San Jeronimo, 1610. Obra de Leonello Spada
Óleo sobre lienzo, 112 x 143 cm
Galeria Nacional de Arte Antiguo, Roma. Italia
La primera lectura dxe hoy me ha llevado a mediatar ante este cuadro. Dice el libro del Eclesiástico 4, 12-19:
La sabiduría instruye a sus hijos, estimula a los que la comprenden. Los que la aman, aman la vida, los que la buscan alcanzan el favor del Señor; los que la retienen consiguen gloria del Señor, el Señor bendecirá su morada; los que la sirven, sirven al Santo, Dios ama a los que la aman. Quien me escucha juzgará rectamente, quien me hace caso habitará en mis atrios; disimulada caminaré con él, comenzaré probándolo con tentaciones; cuando su corazón se entregue a mí, volveré a él para guiarlo y revelarle mis secretos; pero, si se desvía, lo rechazaré y lo encerraré en la prisión; si se aparte de mí, lo arrojaré y lo entregaré a la ruina.
El Papa Benedicto XVI explicó en 2012 a los estudiantes que, la "sabiduría de este mundo es un modo de vivir y de ver las cosas prescindiendo de Dios y siguiendo las opiniones dominantes, según los criterios del éxito y del poder".
En cambio, añadió, la "sabiduría divina consiste en seguir la mente de Cristo, que es quien nos abre los ojos del corazón para seguir el camino de la verdad y del amor".
Esta contraposición, que hace san Pablo, "no se identifica con la diferencia entre la filosofía, por una parte, y la filosofía y las ciencias, por otra".
Lo que denuncia es, explicó, "el veneno de la falsa sabiduría, que es el orgullo humano. No es por tanto el conocimiento en sí lo que puede hacer daño, sino la presunción, el "vanagloriarse" de adonde se ha llegado, o se presume haber llegado, a saber".
El apóstol, añadió el Santo Padre, "no quiere en absoluto conducir a una minusvaloración del empeño humano necesario para el conocimiento, sino que se pone en otro plano: a Pablo le interesa subrayar -y lo hace sin medias tintas- qué es lo que vale realmente para la salvación y qué, en cambio, puede traer la división y la ruina".
Lo que san Pablo combate, reafirmó el pontífice, es "un tipo de soberbia intelectual, en la que el hombre, incluso sabiendo mucho, pierde la sensibilidad por la verdad y la disponibilidad a abrirse a la novedad de la actuación divina". Ésta no es una postura anti intelectual, no es oposición a la recta ratio".
"Para conocer y comprender las cosas espirituales hay que ser hombres y mujeres espirituales, porque si se es carnal, se recae inevitablemente en la necedad, aunque uno estudie mucho y sea docto y sutil razonador de este mundo", añadió.
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