jueves, 27 de junio de 2013

La Madre de Dios


Sagrada Familia, 1520. Obra de Sebastiano del Piombo.
Óleo sobre tabla, 
Capilla de la Presentación, Catedral de Sta. Mª, Burgos. España

Celebramos hoy a san Cirilo de Alejandria que trabajó con empeño para mantener íntegra la fe católica, y en el Concilio de Éfeso defendió los dogmas de la unidad de persona en Cristo y la divina maternidad de la Virgen María (444). “El Emanuel tiene con seguridad dos naturalezas: la divina y la humana. Pero el Señor Jesús es uno, único verdadero hijo natural de Dios, al mismo tiempo Dios y hombre; no un hombre deificado, semejante a los que por gracia se hacen partícipes de la divina naturaleza, sino Dios verdadero que por nuestra salvación apareció en la forma humana”

Dejamos un texto del gran defensor de la maternidad divina de la Virgen María.

Me extraña, en gran manera, que haya alguien que tenga duda alguna de si la Santísima Virgen ha de ser llamada Madre de Dios. En efecto, si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿por qué razón la Santísima Virgen, que lo dio a luz, no ha de ser llamada Madre de Dios? Esta es la fe que nos transmitieron los discípulos del Señor, aunque no emplearan esta misma expresión. Así nos lo han enseñado también los santos Padres.

Y así, nuestro padre Atanasio, de ilustre memoria, en el libro que escribió sobre la santa y consubstancial Trinidad, en la disertación tercera, a cada paso da a la Santísima Virgen el título de Madre de Dios.

Siento la necesidad de citar aquí sus mismas palabras, que dicen así: «La finalidad y característica de la sagrada Escritura, como tantas veces hemos advertido, consiste en afirmar de Cristo, nuestro salvador, estas dos cosas: que es Dios y que nunca ha dejado de serlo, él, que es el Verbo del Padre, su resplandor y su sabiduría; como también que él mismo, en estos últimos tiempos, se hizo hombre por nosotros, tomando un cuerpo de la Virgen María, Madre de Dios».

Y, un poco más adelante, dice también: «Han existido muchas personas santas e inmunes de todo . pecado: Jeremías fue santificado en el vientre materno; y Juan Bautista, antes de nacer, al oír la voz de María, Madre de Dios, saltó lleno de gozo». Y estas palabras provienen de un hombre absolutamente digno de fe, del que podemos fiarnos con toda seguridad, ya que nunca dijo nada que no estuviera en consonancia con la sagrada Escritura.

Además, la Escritura inspirada por Dios afirma que el Verbo de Dios se hizo carne, esto es, que se unió a un cuerpo que poseía un alma racional. Por consiguiente, el Verbo de Dios asumió la descendencia de Abrahán y, fabricándose un cuerpo tomado de mujer, se hizo partícipe de la carne y de la sangre, de manera que ya no es sólo Dios, sino que, por su unión con nuestra naturaleza, ha de ser considerado también hombre como nosotros.

Ciertamente, el Emmanuel consta de estas dos cosas, la divinidad y la humanidad. Sin embargo, es un solo Señor Jesucristo, un solo verdadero Hijo por naturaleza, aunque es Dios y hombre a la vez; no un hombre divinizado, igual a aquellos que por la gracia se hacen partícipes de la naturaleza divina, sino Dios verdadero, que, por nuestra salvación, se hizo visible en forma humana, como atestigua también Pablo con estas palabras: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.

San Cirilo de Alejandría, Carta 1

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