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viernes, 25 de enero de 2019

Parmigiano. La Conversión de san Pablo

La Conversión de san Pablo. 1552. Parmigiano
Óleo sobre lienzo. Medidas: 177 cm x 128 cm
Museo de Historia del Arte. Viena

Cerca ya de Damasco, hacia mediodía, de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Yo pregunté: "¿Quién eres, Señor?" Me respondió: "Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues.

En la fiesta de la Conversión de san Pablo, contemplamos la representación que de ella pintó el Parmigiano. Girolamo Francesco Maria Mazzola (Parma, 11 de enero de 1503 - Casalmaggiore, cerca de Cremona, 24 de agosto de 1540), llamado il Parmigianino por su lugar de nacimiento, además de por su reducida estatura y aspecto grácil. Fue un pintor italiano, considerado uno de los máximos exponentes del manierismo.

viernes, 5 de mayo de 2017

Murillo. La conversión de san Pablo

La conversión de san Pablo. 1675-1682. Bartolomé Esteban Murillo
Óleo sobre lienzo. Medidas: 125cm x 169cm.
Museo del Prado. Madrid.

La liturgia de este tercer viernes de Pascua nos propone, en la primera lectura de la Eucaristía, la conversión de san Pablo. Los orígenes de la Iglesia estuvieron marcados tanto por la dura experiencia de la persecución como, sobre todo, por la poderosa actuación del Espíritu Santo, que resucita a Jesús de entre los muertos, y que sigue obrando sus mismos signos y prodigios, como inequívoca señal de la definitiva intervención de Dios en la historia de los hombres.

Ambos elementos convergen en la figura de Saulo, el enemigo de los cristianos que los persigue con saña no sólo en Jerusalén, sino que también extiende su furor a la ciudad de Damasco. De camino, sin embargo, el mismo Señor se le manifiesta y cambia radicalmente el destino de su existencia.

contemplamos esta escena en un lienzo de Murillo, inspirado en prototipos de Rubens, que en este caso se habrían transmitido a través de estampas. Narra el momento en que san Pablo, recién caído del caballo, oye que Cristo le pregunta: ¿Por qué me persigues? Todo ello con un sentido muy dinámico y con una utilización del color, de la luz y de las masas muy barroca, en la que se juega con el contraste entre el espacio casi vacío ocupado por la luz y Cristo, y el arremolinamiento de san Pablo y sus acompañantes ante un fondo tenebroso.

Murillo fue un artista con un temperamento pictórico pausado, y la mayor parte de los temas que cultivó se adaptaban más al movimiento contenido que al arrebato. En sus escenas de la vida doméstica de Cristo y la Virgen, sus descripciones de visiones y apariciones que transcurren tranquilamente en el interior de una celda y en horas de sueño o meditación, o sus Inmaculadas triunfales pero no apresuradas se impone un ritmo tranquilo aunque no estático. La propia técnica pictórica es muy segura y contenida; nunca fogosa o desbocada como lo era a veces en su colega Valdés Leal. Sin embargo, Murillo estaba más que suficientemente dotado para expresar el arrebato, el drama desatado y el dinamismo impetuoso, como lo demuestra sobradamente en esta obra, que por su tema y su tratamiento narrativo se cuenta entre las más singulares de su carrera.

miércoles, 25 de enero de 2017

Caravaggio. La conversión de Pablo

La conversión de san Pablo, 1600. Caravaggio
Óleo sobre lienzo, Medidas: 175 x 230 cm
Iglesia de Santa Maria del Popolo. Roma

Aunque por ser domingo no se celebre litúrgicamente, nos recuerda hoy el Martirologio romano la Conversión de san Pablo. El relato aparece en el libro de los Hecho de los Apóstoles en dos ocasiones, y también es aludido por el propio Pablo en alguna de sus cartas. Llendo a Damasco, se vio tirado al suelo por la presencia luminosa de Dios, quien le pone de manifiesto que no es otro sino el mismo Jesús al que está persiguiendo. Esta escena ha sido reiteradamente representada en la iconografía cristiana. Tal vez una de las obras más conocidas, que ya contemplamos hace dos años, es la que Caravaggio pintó para la iglesia romana de Santa Maria del Popolo.

