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viernes, 2 de octubre de 2015

Pietro da Cortona. El ángel de la guarda

El ángel de la guarda. 1656. Pietro da Cortona
 Óleo sobre lienzo. Medidas: 225 cm x 143 cm.
Galería Nacional de Arte Antiguo. Roma

Celebramos hoy la memoria de los santos ángeles custodios. En toda la Biblia encontramos que repetidamente se da a entender que cada alma tiene su ángel de la guarda. Así, cuando Abraham envió a su siervo a buscar una esposa para Isaac, le dijo: Él enviará su Ángel delante de ti". Son muy conocidas las palabras del Salmo 90,11-12 que el diablo le citó a Nuestro Señor (Mt. 4,6), y Judit (13,20) relata su hecho heroico diciendo: ¡Vive el Señor! Porque su ángel me ha protegido” Estos pasajes y muchos como ellos (Gén. 16,6-32; Oseas 12,5; 1 Rey. 19,5; Hch. 12,7; Sal 34(33),8), a pesar de que no demuestran por sí mismos la doctrina de que cada individuo tiene designado su ángel de la guarda, reciben su complemento en las palabras de Nuestro Salvador: Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos (Mt. 18,10), palabras que ilustran el comentario de San Agustín: Lo que está escondido en el Antiguo Testamento, se hace manifiesto en el Nuevo. De hecho, el libro de Tobías, más que cualquier otro, parece destinado a enseñarnos esta verdad, y San Jerónimo dice, en su comentario sobre las antedichas palabras de Nuestro Señor: La dignidad de un alma es tan grande, que cada una tiene un ángel de la guarda desde su nacimiento.

La doctrina general de que los ángeles son nuestros guardianes designados es considerada una cuestión de fe, pero que cada miembro individual de la raza humana tiene su propio ángel de la guarda individual no es de fe; sin embargo esta idea tiene tan fuerte apoyo por parte de los Doctores de la Iglesia que sería temerario negarlo. Pedro Lombardo se inclina a pensar que un ángel está encargado de varios seres humanos individuales. Las hermosas homilías de San Bernardo sobre el Salmo 90 respiran el espíritu de la Iglesia pero sin resolver la cuestión.

El culto católico a los ángeles es totalmente bíblico. Quizás la primera declaración explícita sobre esto se encuentra en las palabras de San Ambrosio: Debemos orar a los ángeles que nos son dados como guardianes (De Viduis, IX). Un culto indebido a los ángeles fue reprobado por San Pablo (Col. 2,18), el Canon 35 del Sínodo de Laodicea evidencia que esta tendencia permaneció por mucho tiempo en este mismo distrito.

viernes, 24 de abril de 2015

Pietro da Cortona. Ananías devuelve la vista a Saulo

Ananías devuelve la vista a Saulo. 1631. Pietro da Cortona
Óleo sobre lienzo.
Iglesia de Santa María de la Concepción de los Capuchinos. Roma

Cayó a tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Preguntó él: «¿Quién eres, Señor?» Respondió la voz: «Soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad, y allí te dirán lo que tienes que hacer.» Sus compañeros de viaje se quedaron mudos de estupor, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía. Lo llevaron de la mano hasta Damasco. Allí estuvo tres días ciego, sin comer ni beber. Había en Damasco un discípulo, que se llamaba Ananías.  El Señor lo llamó en una visión: «Ananías.» Respondió él: «Aquí estoy, Señor.» El Señor le dijo: «Ve a la calle Mayor, a casa de Judas, y pregunta por un tal Saulo de Tarso. Está orando, y ha visto a un cierto Ananías que entra y le impone las manos para que recobre la vista.»

Llegamos en la lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles que hacemos en la Eucaristía al episodio de la conversión de san Pablo. Dicha conversión, más que del arrepentimiento de sus pecados, se refiere a su vuelta a Cristo, su girarse hacia Cristo reconociéndole como única vía de salvación prometida por Dios a Israel y venido en la plenitud del tiempo.

El lienzo que contemplamos hoy nos muestra a Ananías, en Damasco, curando a Saulo, que ha perdido la vista tras la visión del Señor que tuvo en el camino, desde Jerusalén. Curiosamente, están representados elementos típicos del bautismo: el siervo que porta una bandeja sobre la que posa un ánfora, tanto símbolo del agua como de los sagrados óleos; otro discípulo porta la vela encendida que está presente en el bautismo. Por fin, Ananías hace el signo de la cruz sobre su frente.