martes, 9 de diciembre de 2014

Zurbarán. Visión de fray Andrés de Salmerón

Visión del fray Andrés de Salmerón. 1639. Francisco de Zurbarán
Óleo sobre lienzo. Medidas: 229 cm. x 222 cm.
 Sacristía del Monasterio de Guadalupe

Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres.»

La liturgia nos invita hoy a prepararnos para nuestro encuentro con el Señor, que viene a salvarnos. No se trata de una idea abstracta, sino de una esperanza que, lejos de atemorizarnos, ha de provocar en nosotros sentimientos de esperanza, en la confianza de su misericordia de Buen Pastor.

Esta idea la podemos ver reflejada en el lienzo que contemplamos, pintado por Zurbarán para el monasterio jerónimo de Guadalupe. Se trata de la visión del religioso Andrés Salmerón, en la que se le aparece Cristo, revestido con un manto y con una cruz a modo de báculo, que posa su mano sobre la frente del religioso. El ámbito de la visión viene dado por los tonos brillantes en torno a Cristo, y la visión celeste de la parte superior, en la que se esbozan varios ángeles

Fray Andrés de Salmerón era un monje jerónimo que vivió en la segunda mitad del siglo XIV y participó en la fundación de la orden. El cronista de la Orden, fray José de Sigüenza en su Historia de la Orden de San Jerónimo, dice: Era natural de un pueblo de la Alcarria llamado Salmerón, donde tomó el sobrenombre. Acostumbrado desde luego en esta religión a dejar el nombre del linaje y padres y llamarse con el de los pueblos donde eran naturales, por olvidar la vanidad que el mundo estima y el nombre común los hiciese más hermanos y sin diferencia.

Tuvo gran fama de santidad, sobre todo por su capacidad para la oración y la obediencia y por sus éxtasis místicos. Así nos cuenta el Padre Sigüenza un hecho sobrenatural que sucedió a nuestro paisano: Aconteció con él un caso admirable. Estando un día comiendo en el refectorio con el convento vino sobre él un resplandor celestial y púsosele el rostro lleno de claridad sobrenatural, tanto que a muchos les parecía que salía como un sol nuevo del lugar donde estaba sentado, cosa que puso harta admiración a todos sus hermanos

Cuando Fray Andrés murió sus hermanos de orden veneraron sus objetos personales como reliquia. En la sacristía del Monasterio de Guadalupe se conserva este cuadro de Zurbarán que representa a Fray Andrés de Salmerón ante la aparición de Jesucristo

lunes, 8 de diciembre de 2014

Zurbarán. Inmaculada Concepción

La Inmaculada Concepción. 1628-1630. Francisco de Zurbarán
Óleo sobre lienzo. Medidas: 128 cm. x 89 cm.
Museo del Prado. Madrid

El culto a la Inmaculada es una de las señas de identidad de la sociedad española del siglo XVII, sobre todo a raíz de una gran polémica entre sus defensores y sus detractores que tiene lugar en Sevilla en 1616. A partir de ese momento la ciudad se convierte en uno de los grandes focos concepcionistas del país y sus pintores dedican gran parte de sus energías a promover la devoción. Zurbarán es uno de los más activos en este sentido y a él se deben varias obras de este tema, como ésta, una de sus composiciones más tempranas y en la que muestra su característica Virgen niña y estática. 

Aparece con las manos unidas en oración y rodeada por los símbolos de las letanías que recuerdan las virtudes que acompañan a la imagen de la Virgen. 

La abundancia de estos complejos signos de lectura teológica hace que la imagen tenga dos posibles visiones para el fiel: la del manifiesto doctrinal extremadamente complejo y sólo descifrable para unos pocos entendidos, y la de la imagen devocional, que muestra una María hermosa e infantil, que despierta el fervor de los más sencillos.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Maestro de Miraflores. La predicación de san Juan Bautista

La predicación de san Juan Bautista. 1490-1500. Maestro de Miraflores
Óleo sobre tabla. Medidas: 113 cm. x 70 cm.
Museo del Prado. Madrid

Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»

La liturgia de este domingo nos trae a nuestra consideración el comienzo del Evangelio según san Marcos, que se abre con la presentación de san juan Bautista y una breve reseña sobre su predicación. Esta predicación no sólo sirvió para preparar la llegada del Señor, sino que también hoy nos amonesta a nosotros mismos, para que nos preparemos para el retorno del Señor.

