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domingo, 1 de octubre de 2017

Joos van Cleve. El Salvador

El Salvador. 1520. Atribuido a Joos van Cleve
Óleo sobre tabla. Medidas: 60 cm x 47 cm.
Museo del Prado. Madrid. España

Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

La segunda lectura de la Eucaristía de hoy nos propone el célebre canto del abajamiento y la exaltación de Cristo, contenido en la Carta de san Pablo a los Filipenses. Cristos se convierte no sólo en el anunciador del Reino de Dios sino él, en persona, el cumplimiento propio de dicho anuncio. Por eso, hemos escogido hoy un magnífico Cristo en majestad para ilustrar este cántico, atribuido al pintor flamenco Joos van Cleve, activo durante el Renacimiento especialmente en los países nórdicos.

La figura de Cristo como Salvador, en su majestad, es de menos de medio cuerpo, en actitud de bendecir. Tiene el mundo -con un paisaje- en la mano izquierda. Repite el modelo del Salvator Mundi del Museo del Louvre, pero la versión del Louvre presenta un modelado suave y un colorido cálido, propio de la primera versión. En la obra del Museo del Prado los colores y la luz son más fríos, el modelado es más duro y pulido. Los rasgos alargados y femeninos del Cristo recuerdan a Leonardo. Se trata de una pintura extraña en Joos van Cleve, pero existen paralelismos con los retratos tardíos por la técnica pastosa y realizar las manos con gran volumen.

domingo, 29 de mayo de 2016

Joos van Cleve. Retablo del Llanto sobre Cristo muerto

Llanto sobre Cristo muerto, 1520-1525. Joos van Cleve
Óleo sobre tabla,
Museo del Louvre. París

Contemplamos un retablo completo, dividido en tres cuerpos. En el central, contemplamos el Llanto sobre Cristo muerto. En la parte superior, aparece la Estigmatización de san Francisco; y, por fin, en la parte inferior, se nos muestra la Última Cena, según el modelo que Leonardo pintó a finales del siglo XV.

Esta obra nos muestra el significado de la Eucaristía, como sacramento en el que se renueva y actualiza la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Haced esto en memoria mía, es lo que dijo el Señor durante la Última Cena.

sábado, 28 de mayo de 2016

Joos van Cleve. Cristo, Salvador del mundo

Cristo, Salvador del mundo, 1516-1518. Joos van Cleve
Óleo sobre tabla, Medidas: 54 x 40 cm
Museo del Louvre. París

En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?»

A esta pregunta que formulan los sumos sacerdotes en el evangelio que leemos hoy, respondemos llenos de fe: Con la autoridad del Hijo de Dios, que le ha sido conferida por Dios Padre todopoderoso, como Salvador del mundo.

Joos van Cleve (1485-1541), también llamado Joos van Cleef, Joos van der Beke y Maestro de la Muerte de la Virgen, fue un pintor flamenco del Renacimiento en los países nórdicos. Miembro al parecer de una familia de artistas, pues el apellido Cleef se repite entre los pintores de Amberes, es poco lo que se conoce de su vida y de su carrera artística. Podría haber nacido en Cléveris (Cleve en alemán, Kleef en neerlandés), actualmente ciudad alemana pero en el siglo XVI en el ducado de Cleves, integrado política y culturalmente en los Países Bajos.

Debió de formarse con Jan Joest, con quien colaboró en las puertas del retablo de la iglesia de San Nicolás de Kalkar, en el Bajo Rin. De allí es posible que pasase a Brujas antes de instalarse en Amberes. Se dedicó al retrato y a la pintura religiosa, en ocasiones repitiendo sus composiciones de figuras abigarradas, fondos de arquitecturas renacentistas y venta fácil. La Muerte de la Virgen del Wallraf-Richartz Museum de Colonia, fechada en su marco en 1515 y firmada con monograma en una de las vidrieras que aparecen en la escena, sirvió de punto de partida para el reconocimiento de su estilo inicial y atribuirle así las obras que hasta entonces se habían venido asignando al Maestro de la Muerte de la Virgen.

martes, 30 de septiembre de 2014

Joos van Cleve. San Jerónimo meditando.


San Jerónimo meditando. XVI. Atribuido a Joos van Cleve
Óleo sobre tabla. Medidas: 62 cm x 54 cm.
Museo del Prado. Madrid. España

Recordamos hoy a san Jerónimo, cuya vida se extiende entre los años 350 y 420. San Jerónimo fue un escritor que abrazó la vida monástica, entregándose en cuerpo y alma al estudio de las Sagradas Escrituras. Para ello, se desplazó a la Tierra Santa, donde emprendió la labor de traducir del griego y el hebreo al latín la Biblia, en la edición llamada Vulgata, es decir, asequible al pueblo, que hasta nuestros días ha estado vigente.

