lunes, 17 de junio de 2013

Mártires Claretianos de Barabastro

Martires Claretianos de Barbastro, c. 1992. Obra de Pedro Beruete
Óleo sobre lienzo
Museo de los P.P. Claretianos. Barbastro, España

Cuando hoy leía las lecturas de la misa, no podía dejar de pensar en tantos como han hecho vida estas palabras a través del tiempo y sobre todo, después de la película, Un Dios Prohibido, que vi ayer donde trata el tema del martirio y la entrega total a Dios, donde el triunfo de la fe y del amor superan toda barbárica afrenta. 

San Pablo en su segunda carta a los Corintios  6, 2-10  dice: 

Para no poner en ridículo nuestro ministerio, nunca damos a nadie motivo de escándalo; al contrario, continuamente damos prueba de que somos ministros de Dios con lo mucho que pasamos: luchas, infortunios, apuros, golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer; procedemos con limpieza, saber, paciencia y amabilidad, con dones del Espíritu y amor sincero, llevando la palabra de la verdad y la fuerza de Dios.
Con la derecha y con la izquierda empuñamos las armas de la justicia, a través de honra y afrenta, de mala y buena fama. Somos los impostores que dicen la verdad, los desconocidos conocidos de sobra, los moribundos que están bien vivos, los penados nunca ajusticiados, los afligidos siempre alegres, los pobretones que enriquecen a muchos, los necesitados que todo lo poseen.

Jesús hoy dice en el evangelio de san Mateo 5, 38-42:

Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente". Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas.

domingo, 16 de junio de 2013

Cristo en casa de Simón


Cristo en casa de Simón, 1737. Obra de Pierre Subleyras
Óleo sobre lienzo,  51 x 122 cm

Un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. ¡Oh gracia inenarrable!, ¡oh inefable bondad! El es médico y cura todas las enfermedades, para ser útil a todos: buenos y malos, ingratos y agradecidos. Por lo cual, invitado ahora por un fariseo, entra en aquella casa hasta el momento repleta de males. Dondequiera que moraba un fariseo, allí había un antro de maldad, una cueva de pecadores, el aposento de la arrogancia. Pero aunque la casa de aquel fariseo reuniese todas estas condiciones, el Señor no desdeñó aceptar la invitación. Y con razón.

Accede prontamente a la invitación del fariseo, y lo hace con delicadeza, sin reprocharle su conducta: en primer lugar, porque quería santificar a los invitados, y también al anfitrión, a su familia y la misma esplendidez de los manjares; en segundo lugar, acepta la invitación del fariseo porque sabía que iba a acudir una meretriz y había de hacer ostensión de su férvido y ardiente anhelo de conversión, para que, deplorando ella sus pecados en presencia de los letrados y los fariseos, le brindara oportunidad de enseñarles a ellos cómo hay que aplacar a Dios con lágrimas por los pecados cometidos.

Y una mujer de la ciudad, una pecadora dice, colocándose detrás, junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas. Alabemos, pues, a esta mujer que se ha granjeado el aplauso de todo el mundo. Tocó aquellos pies inmaculados, compartiendo con Juan el cuerpo de Cristo. Aquél, efectivamente, se apoyó sobre el pecho, de donde sacó la doctrina divina; ésta, en cambio, se abrazó a aquellos pies que por nosotros recorrían los caminos de la vida.

Por su parte, Cristo que no se pronuncia sobre el pecado, pero alaba la penitencia; que no castiga el pasado, sino que sondea el porvenir, haciendo caso omiso de las maldades pasadas, honra a la mujer, encomia su conversión, justifica sus lágrimas y premia su buen propósito; en cambio, el fariseo, al ver el milagro queda desconcertado y, trabajado por la envidia, se niega a admitir la conversión de aquella mujer: más aún, se desata en improperios contra la que así honraba al Señor, arroja el descrédito contra la dignidad del que era honrado, tachándolo de ignorante: Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que le está tocando.