Caravaggio nos cuenta esta historia bajo una apariencia trivial. La escena parece tener lugar en un establo, dadas las asfixiantes dimensiones del marco. El caballo es un percherón robusto y zafio, inadecuado para el joven soldado que se supone era Saulo. Y para rematar las paradojas, el ambiente es nocturno y no el del mediodía aludido en el texto de la Escritura. Estos recursos, que vulgarizan la apariencia de la escena, son empleados con frecuencia por Caravaggio para revelar la presencia divina en lo cotidiano, e incluso en lo banal.

Existen detalles que nos indican la trascendencia divina de lo que contemplamos, pese a los elementos groseros. Estos signos de divinidad son varios: el más sutil es el vacío creado en el centro de la composición, una ausencia que da a entender otro tipo de presencia, que sería la que ha derribado al joven. Por otro lado tenemos la luz irreal y masiva que ilumina de lleno a Saulo, pero no al criado. La mole inmensa del caballo parece venirse encima del caído, que implora con los brazos abiertos. Los ojos del muchacho están cerrados, pero su rostro no expresa temor sino que parece estar absorto en el éxtasis. Siguiendo estas claves, Caravaggio nos desvela magistralmente la presencia de la divinidad en una escena que podría ser completamente cotidiana.

viernes, 24 de abril de 2015

Pietro da Cortona. Ananías devuelve la vista a Saulo

Ananías devuelve la vista a Saulo. 1631. Pietro da Cortona
Óleo sobre lienzo.
Iglesia de Santa María de la Concepción de los Capuchinos. Roma

Cayó a tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Preguntó él: «¿Quién eres, Señor?» Respondió la voz: «Soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad, y allí te dirán lo que tienes que hacer.» Sus compañeros de viaje se quedaron mudos de estupor, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía. Lo llevaron de la mano hasta Damasco. Allí estuvo tres días ciego, sin comer ni beber. Había en Damasco un discípulo, que se llamaba Ananías.  El Señor lo llamó en una visión: «Ananías.» Respondió él: «Aquí estoy, Señor.» El Señor le dijo: «Ve a la calle Mayor, a casa de Judas, y pregunta por un tal Saulo de Tarso. Está orando, y ha visto a un cierto Ananías que entra y le impone las manos para que recobre la vista.»

Llegamos en la lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles que hacemos en la Eucaristía al episodio de la conversión de san Pablo. Dicha conversión, más que del arrepentimiento de sus pecados, se refiere a su vuelta a Cristo, su girarse hacia Cristo reconociéndole como única vía de salvación prometida por Dios a Israel y venido en la plenitud del tiempo.

El lienzo que contemplamos hoy nos muestra a Ananías, en Damasco, curando a Saulo, que ha perdido la vista tras la visión del Señor que tuvo en el camino, desde Jerusalén. Curiosamente, están representados elementos típicos del bautismo: el siervo que porta una bandeja sobre la que posa un ánfora, tanto símbolo del agua como de los sagrados óleos; otro discípulo porta la vela encendida que está presente en el bautismo. Por fin, Ananías hace el signo de la cruz sobre su frente.

domingo, 25 de enero de 2015

Caravaggio. La conversión de Pablo

La conversión de san Pablo, 1600. Caravaggio
Óleo sobre lienzo, Medidas: 175 x 230 cm
Iglesia de Santa Maria del Popolo. Roma

Aunque por ser domingo no se celebre litúrgicamente, nos recuerda hoy el Martirologio romano la Conversión de san Pablo. El relato aparece en el libro de los Hecho de los Apóstoles en dos ocasiones, y también es aludido por el propio Pablo en alguna de sus cartas. Llendo a Damasco, se vio tirado al suelo por la presencia luminosa de Dios, quien le pone de manifiesto que no es otro sino el mismo Jesús al que está persiguiendo. Esta escena ha sido reiteradamente representada en la iconografía cristiana. Tal vez una de las obras más conocidas, que ya contemplamos hace dos años, es la que Caravaggio pintó para la iglesia romana de Santa Maria del Popolo.

