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jueves, 17 de septiembre de 2015

Santa Hildegarda

Santa Hildegarda recibie la divina inspiración. 1933
Facsimil del Codex Scivias de 1179
Monasterio de Santa Hildegarda Eibingen

Celebramos hoy la memoria de una de las grandes monjas benedictinas de la Edad Media: santa Hildegarda. La iluminación que contemplamos pertenece a un fácsimil hecho a mano en torno al año 1933, del Códice original Scivias. Este Códice se encontraba en la Biblioteca de la Universidad de Passau, pero el año 1945 fue enviado a Dresde para intentar salvarlo, lo que resultó fatal, pues pereció en el bombardeo de la ciudad. Dejamos al papa Benedicto XVI, en su Audiencia General del 1 de septiembre de 2010, hablarnos de la santa:

También en aquellos siglos de la historia que habitualmente llamamos Edad Media, muchas figuras femeninas destacaron por su santidad de vida y por la riqueza de su enseñanza. Hoy quiero comenzar a presentaros a una de ellas: santa Hildegarda de Bingen, que vivió en Alemania en el siglo XII. Nació en 1098 en Renania, en Bermersheim, cerca de Alzey, y murió en 1179, a la edad de 81 años, pese a la continua fragilidad de su salud. Hildegarda pertenecía a una familia noble y numerosa; y desde su nacimiento sus padres la dedicaron al servicio de Dios. A los ocho años, a fin de que recibiera una adecuada formación humana y cristiana, fue encomendada a los cuidados de la maestra Judith de Spanheim, que se había retirado en clausura al monasterio benedictino de san Disibodo. Se fue formando un pequeño monasterio femenino de clausura, que seguía la regla de san Benito. Hildegarda recibió el velo de manos del obispo Otón de Bamberg y, en 1136, cuando murió la madre Judith, que era la superiora de la comunidad, las hermanas la llamaron a sucederla. Desempeñó esta tarea sacando fruto de sus dotes de mujer culta, espiritualmente elevada y capaz de afrontar con competencia los aspectos organizativos de la vida claustral. Algunos años más tarde, también a causa del número creciente de las jóvenes que llamaban a las puertas del monasterio, Hildegarda fundó otra comunidad en Bingen, dedicada a san Ruperto, donde pasó el resto de su vida. Su manera de ejercer el ministerio de la autoridad es ejemplar para toda comunidad religiosa: suscitaba una santa emulación en la práctica del bien, tanto que, como muestran algunos testimonios de la época, la madre y las hijas competían en amarse y en servirse mutuamente.

Ya en los años en que era superiora del monasterio de san Disibodo, Hildegarda había comenzado a dictar las visiones místicas, que recibía desde hacía tiempo, a su consejero espiritual, el monje Volmar, y a su secretaria, una hermana a la que quería mucho, Richardis de Strade. Como sucede siempre en la vida de los verdaderos místicos, también Hildegarda quiso someterse a la autoridad de personas sabias para discernir el origen de sus visiones, temiendo que fueran fruto de imaginaciones y que no vinieran de Dios. Por eso se dirigió a la persona que en su tiempo gozaba de la máxima estima en la Iglesia: san Bernardo de Claraval, del cual ya hablé en algunas catequesis. Este tranquilizó y alentó a Hildegarda. Y en 1147 recibió otra aprobación importantísima. El Papa Eugenio III, que presidía un sínodo en Tréveris, leyó un texto dictado por Hildegarda, que le había presentado el arzobispo Enrique de Maguncia. El Papa autorizó a la mística a escribir sus visiones y a hablar en público. Desde aquel momento el prestigio espiritual de Hildegarda creció cada vez más, tanto es así que sus contemporáneos le atribuyeron el título de «profetisa teutónica». Este, queridos amigos, es el sello de una experiencia auténtica del Espíritu Santo, fuente de todo carisma: la persona depositaria de dones sobrenaturales nunca presume de ellos, no los ostenta y, sobre todo, muestra una obediencia total a la autoridad eclesial. En efecto, todo don que distribuye el Espíritu Santo está destinado a la edificación de la Iglesia, y la Iglesia, a través de sus pastores, reconoce su autenticidad.

