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miércoles, 15 de junio de 2016

Valdés Leal. Ascensión de Elías

Ascensión de Elías. 1658. Juan de Valdés Leal
Óleo sobre lienzo. Medidas: 567cm x 508cm.
Iglesia del Carmen Calzado. Córdoba

Mientras ellos seguían conversando por el camino, los separó un carro de fuego con caballos de fuego, y Elías subió al cielo en el torbellino. Eliseo lo miraba y gritaba: «¡Padre mío, padre mío, carro y auriga de Israel! » Y ya no lo vio más.

La primera lectura de la Eucaristía de hoy nos relata la ascensión de Elías al cielo en el carro de fuego en presencia de su discípulo Eliseo. Este acontecimiento dejó honda huella en el sentimiento religioso de Israel; de hecho, Elías pasará a representar a todo el movimiento profético y, por eso, aparecerá junto a Moisés en la Transfiguración.

Para ilustrar este momento hemos escogido un lienzo del pintor barroco Valdés Leal, que puede verse en la Iglesia del Carmen Calzado de Córdoba. Aparece Eliseo en la esquina inferior mostrando con cierta teatralidad su asombro ante la ascensión de Elías, que en una composición de arrebatado movimiento, es llevado en una carro de fuego por unos caballos desbocados.

No es de extrañar que el cuadro esté en la iglesia de los carmelitas, pues el profeta Elías siempre gozó de gran consideración en la espiritualidad carmelita como precursor de la vida monástica.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Valdés Leal. Inmaculada Concepción

Inmaculada Concepción. 1682. Juan de Valdés Leal
Óleo sobre lienzo. Medidas: 206 cm. x 144 cm.
Museo del Prado. Madrid.

«Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre.»

Este último día del año litúrgico nos invita el Evangelio a huir del pecado para prepararnos al retorno glorioso del Señor. Por eso, hemos escogido este sábado este lienzo de la Inmaculada Concepción, la mujer llena de gracia que venció al pecado.

Vemos a la Virgen de pie, sobre la luna y rodeada de nubes, en una imagen que supone una variación respecto al tipo de representaciones de la Inmaculada predominantes en Sevilla. Mientras que en estas se hace hincapié en el dinamismo y se buscan fórmulas de lectura inmediata y contenido triunfal, esta pintura de Valdés Leal propone una aproximación más reflexiva al tema, que se plantea de una manera más compleja. María no se eleva triunfal al cielo, pues tanto su manto como su lenguaje corporal y su expresión facial rebosan intimidad y recogimiento. Algo parecido ocurre con los ángeles niños, que no revolotean raudos a su alrededor, sino que la rodean sosegados y devotos, portando en sus manos ramas y flores, entre las que se distinguen rosas, azucenas, una espiga de trigo, un ramo de olivo y una palma, todos ellos atributos marianos. En la parte inferior derecha, dos ángeles sostienen un espejo a manera de custodia, en el que vemos al Niño Jesús. Su imagen es resultado del reflejo de un rayo de luz que parte del Trono de la Sabiduría y parece atravesar el cuerpo de la Virgen. La presencia de la Paloma y de Dios Padre, que se inclina solícito hacia María, completa la representación de la Trinidad en esta composición que nos habla de los fundamentos teológicos de la Inmaculada y nos recuerda algunas de las virtudes asociadas a María. Resulta espléndida la manera como Valdés Leal ha utilizado el color para ordenar ese discurso. El cuerpo de María, delicado y sólido, adquiere el protagonismo cromático y formal, y su actitud recogida condiciona el clima emotivo de toda la composición. A su alrededor tanto los ángeles como, sobre todo, la Trinidad componen un entorno más etéreo, y tanto los naranjas del rompimiento de glorias como el azul del cielo disuelven las formas y evitan disputar el protagonismo a la Virgen.

jueves, 30 de octubre de 2014

Valdés Leal. Cristo camino del Calvario

Cristo camino del Calvario. 1661. Juan de Valdés Leal
Óleo sobre lienzo. Medidas: 167 cm x 145 cm.
Museo del Prado. Madrid

¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido. Vuestra casa se os quedará vacía. Os digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: "Bendito el que viene en nombre del Señor."»

Vamos avanzando hacia el final del Evangelio según san Lucas, y el tono se vuelve cada vez más amenazador: en Jerusalén, Jesús habrá de sufrir la Pasión, porque los hombres, porque Israel, se niega a aceptar la salvación que Dios ofrece en su Hijo Jesucristo. Por eso, contemplamos hoy una imagen de Cristo caminando con la Cruz a cuestas hacia el Calvario, del pintor barroco Valdés Leal.