La iconografía de san Jerónimo es muy abundante. Suele representársele con el hábito de cardenal estudiando la Biblia, o como penitente en la cueva. Nosotros hemos escogido una tabla del flamenco van Cleve (cuyo Salvador contemplamos hace un par de días), en la que aparece san Jerónimo en actitud de estudio, con un libro abierto sobre un atril delante de él, unos anteojos dejados sobre el tapete verde de su mesa, donde están los instrumentos de la escritura, y señalando con el dedo una calavera, signo de la caducidad de lo humano. Al fondo hay una cartela que dice: Memento mori et respice finem, es decir, recuerdo que has de morir y mira el fin.

En su Prólogo al Comentario sobre el Profeta Isaías, describe san Jerónimo su apasionamiento por las Sagradas Escrituas en los siguientes términos:

Cumplo con mi deber obedeciendo los preceptos de Cristo, que dice: Estudiad las Escrituras, y también: Buscad, y encontraréis, para que no tenga que decirme, como a los judíos: Estáis muy equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni el poder de Dios. Pues si, como dice el apóstol Pablo, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios, y el que no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo.

Por esto, quiero imitar al padre de familia que del arca va sacando lo nuevo y lo antiguo, y a la esposa que dice en el Cantar de los cantares: He guardado para ti, mi amado, lo nuevo y lo antiguo; y, así, expondré el libro de Isaías, haciendo ver en él no sólo al profeta, sino también al evangelista y apóstol. El, en efecto, refiriéndose a sí mismo y a los demás evangelistas, dice: ¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva! Y Dios le habla como a un apóstol, cuando dice: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá a ese pueblo? Y él responde: Aquí estoy, mándame.

Nadie piense que yo quiero resumir en pocas palabras el contenido de este libro, ya que él abarca todos los misterios del Señor: predice, en efecto, al Emmanuel que nacerá de la Virgen, que realizará obras y signos admirables, que morirá, será sepultado y resucitará del país de los muertos, y será el Salvador de todos los hombres.

¿Para qué voy a hablar de física, de ética, de lógica? Este libro es como un compendio de todas las Escrituras y encierra en sí cuanto es capaz de pronunciar la lengua humana y sentir el hombre mortal. El mismo libro contiene unas palabras que atestiguan su carácter misterioso y profundo: Cualquier visión se os volverá —dice— como el texto de un libro sellado: se lo dan a uno que sabe leer, diciéndole: «Por favor, lee esto», Y él responde: «No puedo, porque está sellado». Y se lo dan a uno que no sabe leer, diciéndole: «Por favor, lee esto». Y él responde: «No sé leer».

Y si a alguno le parece débil esta argumentación, que oiga lo que dice el Apóstol: De los profetas, que prediquen dos o tres, los demás den su opinión. Pero en caso que otro, mientras está sentado, recibiera una revelación, que se calle el de antes. ¿Qué razón tienen los profetas para silenciar su boca, para callar o hablar, si el Espíritu es quien habla por boca de ellos? Por consiguiente, si recibían del Espíritu lo que decían, las cosas que comunicaban estaban llenas de sabiduría y de sentido. Lo que llegaba a oídos de los profetas no era el sonido de una voz material, sino que era Dios quien hablaba en su interior, como dice uno de ellos: El ángel que hablaba en mí, y también: Que clama en nuestros corazones: «¡Abbá! (Padre)», y asimismo: Voy a escuchar lo que dice el Señor.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Joos van Cleve. El Salvador

El Salvador. 1520. Atribuido a Joos van Cleve
Óleo sobre tabla. Medidas: 60 cm x 47 cm.
Museo del Prado. Madrid. España

Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

La segunda lectura de la Eucaristía de hoy nos propone el célebre canto del abajamiento y la exaltación de Cristo, contenido en la Carta de san Pablo a los Filipenses. Cristos se convierte no sólo en el anunciador del Reino de Dios sino él, en persona, el cumplimiento propio de dicho anuncio. Por eso, hemos escogido hoy un magnífico Cristo en majestad para ilustrar este cántico, atribuido al pintor flamenco Joos van Cleve, activo durante el Renacimiento especialmente en los países nórdicos.

La figura de Cristo como Salvador, en su majestad, es de menos de medio cuerpo, en actitud de bendecir. Tiene el mundo -con un paisaje- en la mano izquierda. Repite el modelo del Salvator Mundi del Museo del Louvre, pero la versión del Louvre presenta un modelado suave y un colorido cálido, propio de la primera versión. En la obra del Museo del Prado los colores y la luz son más fríos, el modelado es más duro y pulido. Los rasgos alargados y femeninos del Cristo recuerdan a Leonardo. Se trata de una pintura extraña en Joos van Cleve, pero existen paralelismos con los retratos tardíos por la técnica pastosa y realizar las manos con gran volumen.