Parábola de los viñadores infieles. 1611. Abel Grimmer
Óleo sobre tabla. Medidas: 24 cm x 34 cm.
Museo del Prado. Madrid. España
La liturgia de este domingo nos propone una de las parábolas más importantes de Jesús: la de los viñadores homicidas. Su simbolismo parte del mismo hecho de centrar la escena en una viña. En el Antiguo Testamento, la viña era el símbolo utilizado por los profetas para describir la actitud de Dios para con su pueblo Israel: es su viña querida, el terreno más preciado del labrador, del que extrae la uva que convertirá en vino.
A esa viña va enviando el Señor sus mensajeros, para percibir los frutos que le son debidos, como Dios fue enviando a sus profetas a Israel para exigirle fidelidad a la Alianza que había concertado.Todos son rechazados, hasta que el dueño de la viña decide enviar a su propio Hijo, al que espera que respeten. Este Hijo es el Señor, que fue echado fuera de la viña, es decir, fuera de la ciudad de Jerusalén, y cruelmente asesinado.
En el Museo del Prado existe una tabla que describe esta escena. Pertenece al pintor flamenco Abel Grimmer. Fue hijo del también pintor paisajista Jacob Grimmer. En su obra predominan las escenas campestres de temática religiosa, con frecuencia seriadas según los meses del año o las estaciones y basadas en composiciones previas de Pieter Brueghel el Viejo y Hans Bol o Adriaen Collaert y Pieter van der Heyden. También pintó y dibujó interiores de iglesias —en ocasiones basados en las composiciones de Hans Vredeman de Vries— con gran dominio de la perspectiva, así como vistas de ciudades, en particular de su Amberes natal.
La escena de los viñadores infieles presenta a Jesús conversando con tres personas sobre un promontorio, desde el que señala la viña, situada en una ladera, en la que los trabajadores se afanan por cercarla y ararla. Al fondo se divisa un ameno paisaje, dividido por el cauce de un río, con dos iglesias y diversas casas.
Sobre este texto, comenta san Cirilo de Alejandría en su Comentario al Profeta Isaías:
Laborioso era para el Verbo el asumir nuestra condición humana y descender hasta nuestra pequeñez. Pero —se dijo— mi derecho lo lleva el Señor y mi salario lo tiene mi Dios. Conoce el Padre las fatigas que he pasado por salvarlos. Por tanto, también él ha pronunciado ya su juicio.
¿Quieres conocer el juicio del Padre y cuál es la sentencia dictada contra ellos? Escucha lo que el Salvador dice a los responsables judíos: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Y añade poco después: envió sus criados para percibir los frutos que le correspondían, y todos fueron maltratados. Cuando finalmente envió también a su propio hijo, conspiraron contra él y se dijeron: Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia. Y, efectivamente, lo mataron.
Después de haberles propuesto esta parábola, el Señor toma nuevamente la palabra y les pregunta: Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos». A lo que Cristo replicó: Por eso os digo: Se os quitará a vosotros el reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos. Lo que, finalmente, sucedió.
En efecto, fueron colocados al cuidado de las viñas otros viñadores, expertos labradores, esto es, los discípulos del Señor. Bajo su custodia, las nubes hicieron caer la lluvia, pero con la orden expresa de no regar en adelante la viña de los judíos. Gracias a ellos, Cristo pudo vendimiar no espinas, sino uvas. Y efectivamente hemos aprendido a decir: El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto.
Alguien podría también sugerir esta otra explicación: que el Padre tenía muy presentes los trabajos del Hijo y que por eso pronunció un juicio justo. Observa nuevamente conmigo la fuerza de las palabras y considera la economía divina, que el sapientísimo Pablo nos explica a su vez, diciendo: Siendo el Hijo por su condición divina igual al Padre, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, haciéndose obediente al Padre hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por cuya causa Dios lo levantó sobre todo y le concedió el nombre-sobre-todo-nombre, de modo que a su nombre toda rodilla se doble. Porque el Verbo era y es Dios; pero después de ser proclamado hombre y serlo verdaderamente, ascendió a su gloria con su propio cuerpo. Fue efectivamente reconocido como Dios, y no se fatigó en vano, pues esta economía de salvación redundó en gloria suya, ya que no hizo de él un ser insólito y extraño, sino que le señaló como salvador y redentor del mundo. Conocido lo cual ocurrió que el cielo, la tierra e incluso el abismo cayeran de rodillas ante él.
Sobre este texto, comenta san Cirilo de Alejandría en su Comentario al Profeta Isaías:
Laborioso era para el Verbo el asumir nuestra condición humana y descender hasta nuestra pequeñez. Pero —se dijo— mi derecho lo lleva el Señor y mi salario lo tiene mi Dios. Conoce el Padre las fatigas que he pasado por salvarlos. Por tanto, también él ha pronunciado ya su juicio.
¿Quieres conocer el juicio del Padre y cuál es la sentencia dictada contra ellos? Escucha lo que el Salvador dice a los responsables judíos: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Y añade poco después: envió sus criados para percibir los frutos que le correspondían, y todos fueron maltratados. Cuando finalmente envió también a su propio hijo, conspiraron contra él y se dijeron: Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia. Y, efectivamente, lo mataron.
Después de haberles propuesto esta parábola, el Señor toma nuevamente la palabra y les pregunta: Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos». A lo que Cristo replicó: Por eso os digo: Se os quitará a vosotros el reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos. Lo que, finalmente, sucedió.
En efecto, fueron colocados al cuidado de las viñas otros viñadores, expertos labradores, esto es, los discípulos del Señor. Bajo su custodia, las nubes hicieron caer la lluvia, pero con la orden expresa de no regar en adelante la viña de los judíos. Gracias a ellos, Cristo pudo vendimiar no espinas, sino uvas. Y efectivamente hemos aprendido a decir: El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto.
Alguien podría también sugerir esta otra explicación: que el Padre tenía muy presentes los trabajos del Hijo y que por eso pronunció un juicio justo. Observa nuevamente conmigo la fuerza de las palabras y considera la economía divina, que el sapientísimo Pablo nos explica a su vez, diciendo: Siendo el Hijo por su condición divina igual al Padre, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, haciéndose obediente al Padre hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por cuya causa Dios lo levantó sobre todo y le concedió el nombre-sobre-todo-nombre, de modo que a su nombre toda rodilla se doble. Porque el Verbo era y es Dios; pero después de ser proclamado hombre y serlo verdaderamente, ascendió a su gloria con su propio cuerpo. Fue efectivamente reconocido como Dios, y no se fatigó en vano, pues esta economía de salvación redundó en gloria suya, ya que no hizo de él un ser insólito y extraño, sino que le señaló como salvador y redentor del mundo. Conocido lo cual ocurrió que el cielo, la tierra e incluso el abismo cayeran de rodillas ante él.
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