viernes, 5 de junio de 2015

San Bonifacio

San Bonifacio. XI. Anónimo
Iluminación sobre pergamino
Sacramentario de Fulda

Recordamos hoy la santidad de san Bonifacio, el monje benedictino que se convirtió en apóstol de los germanos, motivo por el cual la Iglesia Católica alemana lo celebra como solemnidad. A él dedico el papa Benedicto XVI una catequesis en la Audiencia General de 11 de marzo de 2009. Comenzaba así:

Poseemos muchas noticias sobre su vida gracias a la diligencia de sus biógrafos: nació en una familia anglosajona en Wessex alrededor del año 675 y fue bautizado con el nombre de Winfrido. Entró muy joven en un monasterio, atraído por el ideal monástico. Poseyendo notables capacidades intelectuales, parecía encaminado a una tranquila y brillante carrera de estudioso: fue profesor de gramática latina, escribió algunos tratados y compuso también varias poesías en latín.

Ordenado sacerdote cuando tenía cerca de treinta años, se sintió llamado al apostolado entre los paganos del continente. Gran Bretaña, su tierra, evangelizada apenas cien años antes por los benedictinos encabezados por san Agustín, mostraba una fe tan sólida y una caridad tan ardiente que enviaba misioneros a Europa central para anunciar allí el Evangelio. En el año 716, Winfrido, con algunos compañeros, se dirigió a Frisia (la actual Holanda), pero se encontró con la oposición del jefe local y el intento de evangelización fracasó. Volvió a su patria, pero no se desalentó: dos años después vino a Roma para hablar con el Papa Gregorio II y recibir directrices. El Papa, según el relato de un biógrafo, lo acogió "con el rostro sonriente y con la mirada llena de dulzura", y en los días siguientes mantuvo con él coloquios importantes y, al final, tras haberle impuesto el nuevo nombre de Bonifacio, con cartas oficiales le encomendó la misión de predicar el Evangelio entre los pueblos de Alemania.

Confortado y sostenido por el apoyo del Papa, san Bonifacio se dedicó a la predicación del Evangelio en aquellas regiones, luchando contra los cultos paganos y reforzando las bases de la moralidad humana y cristiana. Con gran sentido del deber escribió en una de sus cartas: Estamos firmes en la lucha en el día del Señor, porque han llegado días de aflicción y miseria... No somos perros mudos, ni observadores taciturnos, ni mercenarios que huyen ante los lobos. En cambio, somos pastores diligentes que velan por el rebaño de Cristo, que anuncian a las personas importantes y a las comunes, a los ricos y a los pobres, la voluntad de Dios... a tiempo y a destiempo.

miércoles, 3 de junio de 2015

Anónimo. Tobit queda ciego

Tobit queda ciego. 1479. Biblia de Eduardo IV
Iluminación sobre pergamino
Biblioteca Británica. Londres

La primera lectura de esta semana está tomada del libro de Tobías. Su padre, Tobit, es un justo judío, que vive en el exilio. Arriesgando su vida, se dedica a hacer obras de misericordia para con los judíos perseguidos. Pero, mientras dormía un día, le cayeron en los ojos excrementos de golondrina, que le dejaron ciego. Tal desgracia simboliza la desdichada suerte del pueblo judío en el exilio:

Señor, tú eres justo, todas tus obras son justas; tú actúas con misericordia y lealtad, tú eres el juez del mundo. Tú, Señor, acuérdate de mí y mírame; no me castigues por mis pecados, mis errores y los de mis padres, cometidos en tu presencia, desobedeciendo tus mandatos. Nos has entregado al saqueo, al destierro y a la muerte, nos has hecho refrán, comentario y burla de todas las naciones donde nos has dispersado. Sí, todas tus sentencias son justas cuando me tratas así por mis pecados, porque no hemos cumplido tus mandatos ni hemos procedido lealmente en tu presencia. Haz ahora de mí lo que te guste. Manda que me quiten la vida, y desapareceré de la faz de la tierra y en tierra me convertiré. Porque más vale morir que vivir, después de oír ultrajes que no merezco y verme invadido de tristeza. Manda, Señor, que yo me libre de esta prueba; déjame marchar a la eterna morada y no me apartes tu rostro, Señor, porque más me vale morir que vivir pasando esta prueba y escuchando tales ultrajes.

