miércoles, 31 de diciembre de 2014

Fra Bartolomeo

La Natividad.1504-15077. Fray Bartolomeo
 Óleo sobre tabla. Medidas: 340 cm x 245 cm.
Instituto de Arte de chicago. USA

Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. 

En estos días ha resonado repetidas veces en nuestras iglesias el término «Encarnación» de Dios, para expresar la realidad que celebramos en la Santa Navidad: el Hijo de Dios se hizo hombre, como recitamos en el Credo. Pero, ¿qué significa esta palabra central para la fe cristiana? Encarnación deriva del latín «incarnatio». San Ignacio de Antioquía —finales del siglo I— y, sobre todo, san Ireneo usaron este término reflexionando sobre el Prólogo del Evangelio de san Juan, en especial sobre la expresión: «El Verbo se hizo carne». Aquí, la palabra «carne», según el uso hebreo, indica el hombre en su integridad, todo el hombre, pero precisamente bajo el aspecto de su caducidad y temporalidad, de su pobreza y contingencia. Esto para decirnos que la salvación traída por el Dios que se hizo carne en Jesús de Nazaret toca al hombre en su realidad concreta y en cualquier situación en que se encuentre. Dios asumió la condición humana para sanarla de todo lo que la separa de Él, para permitirnos llamarle, en su Hijo unigénito, con el nombre de «Abbá, Padre» y ser verdaderamente hijos de Dios. San Ireneo afirma: «Este es el motivo por el cual el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, entrando en comunión con el Verbo y recibiendo de este modo la filiación divina, llegara a ser hijo de Dios».

«El Verbo se hizo carne» es una de esas verdades a las que estamos tan acostumbrados que casi ya no nos asombra la grandeza del acontecimiento que expresa. Y efectivamente en este período navideño, en el que tal expresión se repite a menudo en la liturgia, a veces se está más atento a los aspectos exteriores, a los «colores» de la fiesta, que al corazón de la gran novedad cristiana que celebramos: algo absolutamente impensable, que sólo Dios podía obrar y donde podemos entrar solamente con la fe. El Logos, que está junto a Dios, el Logos que es Dios, el Creador del mundo, por quien fueron creadas todas las cosas, que ha acompañado y acompaña a los hombres en la historia con su luz, se hace uno entre los demás, establece su morada en medio de nosotros, se hace uno de nosotros. El Concilio Ecuménico Vaticano II afirma: «El Hijo de Dios... trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado». Es importante entonces recuperar el asombro ante este misterio, dejarnos envolver por la grandeza de este acontecimiento: Dios, el verdadero Dios, Creador de todo, recorrió como hombre nuestros caminos, entrando en el tiempo del hombre, para comunicarnos su misma vida. Y no lo hizo con el esplendor de un soberano, que somete con su poder el mundo, sino con la humildad de un niño.

Estas palabras son del santo Padre Benedicto XVI, pronunciadas en su Audiencia General de 9 de enero de 2013. Nos sirven de meditación en la contemplación de una bellísima tabla pintada por un célebre pintor dominico: Fray Bartolomeo o Fra Bartolommeo (1472 - 1517), quien es considerado uno de los grandes artistas del Renacimiento en Florencia. Su nombre original era Baccio della Porta, tomando el nombre de Fray Bartolomeo en el año 1500 cuando llegó a la orden Dominicana.

Entre 1483 y 1484, gracias a la recomendación de Benedetto da Maiano, ingresa como aprendiz en el taller de Cosimo Rosselli. Tras dejar el taller comienza a interesarse por la obra de Leonardo da Vinci. Entre 1490 y 1491 comienza una colaboración con Mariotto Albertinelli. A finales de 1490, Baccio fue seguidor de las enseñanzas de Fray Girolamo Savonarola, que denuncia lo que él ve como arte contemporáneo inútil y corrupto hasta llegar a crear la hoguera de las vanidades. Savonarola defiende el arte como ilustración visual directa de la biblia para educar a los que son incapaces leer la Biblia. A partir de 1498 dibuja su famoso retrato de Savonarola, ahora en el Museo Nazionale di San Marco en Florencia. Al año siguiente le encargan la realización del fresco del Juicio universal para el Hospital de Santa Maria Nuova, terminado por Albertinelli y Giuliano Bugiardini cuando Baccio se convierte en un fraile dominicano el 26 de julio de 1500. Al año siguiente entra en el convento de San Marco.

Renuncia a la pintura durante varios años, no reapareciendo hasta 1504 en que se convierte en el jefe del taller del monasterio en obediencia a su superior. En ese mismo año comienza La visión de San Bernardo para la capilla de la familia de Bernardo Bianco en la Badia Fiorentina, acabado en 1507. Poco tiempo después de este trabajo, Rafael visita Florencia y se hace amigo del fraile. Bartolomeo aprende el uso de la perspectiva del artista más joven, mientras que Rafael aprende las habilidades de colorear y la dirección del trazo, las nuevas técnicas aprendidas por ambos se reflejaran en los trabajos futuros de ambos artistas. Rafael, con quien entabló una gran amistad durante su estancia, finaliza dos obras que el monje había dejado en sus manos cuando este realiza un viaje a Roma. De esta época es la tabla del la Natividad, que nos permite vislumbrar la visión espiritual de la Natividad a través del arte de este religioso.

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