domingo, 22 de enero de 2017

Pantocrátor de San Clemente de Tahull


El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.

Esta profecía de Isaías es empleada por Jesús al comienzo de su ministerio público, dando a entender que en él se revela la presencia salvadora de Dios en el mundo. Para alabar al Señor, nos vamos hoy cerca del límite de las provincias de Lérida y Huesca, en un escarpado valle pirenaico, no lejos de Roda de Isábena, donde se encuentra uno de los más célebres templos de la época románica: el de san Clemente de Tahull.

Tal vez, la imagen más célebre de dicho templo es el Pantocrátor que lo presidía desde su ábside central. Y hay que decirlo en pasado, pues fue retirado de dicho lugar santo por motivos de seguridad, y llevado al Museo Nacional de arte de Cataluña.

Es impresionante la fuerza de esta imagen, su majestad, su tremenda carga simbólica. El Señor está sentado sobre una banda, que hace alusión al arco iris. A su derecha e izquierda está el Alfa y la Omega. Su mano izquierda porta un libro abierto, en el que se lee Ego sum lux mundi, es decir, yo soy la luz del mundo. Según el canon iconográfico, está rodeado del Pantocrátor, es decir, los cuatro evangelistas, que además están representados con sus cuatro animales simbólicos.

Podemos concluir la oración ante esta soberbia imagen, con el texto del Apocalipsis: A aquél que nos ha amado, que nos ha lavado de nuestros pecados con su propia sangre, y que ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes, a él sea todo el honor y toda la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.

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