La superficie del cuadro aparece ocupada casi en su totalidad por la figura de Cristo, situado en un destacado primer plano con la intención de reforzar el carácter tridimensional de la composición y acentuar la representación del sufrimiento. El Nazareno soporta con gran esfuerzo la Cruz, que apoya pesadamente sobre su espalda. Para no caer al suelo, Cristo debe apoyarse sobre sus piernas, descansando su mano derecha en la rodilla izquierda. Aparece representado con una túnica púrpura, el color de la Pasión, y el pintor ha detallado sobre su superficie varias manchas de sangre, la más evidente sobre su hombro derecho, donde llevó la Cruz, así como en el codo del mismo lado, fruto de las múltiples caídas en el Calvario. Igualmente, unas gotas de sangre caen desde la corona de espinas manchando su rostro.

La expresión de Cristo muestra al mismo tiempo resignación, fatiga y sufrimiento, mientras que en segundo término, la Virgen y otra mujer, posiblemente María Magdalena o la hermana de la Virgen, lloran apesadumbradas, al tiempo que San Juan lleva su mano derecha al pecho y nos señala con la otra el acontecimiento. En el lado derecho de la pintura se abre un paisaje ejecutado con gran libertad, su carácter rocoso e inhóspito proporciona un marco muy adecuado para esta escena de sufrimiento.

Este tipo de composición es característico del siglo XVII en España, cuando los pintores y escultores llevaron a un grado máximo de refinamiento los instrumentos que tenían a su alcance para mostrar al fiel el patetismo y significado religioso de la escena, no como una abstracción, sino tal y como si el espectador fuera testigo directo del acontecimiento mismo, renovándose así con cada visión de la pintura la historia de la Redención. Esta forma de representación está relacionada con la compositio loci, literalmente composición de lugar, en referencia a la práctica de imaginar, el creyente o el pintor, que está realmente presente en el episodio religioso sobre el que está meditando, tal y como recomendaba el jesuita San Ignacio de Loyola para la oración.En esta obra,

Valdés Leal utiliza los matices que le ofrecen el color rojo y el púrpura, llenos de significado en una escena de la Pasión, empleando además la luz y la sombra para dirigir nuestra mirada hacia Jesús, imprimiendo a la obra una gran carga emocional. La creación de esta atmósfera dramática depende, sin embargo, no solo de su utilización del color, sino también del modo en que el pintor aplica la materia pictórica. Los contornos no están claramente definidos y la pintura se extiende a base de grandes superficies de color, con pinceladas rápidas y nerviosas, creando con ello un ambiente de gran tensión, muy acorde con el tema representado 

miércoles, 18 de junio de 2014

Valdés Leal. Ascensión de Elías.

Ascensión de Elías. 1658. Juan de Valdés Leal
Óleo sobre lienzo. Medidas: 567cm x 508cm.
Iglesia del Carmen Calzado. Córdoba

Mientras ellos seguían conversando por el camino, los separó un carro de fuego con caballos de fuego, y Elías subió al cielo en el torbellino. Eliseo lo miraba y gritaba: «¡Padre mío, padre mío, carro y auriga de Israel! » Y ya no lo vio más.

La primera lectura de la Eucaristía de hoy nos relata la ascensión de Elías al cielo en el carro de fuego en presencia de su discípulo Eliseo. Este acontecimiento dejó honda huella en el sentimiento religioso de Israel; de hecho, Elías pasará a representar a todo el movimiento profético y, por eso, aparecerá junto a Moisés en la Transfiguración.

Para ilustrar este momento hemos escogido un lienzo del pintor barroco Valdés Leal, que puede verse en la Iglesia del Carmen Calzado de Córdoba. Aparece Eliseo en la esquina inferior mostrando con cierta teatralidad su asombro ante la ascensión de Elías, que en una composición de arrebatado movimiento, es llevado en una carro de fuego por unos caballos desbocados.

No es de extrañar que el cuadro esté en la iglesia de los carmelitas, pues el profeta Elías siempre gozó de gran consideración en la espiritualidad carmelita como precursor de la vida monástica.

domingo, 4 de agosto de 2013

Juan de Valdés. Finis gloriae mundi.


Finis gloriae mundi. 1671. Juan de Valdés Leal
Óleo sobre lienzo. Medidas: 220 cm x 216 cm.
Hospital de la Caridad. Sevilla

Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?"
Así será el que amasa riquezas para si y no es rico ante Dios.

Esta sentencia cierra el Evangelio que la liturgia nos propone este domingo, con la parábola del hombre que se calculaba cómo aumentar su fortuna olvidando que su vida dependía de Dios. Valdés Leal pintó para el Hospital de la Caridad de Sevilla dos obras que compendian el sentido teatral de la vanidad del arte barroco: In ictu oculi, y el que hoy contemplamos, Finis gloriae mundi. Se trata de una alusión a la vanidad de la riqueza y del poder, representada por los cadáveres en descomposición de dos próceres, un obispo y un caballero.