Caravaggio nos cuenta esta historia bajo una apariencia trivial. La escena parece tener lugar en un establo, dadas las asfixiantes dimensiones del marco. El caballo es un percherón robusto y zafio, inadecuado para el joven soldado que se supone era Saulo. Y para rematar las paradojas, el ambiente es nocturno y no el del mediodía aludido en el texto de la Escritura. Estos recursos, que vulgarizan la apariencia de la escena, son empleados con frecuencia por Caravaggio para revelar la presencia divina en lo cotidiano, e incluso en lo banal.

Existen detalles que nos indican la trascendencia divina de lo que contemplamos, pese a los elementos groseros. Estos signos de divinidad son varios: el más sutil es el vacío creado en el centro de la composición, una ausencia que da a entender otro tipo de presencia, que sería la que ha derribado al joven. Por otro lado tenemos la luz irreal y masiva que ilumina de lleno a Saulo, pero no al criado. La mole inmensa del caballo parece venirse encima del caído, que implora con los brazos abiertos. Los ojos del muchacho están cerrados, pero su rostro no expresa temor sino que parece estar absorto en el éxtasis. Siguiendo estas claves, Caravaggio nos desvela magistralmente la presencia de la divinidad en una escena que podría ser completamente cotidiana.

viernes, 9 de mayo de 2014

Murillo. La conversión de san Pablo

La conversión de san Pablo. 1675-1682. Bartolomé Esteban Murillo
Óleo sobre lienzo. Medidas: 125cm x 169cm.
Museo del Prado. Madrid.

La liturgia de este tercer viernes de Pascua nos propone, en la primera lectura de la Eucaristía, la conversión de san Pablo. Los orígenes de la Iglesia estuvieron marcados tanto por la dura experiencia de la persecución como, sobre todo, por la poderosa actuación del Espíritu Santo, que resucita a Jesús de entre los muertos, y que sigue obrando sus mismos signos y prodigios, como inequívoca señal de la definitiva intervención de Dios en la historia de los hombres.

Ambos elementos convergen en la figura de Saulo, el enemigo de los cristianos que los persigue con saña no sólo en Jerusalén, sino que también extiende su furor a la ciudad de Damasco. De camino, sin embargo, el mismo Señor se le manifiesta y cambia radicalmente el destino de su existencia.

contemplamos esta escena en un lienzo de Murillo, inspirado en prototipos de Rubens, que en este caso se habrían transmitido a través de estampas. Narra el momento en que san Pablo, recién caído del caballo, oye que Cristo le pregunta: ¿Por qué me persigues? Todo ello con un sentido muy dinámico y con una utilización del color, de la luz y de las masas muy barroca, en la que se juega con el contraste entre el espacio casi vacío ocupado por la luz y Cristo, y el arremolinamiento de san Pablo y sus acompañantes ante un fondo tenebroso.

Murillo fue un artista con un temperamento pictórico pausado, y la mayor parte de los temas que cultivó se adaptaban más al movimiento contenido que al arrebato. En sus escenas de la vida doméstica de Cristo y la Virgen, sus descripciones de visiones y apariciones que transcurren tranquilamente en el interior de una celda y en horas de sueño o meditación, o sus Inmaculadas triunfales pero no apresuradas se impone un ritmo tranquilo aunque no estático. La propia técnica pictórica es muy segura y contenida; nunca fogosa o desbocada como lo era a veces en su colega Valdés Leal. Sin embargo, Murillo estaba más que suficientemente dotado para expresar el arrebato, el drama desatado y el dinamismo impetuoso, como lo demuestra sobradamente en esta obra, que por su tema y su tratamiento narrativo se cuenta entre las más singulares de su carrera.

viernes, 19 de abril de 2013

La conversión de san Pablo


La conversión de san Pablo. 1614. Juan Bautista Maino
Óleo sobre lienzo. 243 x 157 cm

Hoy el libro de  los Hechos de los apóstoles (9, 1-20) nos cuenta como Saulo -san Pablo- después de perseguir a los seguidores de Cristo, éste le sale al encuentro en el camino de Damasco, se le revela y Saulo, a partir de entonces, cambia de aptitud y se convertirá en el apóstol de los gentiles.

