lunes, 25 de noviembre de 2013

Yañez de la Almedina. Santa Catalina de Alejandria

Santa Catalina. 1505-1510. Yañez de la Almedina
Óleo sobre tabla. 212 x 112 cm. 
Museo del Prado, Madrid. España

Hoy recordamos la figura de Santa Catalina de Alejandría, que según dice el martirologio romano Santa Catalina, mártir, según la tradición, fue una virgen de Alejandría dotada tanto de agudo ingenio y sabiduría como de fortaleza de ánimo. Su cuerpo se venera piadosamente en el célebre monasterio del monte Sinaí (s. inc.).

La veneración de los restos de Santa Catalina en el monte Sinaí y la celebridad del monasterio ortodoxo que lleva su nombre y que los guarda ha hecho que casi haya disminuido la figura del mismo Moisés. Se la venera tanto en Oriente como en Occidente. 

Nada sabemos con certeza histórica de sus orígenes los datos de su muerte, según la "passio", son tardíos y se podría creer que Santa Catalina de Alejandría fuese un personaje aleccionador salido de la literatura para ilustrar la vida de los cristianos y estimularles en su fidelidad a la fe. Lo cierto es que la figura de esta santa lleva en sí la impronta de lo recto y sublime que es dar la vida por la Verdad que con toda fortaleza se busca y una vez encontrada se posee firmemente hasta la muerte. Esto es lo que atestigua la tradición, la leyenda y el arte.

Se la presenta como una joven de extremada belleza y aún mayor inteligencia. Perteneciente a una familia noble. Residente en Alejandría. Versada en los conocimientos filosóficos de la época y buscadora incansable de la verdad. Movida por la fe cristiana, se bautiza. Su vida está enmarcada en el siglo IV, cuando Maximino Daia se ha hecho Augusto del Imperio de Oriente. Sí, le ha tocado compartir el tiempo con este "hombre semibárbaro, fiera salvaje del Danubio, que habían soltado en las cultas ciudades del Oriente", según lo describe el padre Urbel, o, con términos de Lactancio, "el mundo para él era un juguete". Recrimina al emperador su conducta y lo enmudece con sus rectos razonamientos. Enfrentada con los sabios del imperio, descubre sus sofismas e incluso se convierten después de la dialéctica bizantina apareciendo como vencedora en la palestra de la razón 

Vencida por la fuerza de las armas es martirizada en la rueda de cuchillas que llegan a romperse y saltar hiriendo a sus propios verdugos y es muerta al final por la espada que corta su cabeza de un tajo.

Santa Catalina de Alejandría fue mártir, lo cual apenas se indica en una palma abandonada sobre el libro a la izquierda de la figura. A la derecha está la corona de reina. En la mano sostiene la espada y a sus pies la rueda del martirio. Nada indica sin embargo que esta hermosa joven haya sido objeto de violencia, pues ofrece un semblante sereno y una pose dulce. El tratamiento del tema es completamente diferente al que tan sólo unas décadas antes podía haber hecho del mismo Fernando Gallego, en su Martirio de Santa Catalina. Aquí se ha elegido la sola figura de la santa, lejos del lugar del martirio y de la acción del mismo, a diferencia del hispanoflamenco, que eligió el momento más dramático. La santa responde indudablemente al modelo de belleza de Leonardo, con un rostro suavemente difuminado, inclinado con ternura hacia un lado y con una pose distinguida. Sus labios dibujan esa sonrisa triste, cuya ambigüedad hizo famoso al italiano. Sus vestidos son los de una princesa, con una túnica dorada de adornos turcos. Las joyas rodean su cuello, como el collar de hileras de perlas. Esta figura monumental se encuentra respondida en sus proporciones armoniosas por un fondo de arquitectura que sigue las medidas canónicas de Bramante, el principal teórico de la arquitectura renacentista. Yáñez pues, nos muestra un resumen espléndido de las teorías del Renacimiento aplicadas a la pintura, con un resultado de hermosa contemplación.

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