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domingo, 5 de julio de 2015

Antonello da Messina. Cristo atado a la columna

Cristo atado a la columna. 1476. Antonello da Messina
Óleo sobre tabla. Medidas: 30cm x 21cm.
Museo del Louvre. París

Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.» Esta frase pertenece al Evangelio que leemos en este domingo, donde se nos cuenta la duda y el escepticismo que se levanta en torno a Jesús, precisamente de parte de quienes lo conocen. La triste afirmación de Jesús encontrará su máxima expresión en su rechaza, tortura y ejecución.

Por eso, hemos escogido una de las más bellas tablas de Antonello da Messina, en la que aparece Cristo atado a la columna. Caracteriza a toda su obra una gran sencillez aunada con un extraordinario talento para crear formas puras hasta transfigurar la realidad tal como se percibe en esta tabla. En sus numerosos retratos (que incluyen autorretratos) se destaca un gran rigor formal y -sobre todo- una gran penetración psicológica.

lunes, 14 de abril de 2014

Antonello da Messina. La Crucifixión.

La Crucifixión. 1475. Antonello da Messina
Óleo sobre madera, 41 x 25 cm
National Galley. Londres.



Hemos comenzado la Semana Santa. la Cruz de Cristo, como diremos en el introito de la misa del Jueves Santo, debe ser el motivo de nuestra gloria y de nuestro mayor gozo. Estos días, consagrados al recuerdo, a la veneración y a la adoración de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, convergen en este acto de barbarie humana, a través del cual Dios quiso establecer las bases de una nueva Alianza: ahí está nuestra salvación y nuestra paz.

Es interesante la composición que logra Antonello da Messina en esta Crucifixión de Londres: en un plano inferior, la Virgen y San Juan están al pie de la Cruz, ante un entorno en el que se divisa la naturaleza, la ciudad de Jerusalén y un lago al fondo. Por encima, sobre el azul del cielo, la imagen del Señor crucificado.

Madre y discípulo contemplan el cadáver de Jesús, ya muerto y con el pecho atravesado por la lanzada del soldado. Al pie de la cruz, tres calaveras y huesos simbolizan a toda la humanidad, desde el comienzo, redimida por la sangre del Señor.

sábado, 25 de mayo de 2013

La Anunciación


La Anunciación, c. 1476. Obra de Antonello da Messina
Óleo sobre madera, 45 x 34,5 cm
Palazzo Abatellis, Palermo. Italia

Hoy sábado meditamos ante esta imagen de la Stma. Virgen María ayudados con el Sermón Magnificat de Beda el Venerable cuya memoria celebramos hoy. Esta obra es considerada una de las obras maestras del Renacimiento. Representa a María en el acto de recepción de la Anunciación del Arcángel.

María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador. 

El Señor, dice, me ha engrandecido con un don tan inmenso y tan inaudito, que no hay posibilidad de explicarlo con palabras, ni apenas el afecto más profundo del corazón es capaz de comprenderlo; por ello ofrezco todas las fuerzas del alma en acción de gracias, y me dedico con todo mi ser, mis sentidos y mi inteligencia a contemplar con agradecimiento la grandeza de aquel que no tiene fin, ya que mi espíritu se complace en la eterna divinidad de Jesús, mi Salvador, con cuya temporal concepción ha quedado fecundada mi carne.

Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo.
Ensalcemos juntos su nombre.

Se refiere al comienzo del himno, donde había dicho: Proclama mi alma la grandeza del Señor. Porque sólo aquella alma a la que el Señor se digna hacer grandes favores puede proclamar la grandeza del Señor con dignas alabanzas y dirigir a quienes comparten los mismos votos y propósitos una exhortación como ésta: Proclamad conmigo la grandeza del Señor, Pues quien, una vez que haya conocido al Señor, tenga en menos el proclamar su grandeza y santificar su nombre en la medida de sus fuerzas será el menos importante en el reino de los cielos. Ya que el nombre del Señor se llama santo, porque con su singular poder trasciende a toda criatura y dista ampliamente de todas las cosas que ha hecho.

Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia. Bellamente llama a Israel siervo del Señor, ya que efectivamente el Señor lo ha acogido para salvarlo por ser obediente y humilde, de acuerdo con lo que dice Oseas: Israel es mi siervo, y yo lo amo.

Porque quien rechaza la humillación tampoco puede acoger la salvación, ni exclamar con el profeta: Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida, y el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos.

Como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. No se refiere a la descendencia carnal de Abrahán, sino a la espiritual, o sea, no habla de los nacidos solamente de su carne, sino de los que siguieron las huellas de su fe, lo mismo dentro que fuera de Israel. Pues Abrahán había creído antes de la circuncisión, y su fe le fue tenida en cuenta para la justificación.

De modo que el advenimiento del Salvador se le prometió a Abrahán y a su descendencia por siempre, o sea, a los hijos de la promesa, de los que se dice: Si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de la promesa.

Con razón, pues, fueron ambas madres quienes anunciaron con sus profecías los nacimientos del Señor y de Juan, para que, así como el pecado empezó por medio de las mujeres, también los bienes comiencen por ellas, y la vida que pereció por el engaño de una sola mujer sea devuelta al mundo por la proclamación de dos mujeres que compiten por anunciar la salvación. 

Homilías de San Beda el Venerable, presbítero (Libro 1, 4: CCL 122, 25-26. 30)