jueves, 23 de noviembre de 2017

Correa del Vivar. San Clemente

San Clemente. 1540. Juan Correa de Vivar
Óleo sobre tabla. Medidas: 93 cm x 40 cm.
Museo del Prado. Madrid

Celebramos hoy la memora de san Clemente. Bajo este nombre coinciden tres aspectos, y no sabemos si se refieren a la misma persona. Por una parte, alude a un noble romano, emparentado con la familia imperial, Clemente Flavio, que sería el primer personaje importante convertido al cristianismo. Por otra parte, tenemos al autor de la Carta a los Corintios, que sería el tercer papa, es decir, el tercer obispo de Roma. Por último, tenemos a uno de los colaboradores de san Pablo, citado en sus propias cartas.

La leyenda sobre su persona alude al destierro con el que fue castigado, muriendo al ser arrojado al mar Negro con un ancla al cuello. Milagrosamente las aguas se habrían retirado, apareciendo una capilla donde estaban las reliquias del santo.

La propagación de su culto se debe a los santos Cirilo y Metodio, que en el año 867 trasladaron sus restos a Roma. Se le representa siempre de pontifical, como en esta obra, en la que viste alba, estola y capa pluvial de color rojo y forro verde con orla y broche de pedrería, que cruza por delante y sujeta bajo el brazo. Va nimbado con una fina aureola circular y cubre su cabeza con la tiara papal de triple corona, de la que cuelgan las ínfulas. En las manos, enguantadas, luce sendos anillos de oro y rubíes; bendice con la derecha y porta en la izquierda una cruz patriarcal de triple travesaño. No le acompañan en esta ocasión ninguno de sus atributos característicos, con los que suele aparecer a partir de la Edad Media, que son el ancla, símbolo del martirio, una capilla rodeada de agua, en recuerdo de la que le construyeron los ángeles en el fondo del mar, y un Agnus Dei, en referencia a uno de sus milagros. El santo está efigiado de pie, en posición frontal, sobre un suelo terroso. Al fondo se divisa un paisaje montañoso con una ciudad de edificios clásicos de planta circular y poligonal, a la manera habitual del pintor. La composición remata en semicírculo; las enjutas no van decoradas y en origen irían cubiertas. La figura está dotada de cierto carácter escultórico. Su marcada frontalidad se ve compensada por el suave movimiento del cuerpo y los plegados de sus vestiduras, por la disposición en diagonal de sus brazos, en línea con la estola cruzada, y por la leve desviación lateral de su mirada

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