miércoles, 2 de julio de 2014

Antonio de Pereda. San Alberto de Sicilia

San Alberto de Sicilia. 1670. Antonio de Pereda
Óleo sobre lienzo. Medidas: 116cm x 78cm.
Museo del Prado. Madrid

En cada época y lugar se ha desarrollado la conciencia cristiana de una forma distinta. La espiritualidad de la época barroca, especialmente en el ámbito hispano, estuvo impregnada de un profundo movimiento espiritual, generado por grandes maestros como santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, fray Luis de Granada, o tantos otros. En el teatro, por ejemplo, no sólo se desarrolló el género religioso, sino que cobró especial fuerza el gusto por lo milagroso, con obras tan magníficas como el Burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, o el Príncipe Constante, de Calderón de la Barca.

Este movimiento no fue ajeno, por supuesto, al ámbito de la pintura, que no sólo tuvo una función catequética en los retablos de la época, sino que también desempeñó una función ornamental y de deovición privada. Es el caso de la obra que contemplamos hoy: un retrato de un fraile carmelita, que representa a san Alberto de Sicilia, un santo carmelita italiano de la segunda mitad del siglo XIII.

Este santo carmelita nació en Trápani, hacia 1240, y llegó a ser provincial de su orden en la isla de Sicilia. Entre sus hechos más destacados sobresale su intervención para la salvación de la ciudad de Mesina del hambre, haciendo entrar en su puerto sitiado tres naves cargadas de víveres. Murió en 1306 y fue canonizado en 1476.

Representado con la capa blanca y el hábito marrón oscuro de los frailes carmelitas, en su mano derecha sostiene un crucifijo, signo que le caracteriza habitualmente y con el que parece conversar en arrebatado éxtasis. Admirablemente modelada la cabeza y bien dibujadas sus manos, Pereda supo acertar también en el estudio del tejido, traduciendo una sensación de verosimilitud y trascendencia que convence e impresiona. 

La pastosidad de sus formas expresa también la habitual técnica, muy trabajada y densa, del artista. La pintura procederá de algún convento carmelita madrileño. Éste santo carmelita puede colocarse entre las más afortunadas creaciones suyas, tanto por su severidad conceptual como por la solución técnica, pudiéndose estimar a la misma altura de las mejores interpretaciones de la iconografía monástica pintadas por Francisco Zurbarán.

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