La imagen que contemplamos, que pertenece a la Biblia Ilustrada de Eduardo IV de Inglaterra, nos muestra precisamente el momento en el que la golondrina deja caer sus excrementos sobre los jos de Tobit, dejándole ciego.

lunes, 26 de enero de 2015

La Virgen con Esteban Harding

La Virgen con san Esteban Harding, 1125. Osberto
Iluminación sobre pergamino
Biblioteca Municipal de Dijon

Nos unimos hoy a nuestros hermanos cistercienses para agradecer al Señor el don de los monjes rebeldes, fundadores del Cister: Roberto de Molesmes, Alberico y Esteban Harding.

San Roberto, hijo del noble Thierry y Ermengarda de Champaña, fue abad de Molesme, un monasterio dependiente de Cluny. Horrorizado por la laxitud en la que había caído la Orden de Cluny, se esforzó en efectuar reformas en los monasterios de Saint-Pierre-de-la-Celle, Saint-Michel de Tonnerre y finalmente en Molesme. Sus intentos de reforma en estos monasterios tuvieron muy poco éxito y él, junto con seis de sus religiosos, entre quienes estaban Alberic y Esteban, recurrió a Hugh, Legado de la Santa Sede y Arzobispo de Lyons. Autorizado por el Arzobispo Hugh para instituir una reforma, Roberto y sus compañeros volvieron a Molesme y allí escogieron entre los religiosos a quienes consideraron más aptos para participar en su empresa. Un grupo de veintiún religiosos se retiró a la soledad de Cîteaux (en la diócesis de Chalons), que Raynald, Vizconde de Beaune, les había cedido (Véase Cîteaux, Abadía de). En la fiesta de San Benito (21 de Marzo), de 1098, que cayó en Domingo de Ramos en ese año, comenzaron a construir el “Nuevo Monasterio”, como es llamado en el “Exordium sacri Ordinis Cisterciensis”. Este, por tanto, fue la fecha de nacimiento de la Orden de Cîteaux. Por orden del legado apostólico, Roberto recibió el personal pastoral por parte del obispo de la diócesis, Gauthier, y le fue confiado el gobierno de sus hermanos, quienes de inmediato hicieron su voto de estabilidad. Así quedó el “Nuevo Monasterio” erigido canónicamente como abadía.

Con estas noticias, los monjes que permanecieron en Molesme enviaron una diputación al Papa Urbano II, pidiéndole que Roberto pudiera regresar a su primer monasterio. El Papa cedió a esta petición y Roberto volvió a Molesme, luego de haber gobernado Cîteaux durante un año. Allí, el prior Alberico fue electo para sucederlo, y a su vez, envió dos monjes, John e Ilbode, como lega dos ante Pascual II (quien acababa de suceder a Urbano II) para rogarle que tomara la iglesia de Cîteaux bajo la protección de la Sede Apostólica. Mediante Cartas Apostólicas, fechadas en Troja, Campania, el 18 de Abril del 1100, Pascual II declaró que tomaba bajo su protección directa tanto la abadía como a los religiosos de Cîteaux, exentándolos de su alianza a la Iglesia de Chalons. Desde ese día, Alberico y sus religiosos establecieron en Cîteaux la exacta observancia a la Regla de San Benito, reemplazaron con un hábito blanco el hábito negro utilizado por los Benedictinos y para mejor seguir la regla respecto al Oficio Divino día y noche, asociaron con ellos hermanos legos, que se ocuparían de las labores manuales y los asuntos mundanos de la orden. Estos hermanos legos o conversi, aunque no eran monjes, tanto durante su vida como después de muertos, fueron tratados exactamente igual que si lo fueran. San Alberico murió en 1109.

Su sucesor fue Esteban Harding, un inglés de nacimiento, bien versado tanto en la ciencia sagrada como en la ciencia profana, que había sido uno de los primeros promotores del proyecto de dejar Molesme. San Roberto, sus dos inmediatos sucesores y sus compañeros no tenían otro objetivo en la mira sino: reaccionar contra la laxitud de Cluny y los otros monasterios reasumir el trabajo manual, adoptar un régimen más estricto y restablecer las iglesias monásticas y sus ceremonias a la solemnidad y simplicidad propias de la profesión monástica. Nunca pensaron en fundar una nueva orden, y sin embargo de Cîteaux iban a salir, al paso del tiempo, colonias de monjes que deberían fundar otros monasterios destinados a llegar a ser otras Cîteaux, y así crear una orden distinta a la de Cluny.

