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domingo, 19 de mayo de 2013

Pentecostés


Pentecostés,1600. Obra de El Greco 
Óleo sobre lienzo, 275 cm x 127 cm
Museo del Prado, Madrid. España

La imagen de hoy como no podía se menos representa la venida del Espíritu Santo, en forma de lenguas de fuego, sobre la Virgen y los Apóstoles el día de Pentecostés, cincuenta días después de Pascua, segun nos relatan los Hechos de los Apóstoles 2, 1-5. 

San Ireneo de Lyon nos dice con respecto al envío del Espíritu Santo:

El Señor dijo a los discípulos: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Con este mandato les daba el poder de regenerar a los hombres en Dios.

Dios había prometido por boca de sus profetas que en los últimos días derramaría su Espíritu sobre sus siervos y siervas, y que éstos profetizarían; por esto descendió el Espíritu Santo sobre el Hijo de Dios, que se había hecho Hijo del hombre, para así, permaneciendo en él, habitar en el género humano, reposar sobre los hombres y residir en la obra plasmada por las manos de Dios, realizando así en el hombre la voluntad del Padre y renovándolo de la antigua condición a la nueva, creada en Cristo.

Y Lucas nos narra cómo este Espíritu, después de la ascensión del Señor, descendió sobre los discípulos el día de Pentecostés, con el poder de dar a todos los hombres entrada en la vida y para dar su plenitud a la nueva alianza; por esto, todos a una, los discípulos alababan a Dios en todas las lenguas, al reducir el Espíritu a la unidad los pueblos distantes y ofrecer al Padre las primicias de todas las naciones.

Por esto el Señor prometió que nos enviaría aquel Defensor que nos haría capaces de Dios. Pues, del mismo modo que el trigo seco no puede convertirse en una masa compacta y en un solo pan, si antes no es humedecido, así también nosotros, que somos muchos, no podíamos convertirnos en una sola cosa en Cristo Jesús, sin esta agua que baja del cielo. Y, así como la tierra árida no da fruto, si no recibe el agua, así también nosotros, que éramos antes como un leño árido, nunca hubiéramos dado el fruto de vida, sin esta gratuita lluvia de lo alto.

Nuestros cuerpos, en efecto, recibieron por el baño bautismal la unidad destinada a la incorrupción, pero nuestras almas la recibieron por el Espíritu.

El Espíritu de Dios descendió sobre el Señor, Espíritu de prudencia y sabiduría, Espíritu de consejo y de valentía, Espíritu de ciencia y temor del Señor, y el Señor, a su vez, lo dio a la Iglesia, enviando al Defensor sobre toda la tierra desde el cielo, que fue de donde dijo el Señor que había sido arrojado Satanás como un rayo; por esto necesitamos de este rocío divino, para que demos fruto y no seamos lanzados al fuego; y, ya que tenemos quien nos acusa, tengamos también un Defensor, pues que el Señor encomienda al Espíritu Santo el cuidado del hombre, posesión suya, que había caído en manos de ladrones, del cual se compadeció y vendó sus heridas, entregando después los dos denarios regios para que nosotros, recibiendo por el Espíritu la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo, hagamos fructificar el denario que se nos ha confiado, retornándolo al Señor con intereses.
(San Ireneo de Lyon, Tratado contra las herejías)

La pintura realizada por el Greco y su taller para el retablo mayor de la Iglesia del Colegio de doña María de Aragón, esta dentro de este conjunto en el Museo del Prado conformando éste los cuadres de: El Bautismo de Cristo, La Crucifixión, La Resurrección de Cristo y La Anunciación. En el segundo peldaño está la firma con caracteres griegos, rehecha en una restauración antigua.

Se ha identificado al Apóstol barbado y calvo que dirige su mirada al espectador en la parte derecha del lienzo como el autorretrato del autor o, quizás, el retrato de su amigo Antonio de Covarrubias. 

sábado, 18 de mayo de 2013

El Espíritu Santo


Espíritu Santo, Cátedra de San Pedro, 1657-66. Obra de Bernini
Bronce, mármol, madera, estuco y alabastro.
Basílica del Vaticano. Roma. Italia

Ante las vísperas de Pentecostés, invoquemos al Espíritu santo y pidamos nos colme de sus dones para que seamos capaces de transmitir en nuestra vida sus frutos y vivir la eclesialidad de su unidad.

Los dones pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David. Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas. Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana (Ps 143,10). Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. CEC 1831

Los siete dones del Espíritu Santo son: Sabiduría, Inteligencia, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios.

Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: "Caridad, Gozo, Paz, Paciencia, Longanimidad, Bondad, Benignidad, Mansedumbre, Fidelidad, Modestia, Continencia, Castidad". (Gal 5, 22-23) 

En cambio el fruto del Espíritu es Amor, Alegría, Paz, Paciencia, Afabilidad, Bondad, Fidelidad, Mansedumbre, Dominio de Sí.

La Iglesia es el Templo del Espíritu Santo. El Espíritu es como el alma del Cuerpo Místico, principio de su vida, de la unidad en la diversidad y de la riqueza de sus dones y carismas. Así toda la Iglesia aparece como el pueblo unido "por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"  (LG 4; cf. San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 23). CEC 809-810. 

La Iglesia nace en Pentecostés con el envío del Espíritu Santo. Es Él quien santifica a la Iglesia y la enriquece con sus dones. La misión del Espíritu Santo, esencialmente, es hacer presente en medio de la Iglesia al mismo Cristo glorificado. En la Eucaristía, por la epíclesis, pedimos al Espíritu que convierta al pan y al vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, de modo que Cristo resucitado se nos hace presente en ella con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Cristo, presente en la Eucaristía, por el poder del Espíritu nos da el don abundante de su Espíritu.

El Espíritu Santo  introduce a la Iglesia en la Verdad Total. 

El Espíritu Santo nos asiste para comprender la Revelación de Cristo, interiorizando su palabra en nuestro corazón.

El Espíritu Santo es el artífice de toda la Unidad, Santidad, Catolicidad y Apostolicidad en el seno de la Iglesia. 

El Espíritu Santo es al que le corresponde dirigir todos los dones jerárquicos y carismáticos de la Iglesia. 

El  Espíritu Santo es quien da los frutos de santidad y de perfección que surgen en cada instante.

Ven, Espíritu Santo, 
llena los corazones de tus fieles 
y enciende en ellos el fuego de tu amor.