Jesús, tomando la palabra, se dirige al fariseo enfrascado en tal tipo de murmuraciones: Simón, tengo algo que decirte. ¡Oh gracia inefable!, ¡oh inenarrable bondad! Dios y el hombre dialogan: Cristo plantea un problema y traza una norma de bondad, para vencer la maldad del fariseo. El respondió: Dímelo, maestro. Un prestamista tenía dos deudores. Fíjate en la sabiduría de Dios: ni siquiera nombra a la mujer, para que el fariseo no falsee intencionadamente la respuesta. Uno dice le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, les perdonó a los dos. Perdonó a los que no tenían, no a los que no querían: una cosa es no tener y otra muy distinta no querer. Un ejemplo: Dios no nos pide otra cosa que la conversión: por eso quiere que estemos siempre alegres y nos demos prisa en acudir a la penitencia. Ahora bien, si teniendo voluntad de convertirnos, la multitud de nuestros pecados pone de manifiesto lo inadecuado de nuestro arrepentimiento, no porque no queremos sino porque no podemos, entonces nos perdona la deuda. Como no tenían con qué pagar, les perdonó a los dos.

¿Cuál de los dos lo amará más? Simón contestó: Supongo que aquel a quien le perdonó más. Jesús le dijo: Has juzgado rectamente. Y volviéndose a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer pecadora, a la que tú rechazas y a la que yo acojo? Desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados. Porque tú, al recibirme como invitado, no me honraste con un beso, no me perfumaste con ungüento; ésta, en cambio, que impetró el olvido de sus muchos pecados, me ha hecho los honores hasta con sus lágrimas.

Por tanto, todos los aquí presentes, imitad lo que habéis oído y emulad el llanto de esta meretriz. Lavaos el cuerpo no con el agua, sino con las lágrimas; no os vistáis el manto de seda, sino la incontaminada túnica de la continencia, para que consigáis idéntica gloria, dando gracias al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él la gloria, el honor y la adoración, con el Padre y el Espíritu Santo ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Anfiloquio de Iconio, Homilía sobre la mujer pecadora (PG 61, 745-751)

sábado, 15 de junio de 2013

Cristo en la cruz


Cristo en la cruz entre las dos Marias y san Juan. c. 1588. Obra de "El Greco"
Óleo sobre lienzo, 120 x 80 cm
National Gallery, Atenas. Grecia

En la segunda carta de san Pablo a los Corintios (5, 14-21) Pablo nos habla del gran amor con que cristo nos ha redimido. Un amor que nos lleva a vivir en él de una vez para siempre y no morir jamas. Este amor nos ha reconciliado no solo con Dios mismo sino con todo nuestro prójimo, ya que es Cristo quien vive en nosotros y su amor el que hace nuevas todas las cosas.

El Espíritu es ahora el medidor de nuestras relaciones y acciones. Somos hombres nuevos por Cristo, somos criaturas nuevas reconciliadas en el amor de Cristo quien en la Cruz nos ha reconciliado y encargado reconciliar. Él ha sido el primero en todo y en esto debemos también seguir su ejemplo. Si Dios no nos exigía nada al darnos a su Hijo unigénito, cuanto mas nosotros no debemos exigirlas a nuestros hermanos, sino al contrario, darnos como se dio Cristo y ser reflejo y fieles testimonios de ese amor reconciliador. Lo viejo a pasado lo nuevo ha venido por el sacrificio de la Cruz y se ha abierto para todos nosotros la puerta de la justificación por el testimonio redentor. “Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos”.

San Pablo se sabía plenamente amado por Jesucristo y esa conciencia transformó totalmente su existencia, y pasó de ser perseguidor de cristianos a consagrar su vida y todas sus energías al apostolado. Él abre ante nosotros un horizonte más grande, unirnos a su deseo de salvación de todos los hombres. De hacer las cosas para que el amor de Dios llegue a más personas y alcance a todo el mundo. Id y bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, reconciliad a todos con Dios en Crsito Jesús.

Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron.
Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.
Por tanto, no valoramos a nadie según la carne.
Si alguna vez juzgamos a Cristo según la carne, ahora ya no.
El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado.
Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de la reconciliación.
Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación.
Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio.
En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.
Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios.




viernes, 14 de junio de 2013

Exaltación de la Cruz


Exaltación de la Cruz, ca. 1605. Obra de Adam Elsheimer
Óleo sobre cobre, 48,5 x 36 cm

Leyendo hoy la carta a los Corintios me venia a la mente esta imagen en la que el signo de la cruz esta presente ante todos aquellos que lo han testimoniado. Todos han sido conscientes de su fragilidad y del gran tesoro que portaban y repartían, han pasado por difíciles situaciones y sufrido tormentos por repartir y enseñar ese tesoro. Todos ellos eran conscientes de que una fuerza superior, la de Dios los sostenía. Cristo se manifestaba a través de ellos, de sus muertes y dolores. Su vida era un transparentar al Maestro quien con su muerte entrego la vida. Creyeron, hablaron y vivieron, por siempre, bajo el signo poderoso de la salvación, la Cruz de nuestro Señor Jesucristo.

Pablo dice así: El tesoro del ministerio lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros.
Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y por todas partes, llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Así, la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros.
Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros.
Todo es para vuestro bien. Cuantos más reciban la gracia, mayor será el agradecimiento, para gloria de Dios.

jueves, 13 de junio de 2013

San Antonio


Visión de San Antonio de Padua, 1660-1662, Obra de Alonso Cano.  
Óleo sobre lienzo, 136 x 111 cm. 
Convento del Ángel Custodio, Granada. España

Hoy celebra la Iglesia a san Antonio, que nació en Lisboa (Portugal) en 1195 y murió en Pádua (Italia) en 1231, de allí que lo llamen de Antonio de Pádua o de Lisboa. En su bautizo recibió el nombre de Fernando de Bulhoes y Tavieira de Azevedo. Joven, ingresó en la Orden de los Conegos Regulares Agustinos e hizo sus estudios superiores: Derecho Canónico, Ciencias, Filosofía y Teología en el Monasterio de Santa Cruz de Coimbra.

Conoció los cinco monjes franciscanos (Bernardo de Corbio, Pedro de S. Germiniano, Otao, Adjuto y Acurcio). Instalados en el Convento de Santo Antao, en los Olivares, cerca de Coimbra, los cuales partieron en misión para Marruecos. En 1219/20 Fernando es ordenado sacerdote.

Ese mismo año llegan a Coimbra las reliquias do los Santos Mártires de Marruecos. Fernando cambia el hábito de Conónigo de San Agustín por el de fraile franciscano, toma entonces el nombre de Antonio, recordando al patriarca de los monjes egipcios y porque a él estaba dedicada la casa de los frailes menores a la cual ingresaba.

Embarcó para evangelizar los moros en Marruecos pero, llegando allá, una enfermedad lo obligó a regresar a Portugal, en el viaje de regreso una tempestad llevó el barco hasta Sicilia, donde se quedó en el convento franciscano de Messina y se dirigió rumbo a Asís, con el fin de asistir al Capitulo General de la Orden, del que forma parte San Francisco, el santo fundador de la orden. De allí, se retiró para Eremitorio del Monte-Paulo, un pequeño convento de la Romaña italiana. El 19 de marzo de 1222, en un acto de ordenación, pronuncia un sermón memorable y se revela un gran orador sagrado.

Es consignado al oficio de orador el cual ejerce en la Romaña, contra las herejías de los Cataros, Patarinos y Valdenses. A finales de 1223 San Francisco lo designa como Lector de Teología en Boloña. En 1224 es enviado a Francia, para luchar contra las herejías de los Albigenses. Actúa, primero en Montpellier. Después del Pentecostés, pregona en Tolosa. En septiembre de 1225 es nombrado Guardián del Convento de Puy-en-Velay. En 1226 es elegido por los frailes, Custodio de la Provincia de Limoges. En ese mismo año muere San Francisco. En 1227 pregona en Rimini. En 1231 hace notables y concurridísimos sermones de la Cuaresma. 

