El Alma cristiana acepta su cruz. XVII. Anónimo
Óleo sobre lienzo. Medidas: 72 cm. x 58 cm.
Museo del Prado. Madrid
«El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»
Este texto del capítulo 16 del Evangelio según san Mateo que leemos este domingo, nos invita a contemplar esta obra de devoción, pintada por una mano anónima, en el siglo XVII: el alma cristiana acepta su cruz. Una joven coronada de flores, cargada con una cruz sigue los pasos del Redentor, asimismo con el santo madero, por camino sembrado de cruces. Se inspira en meditaciones ascéticas del siglo XVII que en España tuvieron eco en el libro de Gracián, Agudeza y arte de ingenio (Libro LVII): Se elegiría la cruz más pequeña, pero la que da el Señor es la menos pesada.
San Cirilo de Alejandría, en su Libro sobre la adoración en espíritu y en verdad, comenta así este texto:
El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. O lo que es lo mismo: El que quisiera ser discípulo mío que emprenda denodada-mente la misma carrera de sufrimientos que he seguido yo, recorra prácticamente el mismo camino y ámelo: ese tal hallará descanso en mi compañía y gozará de mi intimidad. Esto es efectivamente lo que él pedía para nosotros a Dios Padre, cuando decía: Este es mi deseo: que ellos estén conmigo, donde yo estoy.
Estamos también junto con Cristo de otra manera: cuando caminamos todavía sobre la tierra, pero vivimos no carnal, sino espiritualmente, estableciendo nuestra morada y nuestro descanso en lo que a él le agradare. En el libro de los Números tienes una imagen de esta realidad: Cuando se montó la tienda en el desierto, dice que la nube cubría el santuario; que Dios mandó a los hijos de Israel ponerse en marcha o acampar al ritmo de la nube, respetando diligentemente los tiempos establecidos para la partida. Con lo cual puso en guardia a los tentados de desidia sobre lo peligrosa que era la transgresión de estas normas.
Miremos de penetrar ahora el significado espiritual de esta figura. Tan pronto como se erigió y apareció sobre la tierra el realmente verdadero santuario, es decir, la Iglesia, quedó inundado por la gloria de Cristo, pues no otra cosa significa, a mi juicio, el dato según el cual aquel antiguo santuario fue cubierto por la nube.
Así pues, Cristo inundó la Iglesia con su gloria, con esta salvedad: para los que todavía viven en la ignorancia y el error, envueltos en las tinieblas y en la noche, esta gloria resplandece como fuego, irradiando una iluminación espiritual; en cambio, a los que ya han sido iluminados y en cuyos corazones ha amanecido el día espiritual les proporciona sombra y protección, y los inunda de rocío espiritual, esto es, de los sobrenaturales consuelos del Espíritu. Esto es lo que significa que de noche se aparece en forma de fuego y durante el día en forma de nube. Pues los que todavía eran niños necesitaban ser ilustrados e iluminados, a fin de llegar al conocimiento de Dios; otros, en cambio, situados en un estadio superior e iluminados ya por la fe, estaban faltos de protección y ayuda para soportar animosamente el calor de la presente vida y el peso de la jornada, pues: Todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido.
Por último, cuando se levantaba la nube, se ponía asimismo en marcha el santuario, y simultáneamente lo ha-cían los hijos de Israel: la Iglesia sigue a Cristo por doquier y la santa multitud de los creyentes jamás se aparta del que la llama a la salvación.