Jonas arrojado al mar. Siglo IV. Anónimo
Catacumba de los santos Marcelino y Pedro (Roma)
La Eucaristía del Miércoles primer de Cuaresma trae a colación dos figuras de la antigüedad, cuya fe en medio de difíciles circunstancias se contrapone a la incredulidad de quienes están escuchando en Jesús el cumplimiento de las promesas: la reina de Saba, y el profeta Jonás. La pasada cuaresma, abordamos el tema de la
Visita de la Reina de Saba a Salomón.
Este año, en cambio, nos centraremos en la figura de Jonás, el profeta que fue enviado a Nínive para anunciar que la ciudad sería destruida por sus pecados. Jonás no está dispuesto a cumplir la voluntad de Dios y huye hacia Tarsis. Sin embargo, cuando está navegando, Dios desata una gran tormenta. Los navegantes preguntan a Jonás por qué sucede aquello y, al descubrir su falta, lo tiran al mar, que inmediatamente se calma. Un gran pez se tragó a Jonás, que estuvo en su vientre tres días y tres noches. Por fin, es devuelto a la tierra, predica en Nínive, y consigue la conversión de sus malvados habitantes. Jesús utiliza el símil de Jonás para decir que a sus contemporáneos no se les dará otro signo para creer en el Hijo del Hombre que el de Jonás, que estuvo tres días en el seno del pez. Así, Jesús mismo, estará tres días en el seno de la tierra, resucitando por fin.
A causa de su relación con la resurrección, establecida por el mismo Jesús, y también su obvia relación el con bautismo, por el hecho de sumergirse en el agua, fue utilizado frecuentemente este tema en el primer arte cristiano, el que llamamos paleo-cristiano. Un ejemplo es el fresco que hoy traemos a consideración, pintado en la Catacumba de los santos Marcelino y Pedro, en Roma, que fue pintado poco después del final de las persecuciones. Los marineros viajan en una galera, movida a remos; y tiran al profeta al mar. A la derecha de la representación, un monstruo marino está dispuesto para devorarlo.
Es llamativo no sólo el hecho de la antigüedad de este representación, sino también su ubicación en una catacumba, es decir, un lugar donde los cristianos eran enterrados a la espera de la resurrección. Esta obra nos invita, por muchos motivos, a fortalecernos en la fe, en medio de los combates que tengamos que afrontar.