Después de la Pascua de 1231, Antonio se retiró a la localidad de Camposampiero, pero decidió retornar a Padua poco después. Ya en las proximidades de Padua, se detuvo en el convento de Arcella donde murió prematuramente cuando todavía no alcanzaba la edad de treinta y seis años.

Es solemnemente canonizado el 30 de mayo (fiesta del Espíritu Santo), por el Papa Gregorio IX, en la catedral de Epoleto.

Iconográficamente san Antonio es representado como un joven imberbe con amplia tonsura monacal; es representado con el hábito de su Orden Franciscana, (de color marrón, pero también puede ser grisaceo, como vistieron algunas  comunidades franciscanas hasta finales del siglo XVIII y XIX), en algunos casos puede llevar capa corta.

El hábito es cinturado con un cordón con los tres nudos que simbolizan la consagración a Dios como religioso franciscano, por los votos de obediencia, pobreza y castidad, del cual por lo general, penden unos rosarios. El Santo calza sandalias.

El santo en pié o de rosillas aparece con el Niño Jesús, el cual puede estar en pié o sentado sobre él o sobre un libro. 

Entre los elementos iconográficos más usuales de San Antonio podemos mencionar: El Niño Jesús, el libro, la Cruz, los Lirios y el Pan, en la pintura se pueden encontrar representaciones de San Antonio y sus milagros como por ejemplo: Los Peces escuchando el Sermón, el Burro arrodillado ante la hostia y como en el caso que nos ocupa, San Antonio y la Virgen María.




miércoles, 12 de junio de 2013

Moisés con las tablas de la Ley


Moisés con las tablas de la Ley, c. 1624.  Obra de Guido Reni
Óleo sobre lienzo, 173 x 134 cm
Galeria Borghese, Roma. Italia.

El evangelio de hoy nos habla del cumplimiento de la ley, (Mc 5, 17-17).

«No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. »

Mateo escribe para ayudar las comunidades de judíos convertidos a superar las críticas de los hermanos de raza que los acusaban diciendo: “Ustedes son infieles a la Ley de Moisés”. Jesús mismo había sido acusado de infidelidad a la ley de Dios. Mateo trae la respuesta esclarecedora de Jesús a los que lo acusaban. 

Había varias tendencias en las comunidades de los primeros cristianos. Unas pensaban que no era necesario observar las leyes del Antiguo Testamento, pues es la fe en Jesús lo que nos salva y no la observancia de la Ley (Rm 3,21-26). Otros aceptaban a Jesús como Mesías, pero no aceptaban la libertad del Espíritu con que algunas comunidades vivían la presencia de Jesús resucitado. Las comunidades no podían estar contra la Ley, ni podían encerrarse en la observancia de la ley. Al igual que Jesús, debían dar un paso y mostrar, en la práctica, cuál es el objetivo que la ley quiere alcanzar en la vida de las personas, a saber, en la práctica perfecta del amor. 

Benedicto XVI en el mensaje para la XXV Jornada de la Juventud de 2010 decía al respecto de la ley y la libertad. La mentalidad actual propone una libertad desvinculada de valores, de reglas, de normas objetivas, y que invita a rechazar todo lo que suponga un límite a los deseos momentáneos. Pero este tipo de propuesta, en lugar de conducir a la verdadera libertad, lleva a la persona a ser esclava de sí misma, de sus deseos inmediatos, de los ídolos como el poder, el dinero, el placer desenfrenado y las seducciones del mundo, haciéndola incapaz de seguir su innata vocación al amor.
Dios nos da los mandamientos porque nos quiere educar en la verdadera libertad, porque quiere construir con nosotros un reino de amor, de justicia y de paz. Escucharlos y ponerlos en práctica no significa alienarse, sino encontrar el auténtico camino de la libertad y del amor, porque los mandamientos no limitan la felicidad, sino que indican cómo encontrarla. Jesús, al principio del diálogo con el joven rico, recuerda que la ley dada por Dios es buena, porque "Dios es bueno". 