Así lo contemplamos en esta tabla del Maestro de Miraflores. Se denomina Maestro de Miraflores al autor de las seis tablas dedicadas al Bautista que proceden de la cartuja burgalesa, en las que muestra volúmenes simplificados y figuras sumidas en sus pensamientos al modo de las de Petrus Christus o Dirk Bouts.

San Juan Bautista aparece, con una ciudad que simboliza Jerusalén o cualquier ciudad de la época, predicando no a los judíos, sino a un grupo de oyentes contemporáneos al autor, con religiosos y seglares. Lo que quiere decir que la amonestación de san Juan Bautista nos sigue urgiendo a cada uno de nosotros, en nuestro aquí y ahora, a preparar el camino al Señor.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Maestro de Becerril. Santa Bárbara

Santa bárbara. 1520. Maestro de Becerril
Óleo sobre tabla. Medidas: 145 cm x 65 cm.
Museo del Prado. Madrid

Recordamos hoy la figura, un tanto borrosa, de la mártir santa Bárbara, de la que el e Martirologio romano afirma que se dice que fue virgen y mártir en Nocomedia (s. III/IV). Según la tradición, habría nacido en Nicomedia, cerca del mar de Mármara, hija de un rey sátrapa de nombre Dióscoro, quien la encerró en una torre. El motivo del encierro pudo haber sido para evitar que los hombres admiraran su belleza y la sedujeran, o para evitar el proselitismo cristiano. Durante una ausencia de su padre, Bárbara se convirtió al cristianismo, y mandó construir tres ventanas en su torre, simbolizando la Santísima Trinidad. Su padre se enteró del significado del simbolismo de estas ventanas y se enfadó, queriendo matarla. Por eso, Bárbara huyó y se refugió en una peña milagrosamente abierta para ella. Atrapada pese al milagro, se enfrenta a su destino.

Fue atada a un potro, flagelada, desgarrada con rastrillos de hierro, colocada en un lecho de trozos de cerámica cortantes y quemada con hierros al fuego. Finalmente, el mismo rey Dióscoro la envió al juez, quien dictó la pena capital por decapitación. Su mismo padre fue quien la decapitó en la cima de una montaña, tras lo cual un rayo lo alcanzó, dándole muerte también.

La tabla de la santa pertenece a un autor de origen palentino, perteneciente al primer renacimiento. No ha sido posible hasta el momento identificar su nombre, el más aventajado de los discípulos de Juan de Flandes, influido también por Pedro Berruguete. Debido a ello, se utiliza para designarle el nombre del lugar para el que hizo una de sus obras más relevantes, el retablo de la iglesia de San Pelayo del pueblo palentino de Becerril de Campos, comprado por la catedral de Málaga para instalarlo en una de sus capillas. Además de la deuda con Juan de Flandes y con Berruguete, el Maestro de Becerril se muestra receptivo a las influencias italianas, y gusta representar en sus pinturas arquitectura renaciente en la que, en ocasiones, se incorporan esculturas o relieves a los que el pintor otorga un significado simbólico.

En la tabla de santa Bárbara, aparece ésta en pie, con sus atributos característicos. la palma del martirio, y la torre en la que fue encerrada. Destacan las ricas vestiduras, y la arquitectura que enmarca el retrato.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Guercino. San Gregorio con san Ignacio y san Francisco Javier.

San Gregorio con san Ignacio y san Francisco Javier. 1625. Guercino
Óleo sobre lienzo. Medidas: 296 cm x 211 cm.
National Gallery. Londres

Memoria de san Francisco Javier, presbítero de la Compañía de  Jesús, evangelizador de la India, el cual, nacido en Navarra, fue uno de los primeros compañeros de san Ignacio que, movido por el ardor de dilatar el Evangelio, anunció diligentemente a Cristo a innumerables pueblos en la India, en las Molucas y otras islas, y después en el Japón, convirtiendo a muchos a la fe. Murió en la isla de San Xon, en China, consumido por la enfermedad y los trabajos (1552).

El Martirologio Romano nos recuerda hoy la santidad de aquel hombre portentoso que fue Francisco Javier. Sus anhelos misioneros le llevaron hasta el extremo del mundo, en condiciones difíciles de imaginar para nosotros.