El ingreso de San Bernardo a la Orden de Cîteaux (1112) fue la señal de su extraordinario desarrollo. Treinta jóvenes nobles de Borgoña lo siguieron, entre ellos cuatro de los hermanos de San Bernardo. Otros vinieron tras ellos y en tal número que al año siguiente (1113) Cîteaux fue capaz de enviar su primera colonia y fundar su primera filiación, La Ferté, en la Diócesis de Chalons. En 1114 fue establecida otra colonia en Pontigny, en la Diócesis de Auxerre. En 1115 el joven Bernardo fundó Clairvaux en la Diócesis de Langres. En el mismo año se fundó Morimond también en Langres. Estas fueron los cuatro primeros vástagos de Cîteaux; pero de dichos monasterios Clairvaux logró el más alto desarrollo, llegando a procrear sesenta y ocho monasterios aun en vida de San Bernardo (Véase Clairvaux).

Después de esto San Esteban Harding terminó la legislación para el nuevo instituto. Cluny había introducido al orden monástico la confederación de miembros. San Esteban agregó la institución de los capítulos generales y las visitas regulares. Así la mutua supervisión, la rendición de cuentas de la administración, el rígido examen de la disciplina, la inmediata corrección de abusos, fueron medios mucho más seguros de mantener la observancia en toda su pureza. La colección de estatutos que redacto San Esteban y que contienen prudentes disposiciones para el gobierno de la orden fueron llamados la Constitución de la Caridad (Le Charte de Charité). Ésta y “Nosotros”, el libro de usos y costumbres, junto con algo de las definiciones de los primeros capítulos generales, recibieron la aprobación del Papa Calixto II. A la muerte de San Esteban (1134), la orden, después de treinta y seis años de existencia, contaba con 70 monasterios, 55 de ellos en Francia.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Santa Hildegarda

Santa Hildegarda recibie la divina inspiración. 1933
Facsimil del Codex Scivias de 1179
Monasterio de Santa Hildegarda Eibingen

Celebramos hoy la memoria de una de las grandes monjas benedictinas de la Edad Media: santa Hildegarda. La iluminación que contemplamos pertenece a un fácsimil hecho a mano en torno al año 1933, del Códice original Scivias. Este Códice se encontraba en la Biblioteca de la Universidad de Passau, pero el año 1945 fue enviado a Dresde para intentar salvarlo, lo que resultó fatal, pues pereció en el bombardeo de la ciudad. Dejamos al papa Benedicto XVI, en su Audiencia General del 1 de septiembre de 2010, hablarnos de la santa:

También en aquellos siglos de la historia que habitualmente llamamos Edad Media, muchas figuras femeninas destacaron por su santidad de vida y por la riqueza de su enseñanza. Hoy quiero comenzar a presentaros a una de ellas: santa Hildegarda de Bingen, que vivió en Alemania en el siglo XII. Nació en 1098 en Renania, en Bermersheim, cerca de Alzey, y murió en 1179, a la edad de 81 años, pese a la continua fragilidad de su salud. Hildegarda pertenecía a una familia noble y numerosa; y desde su nacimiento sus padres la dedicaron al servicio de Dios. A los ocho años, a fin de que recibiera una adecuada formación humana y cristiana, fue encomendada a los cuidados de la maestra Judith de Spanheim, que se había retirado en clausura al monasterio benedictino de san Disibodo. Se fue formando un pequeño monasterio femenino de clausura, que seguía la regla de san Benito. Hildegarda recibió el velo de manos del obispo Otón de Bamberg y, en 1136, cuando murió la madre Judith, que era la superiora de la comunidad, las hermanas la llamaron a sucederla. Desempeñó esta tarea sacando fruto de sus dotes de mujer culta, espiritualmente elevada y capaz de afrontar con competencia los aspectos organizativos de la vida claustral. Algunos años más tarde, también a causa del número creciente de las jóvenes que llamaban a las puertas del monasterio, Hildegarda fundó otra comunidad en Bingen, dedicada a san Ruperto, donde pasó el resto de su vida. Su manera de ejercer el ministerio de la autoridad es ejemplar para toda comunidad religiosa: suscitaba una santa emulación en la práctica del bien, tanto que, como muestran algunos testimonios de la época, la madre y las hijas competían en amarse y en servirse mutuamente.