La gran inquietud del Evangelio de Mateo es mostrar que el AT, (la Ley) Jesús de Nazaret y la vida en el Espíritu Santo, no pueden separarse. Los tres forman parte del mismo y único proyecto de Dios y nos comunican la certeza central de la fe: el Dios de Abrahán está presente en medio de las comunidades por la fe en Jesús de Nazaret que nos manda su Espíritu.

Prestemos atención a las palabras de Jesús que nos dicen: “El que los cumpla y los enseñe…”. Fijémonos que nos dice “cumplir y enseñar”. Es decir, no es suficiente sólo cumplir, no basta predicar. Hay que vivir con coherencia lo que predicamos. La coherencia es la que da vida a nuestro celo apostólico. La coherencia entre la fe y la vida muestra que es posible vivir de modo diverso a la lógica del mundo. Un apasionado y emotivo discurso, un magnífico plan de evangelización, etc., nunca podrán sustituir el mensaje que transmite la vida entera transformada por Cristo. Cristo nos habla de enseñar sus mandamientos. ¡Todo cristiano tiene una vocación misionera! Cada uno está llamado a predicar y enseñar la fe en Jesús a los demás. La base del compromiso misionero está en descubrir el valor de nuestro propio bautismo. Esa es la fuente de donde se saca la energía para dedicarse incondicionalmente a difundir el mensaje de Cristo.

martes, 11 de junio de 2013

El Salvador


El Salvador, 1610-1614, Domenico Thotocópoli “el Greco
Óleo sobre lienzo, 100’40 x 80’20 cm
Museo del Greco, Toledo. España 

Hoy en el  evangelio según san Mateo 5, 13-16, Jesús nos dice que y como debemos ser con unas imágenes muy hermosas y esenciales de la vida, la sal y la luz. Indispensables para la vida cotidiana y el desarrollo de la actividad del hombre, las consideramos insignificantes tantas veces no prestando atención a su verdadera importancia. Dos elementos a los que estamos tan acostumbrados  que cuando faltan notamos su ausencia con gran sorpresa. Posiblemente puede ser así nuestra vivencia de fe que, conviviendo con ella a diario, no somos capaces de valorarla y disfrutarla en la medida que se nos da. Es un don y un regalo que debemos poner a disposición y hacer de ésta un gozo para nuestra existencia.
Miremos a este Cristo Salvador que hoy nos dice Tu eres la sal y la luz del mundo...

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 
Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. 
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte; tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero, y que alumbre a todos los de casa. 
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo. 

Esta obra sigue la tradición bizantina, aunque también utiliza algunos rasgos del arte de la Contrarreforma. La figura remite al Pantocrátor, tema recurrente de la iconografía cristiana medieval que en esta época prebarroca hay que poner en relación con encargos más pequeños destinados a la devoción particular, y que en manos de El Greco, que nos muestra una canónica imagen frontal de Cristo bendiciendo con la mano derecha a la manera griega y apoyando su brazo izquierdo en el globo del mundo, se conforma como una versión mucho más libre y personal, atrapando al espectador gracias a su majestuosidad y a esa penetrante mirada de extremada expresividad. 

Este Salvador forma parte de un Apostolado, un ciclo que el pintor repitió varias veces en su vida, uno de los conjuntos más singulares de su producción tardía. Aunque su procedencia no está muy clara y hasta hace poco se creyó que habían pertenecido al Hospital de Santiago de Toledo, desde donde, tras las desamortizaciones, habrían pasado a la iglesia de San Pedro Mártir y de ahí al Museo Provincial que se estableció en el monasterio de San Juan de los Reyes, las últimas investigaciones parecen apuntar a una donación de Manuel Marcelino Rodríguez, cura párroco de la iglesia de San Lucas, al Asilo de Pobres de San Sebastián, fundado en 1834.