En el interior de una cripta vemos dos cadáveres descomponiéndose, recorridos por asquerosos insectos, esperando el momento de presentarse ante el Juicio Divino. Se trata de un obispo, revestido con sus ropas litúrgicas, mientras que a su lado reposa un caballero de la Orden de Calatrava envuelto en su capa. En el fondo se pueden apreciar un buen número de esqueletos, una lechuza y un murciélago -los animales de las tinieblas-. En el centro del lienzo aparece una directa alusión al juicio de las almas; la mano llagada de Cristo -rodeada de un halo de luz dorada- sujeta una balanza en cuyo plato izquierdo -decorado con la leyenda "Ni más"- aparecen los símbolos de los pecados capitales que levan a la condenación eterna mientras que en el plato derecho -con la inscripción "Ni menos"- podemos ver diferentes elementos relacionados con la virtud, la oración y la penitencia. La balanza estaría nivelada y es el ser humano con su libre conducta quien debe inclinarla hacia un lado u otro.

San Gregorio de Nazianzo, en el sermón 14 sobre el Amor a los pobres, comenta:

El que se gloríe que se gloríe sólo en esto: en conocer y buscar a Dios, en dolerse de la suerte de los desgraciados y en hacer reservas de bien para la vida futura. Todo lo demás son cosas inconsistentes y frágiles y, como en el juego del ajedrez, pasan de unos a otros, mudando de campo; y nada es tan propio del que lo posee que no acabe por esfumarse con el andar del tiempo o haya de transmitirse con dolor a los herederos. Aquéllas, en cambio, son realidades seguras y estables, que nunca nos dejan ni se dilapidan, ni quedan frustradas las esperanzas de quienes depositaron en ellas su confianza.

A mi parecer, ésta es asimismo la causa de que los hombres no tengan en esta vida ningún bien estable y duradero. Y esto —como todo lo demás— lo ha dispuesto así de sabiamente la Palabra creadora y aquella Sabiduría que supera todo entendimiento, para que nos sintamos defraudados por las cosas que caen bajo nuestra observación, al ver que van siempre cambiando en uno u otro sentido, ora están en alza ora en baja padeciendo continuos reveses y, ya antes de tenerlas en la mano, se te escurren y se te escapan. Comprobando, pues, su inestabilidad y variabilidad, esforcémonos por arribar al puerto de la vida futura. ¿Qué no haríamos nosotros de ser estable nuestra prosperidad si, inconsistente y frágil como es, hasta tal punto nos hallamos como maniatados por sutiles cadenas y reducidos a esta servidumbre por sus engañosos placeres, que nos vemos incapacitados para pensar que pueda haber algo mejor y más excelente que las realidades presentes, y eso a pesar de escuchar y estar firmemente persuadidos de que hemos sido creados a imagen de Dios, imagen que está arriba y nos atrae hacia sí?

sábado, 22 de junio de 2013

In ictu oculi


In ictu oculi,1672.  Valdés Leal. 
Óleo lienzo. 220 x 216 
Hospital de la Caridad, Sevilla- España

Leyendo el evangelio de hoy, Mateo 6, 24-34, no he podido evitar acordarme de este cuadro del barroco español en el que ya el titulo, que viene a decir, en un un abrir y cerrar de ojos, la muerte puede sorprendernos y dejarnos con todo lo preparado, almacenado, soñado o deseado encima de la mesa.

¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? dice Cristo puede disponer nada sobre la duración de nuestra existencia. Ya  sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos. 

En este cuadro “In ictu oculi”  aparece la muerte. La dama de la guadaña es un esqueleto que apaga la vela, la luz de la vida, y trae bajo su brazo el tétrico ataud. Bajo sus pies, la esfera terrestre denuncia su soberanía sobre el mundo. Al otro lado, sobre el mármol de una tumba se acumulan finos vestidos de seda y los más diversos símbolos del poder: El collar con el toisón de oro y la corona del rey, la tiara y la cruz papal, el báculo del obispo, la espada del noble, los libros del saber, en especial de arquitectura... 

En el barroco, la conquista de la realidad está unida al reconocimiento de la contigüidad de la muerte. La muerte o bien adopta un papel de compañera positiva, pues como dijo Quevedo: “Conviene vivir considerando que se ha de morir; la muerte siempre es buena...”, o bien se hace vengadora de la injusticia, al establecer la igualdad de trato entre desiguales, en el sentido del pensamiento que el poeta Horacio ya apuntaba muchos siglos antes: “La pálida muerte lo mismo llama a las cabañas de los humildes que a las torres de los reyes”. 

Todo esto lo sabía Miguel de Mañara, el noble sevillano, el benefactor de los pobres que había escrito “El discurso de la Verdad” y fundado el Hospital de la Caridad, años después que la peste de 1649 hubiese eliminado a la mitad de los 120.000 habitantes de la villa. Es él el que establece el programa iconográfico de la hermosa iglesia sevillana y el que pide a Valdés Leal los dos “lienzos de las postrimerías”, justo a la entrada de la iglesia, equidistando de la tumba en donde él se hace enterrar. Es él, por lo tanto, el verdadero artífice intelectual de esta visión barroca, por realista, por efectista y por amarga de la muerte.