domingo, 3 de febrero de 2013

San Blas, obispo de Sabaste y martir



Martirio de san Blas. S. XV. Maître François
Miniatura del Speculum Historiale
Biblioteca nacional de París, Francia

San Blas  fue obispo de Sebaste, la actual ciudad turca de Sivas. Su martirio († 316), según algunos se produjo bajo Diocleciano, otros afirman Bajo Licino e incluso algunos dicen que en el gobierno de Juliano el  Apóstata.
San Blas, que había estudiado filosofía en su juventud, fue un médico en Sebaste, Armenia, su ciudad natal, y practicaba su arte con extraordinaria habilidad, buena voluntad y gran piedad. Cuando el obispo de la ciudad murió todas las personas se animaron a que éste fuese designado para sucederlo. Su santidad se manifestó por una multitud de milagros. 
Según una leyenda, se le acercaban también animales enfermos para que les curase, pero no le molestaban en su tiempo de oración. El pueblo venía a él para sanar el alma y el cuerpo, los animales silvestres llegaban en bandadas para recibir su bendición a pesar de que hacía vida eremítica en una cueva del Monte Argeus, nunca fue molestado en su retiro espiritual hasta que, en el 316, Agrícola, gobernador de Capadocia y Armenia Menor, llegó  por orden del emperador Licinio para matar a los cristianos arrestando al obispo. Mientras era conducido a la cárcel, una madre puso a sus pies a su único hijo, que se estaba muriendo por asfixia y éste salvó la vida del niño que se ahogaba al haberse trabado su garganta con una espina de pescado (siendo éste el origen de la costumbre de bendecir las gargantas el día de su fiesta),  el niño se curó de inmediato. Sin embargo, el gobernador, quiso que este renunciara a su fe y apostatara de ella, incapaz de hacerlo renunciar, lo golpearon y arrojaron a un lago, San Blas, parado en la superficie, invitaba a sus perseguidores a caminar sobre las aguas y así demostrar el poder de sus dioses. Pero se ahogaron. Cuando volvió a tierra fue torturado, desgarrado su cuerpo con peines de hierro y finalmente decapitado cerca del año 316.


Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles.
Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando.
No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos.
Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo.
Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte. 

Del libro de Jeremías 1, 4-5. 17-19


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