La Crucifixión. 1460. Juan Sánchez de Castro
Técnica mixta sobre tabla. 232cm x 120cm
Museo del Prado. Madrid
Clavado en un madero, escarnecido y torturado, expuesto a la burla y sufriendo terribles dolores, murió nuestro Señor Jesucristo, al mediodía del primer Viernes Santo. El cielo se oscureció, pues no quiso iluminar acto tan horrendo: las criaturas matando a su creador. Para sus enemigos fue un completo triunfo. Para los creyentes, encierra este acontecimiento el núcleo central de la misión de Jesucristo en el mundo: el establecimiento de la nueva y eterna alianza entre Dios y el hombre, que en la resurrección comenzará una nueva creación, un nuevo mundo.
Por eso, la Cruz ya no es imagen de escarnio y elogio del fracaso, no es compasión ante el sufrimiento, sino es el instrumento de gloria, el trono real, el cetro del poder de Dios que, paradójicamente, destruye el poder del mundo y del demonio. La Cruz abre el mar Rojo de la muerte, en la que Cristo se sumergió, para salir a la Tierra Santa de la Pascua. La Cruz es nuestra mayor gloria, por más que para el mundo siga siendo signo de escándalo o de necedad.
Por eso, queremos contemplar hoy una Crucifixión que combina la dramática y cruel muerte del Señor, con el fondo dorado del nuevo mundo que Dios inaugura en dicho momento. Lo hacemos con una obra de un autor poco conocido: Juan Sánchez de Castro. Este pintor burgalés encarna la transición entre el estilo internacional en el que se forma y el hispanoflamenco, a cuyos modelos accede transformándolos con su peculiar grafía. Los amplios volúmenes de las figuras, tanto del Crucificado como, sobre todo, de María y Juan,ocupan el primer plano de esta Crucifixión de grandes dimensiones, realizada como obra independiente. De ejecución muy cuidada, la extensa proporción de oro, aplicado en forma de grandes motivos florales, favorece lo decorativo.
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