Contemplamos una obra en la que aparecen san Ignacio y san Francisco Javier, de rodillas ante el papa san Gregorio Magno. ¿Qué sentido tiene esta composición? Se trata de un encargo al pintor barroco Guercino para la familia Ludovisi, en Bolonia. En 1621, Alessandro Ludovisi fue elegido papa, escogiendo el nombre de Gregorio XV. Bajo su pontificado, fueron canonizados los dos santos jesuitas, Ignacio y Francisco Javier. Por eso, se los representa junto con el papa san Gregorio magno, patrón de Gregorio XV. La obra fue pintada poco después de la muerte del papa Gregorio XV, en 1623, y estaba probablemente destinada a la iglesia del Gesú de Roma. San Ignacio muestra un libro, que se referiría a las constituciones de la nueva Orden de los jesuitas, mientras que san Francisco Javier lleva una azucena, símbolo de su castidad.

martes, 2 de diciembre de 2014

Retablo de la Capilla de Santa Ana

Retablo de la Capilla de Santa Ana, 1486-1492. Gil de Siloé
Madera tallada, dorada y policromada
Catedral de Burgos

Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor. 

La primera lectura de la Eucaristía de hoy contiene la célebre profecía del florecimiento del tronco de Jesé, contenida en el capítulo 11 del Libro del Profeta Isaías. Ha sido un tema de profusa representación iconográfica. Del final de la época gótica nos ha llegado un magnífico retablo de la Catedral de Burgos, que hoy contemplamos.

Este extraordinario retablo mayor de la Capilla de Santa Ana se halla adosado al muro oriental. Es una obra tardogótica ejecutada entre 1486 y 1492 por Gil de Siloé con la colaboración del pintor Diego de la Cruz, quien se encargó de la policromía. Está dedicado a la genealogía de la Virgen a partir del personaje bíblico Jessé. Alguna estridencia del colorido obedece a una intervención del pintor Lanzuela en 1868-1870 por iniciativa del duque de Abrantes.

Está organizado a manera de tapiz desplegado sobre un banco o predela, con un cuerpo principal de tres registros verticales bien definidos, donde se disponen doseles y pináculos delicadamente calados que cobijan las figuras, todo ello sobre un fondo en azul celeste y estrellado. En el centro del banco, bajo un doselete corrido, aparece la escena de la Resurrección de Cristo con las Marías y San Juan, flanqueada en los espacios intermedios por San Pedro y San Pablo; en los extremos, los Cuatro Evangelistas, dos a cada lado. Varias escenas se superponen en las calles laterales: el obispo Acuña, ricamente ataviado con unas galas eclesiásticas en las que Siloé dio rienda suelta a su virtuosismo detallista, junto con sus familiares y canónigos; la aparición de Cristo a San Eustaquio; el Nacimiento de la Virgen; la Presentación de la Virgen; los Desposorios de la Virgen y San José; y San Joaquín con el ángel.


En la calle central se desarrolla lo más importante del programa iconográfico: en la parte inferior está Jessé, dormido, de cuyo pecho sale el árbol que representa la genealogía de la Virgen: los brotes laterales fructifican en las figuras de los reyes de Judá, que envuelven la escena central del abrazo de San Joaquín y Santa Ana ante la Puerta Dorada, de la cual emergen unas ramas que culminan en la parte superior en la imagen sedente de María con el Niño. Se trata de una exaltación de la Inmaculada Concepción de la Virgen, al tiempo que se glorifica su estirpe real. Escoltan a la Virgen y el Niño dos figuras femeninas de regio aspecto que alegorizan el Antiguo y el Nuevo Testamento, aunque también han sido interpretadas como la Sinagoga y la Iglesia, al llevar una los ojos cubiertos por un velo y portar sus manos las Tablas de la Ley y un cetro roto, e ir la otra con los ojos desvelados y coronada con un cetro íntegro. Un Calvario exento remata el retablo en el ático, con el sol y la luna fijados en el cielo abovedado. Diversas imágenes de santos se disponen en las pilastrillas de las entrecalles, la pulsera perimetral y el ático.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Louis de Boulogne. El centurión a los pies de Cristo

El centurión a los pies de Cristo, 1685. Louis de Boullogne
Óleo sobre lienzo
Museo  de Bellas Artes. Arras (Francia)

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho.» Jesús le contestó: «Voy yo a curarlo.»
Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy quien para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; a mi criado: "Haz esto", y lo hace.»

Comenzamos el tiempo de Adviento con esta escena del centurión, que le suplica al Señor que cure a un criado reconociéndose indigno. Esta frase la repetimos en cada Eucaristía: Señor, no soy digno de que entre en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme. Contemplamos la escena en la versión de Luis de Boulogne, un pintor barroco francés que acumula gran cantidad de detalles en la escena, como los soldamos que acompañan al centurión, o las mujeres que contemplan la escena en el lado inferior derecho, con un elaborado fondo arquitectónico.