al pueblo cerrateño de Reinoso, frente al castillo que había servido de monasterio a las monjas Clarisas ahora instaladas en Palencia, se detuvo el animal que portaba el Cristo sin que hubiera forma de hacerle seguir adelante. Los presentes dedujeron ser voluntad divina que la imagen recibiera culto en el Monasterio de Santa Clara de Palencia, lo que quedó confirmado al comprobar que el animal, dejado a su arbitrio, se dirigió con su carga a aquel lugar.
Desde entonces, la tremendista imagen dio lugar a numerosos relatos de prodigios y milagros, algunos más bien tenebrosos. Se cuenta que en 1592 el rey Felipe II, en su visita a Palencia, lo contempló y exclamó: Si no tuviera fe, creyera que este era el mismo cuerpo de Cristo que había padecido al arbitrio de la malicia; pero sé y creo que resucitó y esta es su imagen; pero tan parecida que estando difunto le retrata al vivo. (Felipe II)
Una leyenda remonta a una noche de 1666 la súbita transformación del cuerpo, pasando de tener las manos cruzadas sobre el pecho -pretendidamente, su postura original- a tenerlas extendidas sobre la lauda sepulcral. Relatos como éste alimentaron la creencia supersticiosa en un cuerpo al que le crecían el pelo y las uñas, los cuales serían cortados periódicamente por la misma abadesa del Monasterio, y que correspondería de hecho a una momia humana. A principios del siglo XX el Cristo inspiró a Miguel de Unamuno, que le dedicó un poema. Hasta hace pocos años el Cristo se encontraba en una precaria situación por la mucha suciedad acumulada y la abundancia de desperfectos.
En 2006, una minuciosa labor de limpieza, estudio estructural, análisis químico y restauración integral realizada in situ por Luis Cristóbal Antón, profesor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y responsable también de la restauración del Cristo de Burgos, devolvió a la luz la obra original, perdiéndose en el proceso buena parte de su patetismo rayano en lo siniestro, y despejando las últimas dudas sobre si no se trataría de un cuerpo humano momificado, repintado y cubierto de postizos orgánicos. Tras estudiar sus articulaciones y argollas de sujeción clavadas en la espalda, Cristóbal Antón certificó que la escultura fue creada para ser colgada de una cruz y escenificar el pasaje del Descendimiento. También descubrió un conducto en el torso comunicado con la llaga del costado, por el que probablemente se introduciría vino con el objeto de simular una sangración en el momento del descendimiento, abundando en el realismo del acto religioso.1 El especialista cree que el autor del Cristo palentino es el mismo que el del Cristo de Burgos, y que un tercer Cristo hispano de similares características, el de Finisterre, está estrechamente emparentado con ambos.