En aquellos días, Saulo seguía echando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor. Fue a ver al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, autorizándolo a traerse presos a Jerusalén a todos los que seguían el nuevo camino, hombres y mujeres.
En el viaje, cerca ya de Damasco, de repente, una luz celeste lo envolvió con su resplandor. Cayó a tierra y oyó una voz que le decía:
- «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»
Preguntó él:
- «¿Quién eres, Señor?»
Respondió la voz:
- «Soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad, y allí te dirán lo que tienes que hacer.»

Después en el relato vemos como Ananias es llamado por el Señor para acoger a Saulo. El perseguidor es acogido, a pesar de los recelos del anciano, solo por que el Señor a sí lo manda.

Había en Damasco un discípulo, que se llamaba Ananías. El Señor lo llamó en una visión:
- «Ananías.»
Respondió él:
- «Aquí estoy, Señor.»
El Señor le dijo:
- «Ve a la calle Mayor, a casa de judas, y pregunta por un tal Saulo de Tarso. Está orando, y ha visto a un cierto Ananías que entra y le impone las manos para que recobre la vista.»
Ananías contestó:
- «Señor, he oído a muchos hablar de ese individuo y del daño que ha hecho a tus santos en Jerusalén. Además, trae autorización de los sumos sacerdotes para llevarse presos a todos los que invocan tu nombre.»
El Señor le dijo:
- «Anda, ve; que ese hombre es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes, y a los israelitas. Yo le enseñaré lo que tiene que sufrir por mi nombre.»

La fuerza del Altisimo es capaz de derribar todas las fronteras y allanar todos los caminos. Se sirve de todos aquellos que pueden parecer indignos a los ojos de los hombres para convertirlos en instrumentos suyos. El caso de Pablo sera un ejemplo para estar muy atentos a la voz de Dios Como vimos ayer con el etíope y Felipe. Hoy vemos al anciano Ananias, con el gran Saulo.

Salió Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y dijo:
- «Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció cuando venías por el camino, me ha enviado para que recobres la vista y te llenes de Espíritu Santo.»
Inmediatamente se le cayeron de los ojos una especie de escamas, y recobró la vista. Se levantó, y lo bautizaron. Comió, y le volvieron las fuerzas.
Se quedó unos días con los discípulos de Damasco, y luego se puso a predicar en las sinagogas, afirmando que Jesús es el Hijo de Dios.

El anciano acoge, liberado del recelo a quien parecía indigno, el joven, perdido su orgullosa autoridad, acepta la verdad de Cristo y se hace bautizar. Con la fuerza del Espíritu Santo proclama que Jesús es el Hijo de Dios. Ese Jesús que es el pan de la vida, el mismo que aseguro de si, "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día." Pablo creyó en Jesús,   comió del pan de la vida y vive para siempre. Hagamos nosotros lo mismo y dispongamos nuestro corazón abriéndolo a la gracia de Dios para se verdaderos testigos de quien nos ha prometido, ni mas ni menos, que la vida eterna.

El cuadro que contemplamos, puede ser uno mas de la gran iconografía que existe del tema que nos ocupa, pero me parece que la escena carece de la violencia que otros manifiestan. Saulo ha caído del caballo, los compañeros se alejan por la derecha como si la escena no fuese con ellos, y Cristo irrumpe en en un dialogo privado con Saulo que desposeído de todo su vigor acepta humildemente la presencia de la divinidad que lo llama. Los ángeles asisten como testigos mudos del evento manifestando en su presencia lo sobrenatural del caso. 
Posiblemente y, ya que Maino fue uno de los introductores en España de la cultura figurativa de Caravaggio y del círculo de pintores activos en Roma a principios del siglo XVII, haga aquí el artista una manifestación de maestría compositiva de cuanto pudo ver y aprender en Italia entre 1600 y 1608.