Ya en los años en que era superiora del monasterio de san Disibodo, Hildegarda había comenzado a dictar las visiones místicas, que recibía desde hacía tiempo, a su consejero espiritual, el monje Volmar, y a su secretaria, una hermana a la que quería mucho, Richardis de Strade. Como sucede siempre en la vida de los verdaderos místicos, también Hildegarda quiso someterse a la autoridad de personas sabias para discernir el origen de sus visiones, temiendo que fueran fruto de imaginaciones y que no vinieran de Dios. Por eso se dirigió a la persona que en su tiempo gozaba de la máxima estima en la Iglesia: san Bernardo de Claraval, del cual ya hablé en algunas catequesis. Este tranquilizó y alentó a Hildegarda. Y en 1147 recibió otra aprobación importantísima. El Papa Eugenio III, que presidía un sínodo en Tréveris, leyó un texto dictado por Hildegarda, que le había presentado el arzobispo Enrique de Maguncia. El Papa autorizó a la mística a escribir sus visiones y a hablar en público. Desde aquel momento el prestigio espiritual de Hildegarda creció cada vez más, tanto es así que sus contemporáneos le atribuyeron el título de «profetisa teutónica». Este, queridos amigos, es el sello de una experiencia auténtica del Espíritu Santo, fuente de todo carisma: la persona depositaria de dones sobrenaturales nunca presume de ellos, no los ostenta y, sobre todo, muestra una obediencia total a la autoridad eclesial. En efecto, todo don que distribuye el Espíritu Santo está destinado a la edificación de la Iglesia, y la Iglesia, a través de sus pastores, reconoce su autenticidad.

domingo, 30 de junio de 2013

La vocación de Eliseo


"Historiale Biblia" 1732,  Petrus Comestor 
Tinta sobre pergamino
Koninklijke Bibliotheek , La Haya. Países Bajos 

La historia de la llamada de Eliseo que hoy leemos en la liturgía, (1Rey. 19, 15-21) se complementa con el evangelios ( Lc 9, 51-62) y la respuesta al seguimiento de Cristo. Es un relato vocacional, como tantos en la Biblia, pero con peculiaridades y sobre todo una misión como vocación profética. Vivir segun el Espíritu, como dice san Pablo, ( Gal. 5, 1. 13-18) ha de hacernos profetas y misioneros. Quien vive segun el Espíritu vive una vocación en la libertad: no en una libertad para que se aproveche la carne; al contrario, para ser esclavos unos de otros por amor. 

La vocación en Eliseo es total. Eliseo no puede volver atrás, porque ya es de Dios, ha sido segregado para una misión. Ha sido ungido con el manto profético, y no hay demoras. La vocación de Eliseo es un llamado al cambio radical, cambio que se manifiesta en la acción siguiente.  "Volvió atrás Eliseo, tomó la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio. Con el yugo de los bueyes asó la carne y la entregó al pueblo para que comieran. Luego se levantó, siguió a Elías y le servía." (19. 21)

El manto, en este caso, es desposorio de Eliseo con Yahvé, pero mucho más que eso; es posesión que toma Dios de Eliseo, es seducción que lo obliga, es relación carnal en el sentido de intimidad. Eliseo ya no podrá separarse de Dios. "Entonces Eliseo abandonó los bueyes y echó a correr tras Elías, diciendo: “Déjame ir a besar a mi padre y a mi madre y te seguiré”. Le respondió: “Anda y vuélvete, pues ¿qué te he hecho?” (19.20)

Eliseo sacrifica los bueyes y quema el yugo, o sea, se queda sin trabajo. Ya no puede arar más. Ha cambiado radicalmente su vida en pos del seguimiento de Elías, que es seguimiento de Yahvé. Si era rico, se ha vuelto pobre. Y más aún, se ha convertido en siervo de un perseguido político, o sea, se ha rebajado completamente, para asumir desde allí su misión. No es ni siquiera discípulo de Elías; es su servidor. Ha dejado atrás lo antiguo, su trabajo y su casa, su familia. Comienza un nuevo camino porque considera que Yahvé es el valor absoluto, y lo demás es relativo.

La repartición de la carne es un gesto de intimidad con el pueblo, es compartir la mesa. Eliseo ha sido llamado para ser profeta de su tierra, ha sido llamado a un compromiso que es religioso y que es social. Cambia su vida radicalmente para donarse radicalmente en servicio de lo divino y del Pueblo. Ya no puede volver porque ha quemado su vida antigua y ha repartido lo que tenía. Ahora sólo puede dar su persona.