sábado, 3 de octubre de 2015

José Moreno Carbonero. Conversión del duque de Gandía

Conversión del duque de Gandía. 1884. José Moreno Carbonero
 Óleo sobre lienzo. Medidas: 315 cm x 500 cm.
Museo del Prado. Madrid

Celebramos hoy la memoria de san Francisco de Borja, el tercer Prepósito General de la Compañía de Jesús. Fue uno de los hombres más prominentes en la Monarquía Católica. A la muerte de la emperatriz Isabel, Carlos I se retiró al Monasterio de Santa María de la Sisla, encargando a su hijo Felipe la presidencia de la comitiva que trasladó el cadáver de la Emperatriz desde Toledo a Granada, para ser enterrada en la Capilla Real. Dirigió la comitiva Francisco de Borja como caballerizo de la Emperatriz. A la llegada a Granada, donde se debía depositar el cadáver, al serle pedido a los monteros de Espinosa abrir el ataúd en que la llevaban sin separarse nunca ni aún al sueño, y para dar fe del hecho al entregarlo a los monjes que debían sepultarla, y al verla tan alterada en descomposición avanzada por los días de marcha y el calor de la primavera, fue pedido a Francisco allí presente su testimonio también. En ese momento, al contemplar el descompuesto cuerpo de Isabel, Borja, entre lágrimas, pronunció la célebre frase No puedo jurar que esta sea la emperatriz, pero sí juro que es su cadáver el que aquí ponemos ... juro también no más servir a señor que se me pueda morir. Tras esto, decidió optar por la vida religiosa y al enviudar de Leonor de Castro, dama portuguesa de la emperatriz, ingresó en la Compañía de Jesús, donde alcanzó la santidad.

La visión melodramática con que el pintor abordó el cuadro está reforzada por las actitudes de otros personajes, como el niño horrorizado, quizás ante su primer contacto con la muerte, o la dama que desolada se cubre la cara con las manos. 

La blancura del féretro, ropas mortuorias y catafalco captan la luz que penetra desde la izquierda, dejando en penumbra el fondo de la estancia. Con este recurso el pintor logra plenamente la intensidad y el dramatismo buscado. El perfecto dominio del dibujo junto a la reproducción táctil de las distintas calidades de las superficies son los elementos más destacables de la obra del artista, quien, gracias a la utilización de pinceladas jugosas y sueltas, recuerda lo mejor de la pintura barroca española. 

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