lunes, 4 de marzo de 2013

Cristo, Varón de Dolores


Cristo, Varón de Dolores, entre la Virgen y San Juan, 1485. Obra de Diego de la Cruz
Temple sobre tabla, 136 x 117 cm.
Museo del Prado, Madrid. España

La influencia del imperio bizantino en el arte de Occidente se manifestó de forma clara en la difusión de nuevos temas iconográficos. Un ejemplo de esto es el tema, Cristo Varón de Dolores o de Piedad, llamado en Bizancio "La última humillación" (Akra Tapeinosis). Se muestra a Cristo muerto pero erguido, exhibiendo sus llagas (ostentatio vulnerum). Este tema se desarrolló en en oriente en el siglo XII. En Occidente, aunque la Imago Pietatis era conocida desde antes, en el siglo XV alcanzó una gran popularidad, seguramente gracias a un icono con este tema donado a la iglesia de Santa Cruz de Jerusalén en Roma, donde aún se conserva. 
Diego de la Cruz, pintor de la escuela hispano-flamenca burgalesa de finales del siglo XV, visitó en numerosas ocasiones el tema de la Imago Pietatis, muy frecuente en la pintura española y flamenca del momento, recibiendo éste gran influencia de Roger van der Weyden. En la tabla del Museo del Prado, aparece Cristo ante el sepulcro, flanqueado por la Virgen y San Juan. Presenta los rasgos más personales de su estilo, en el que une a los elementos hispanoflamencos otros plenamente hispanos, como el descarnado realismo de las figuras y el profundo dolor de sus expresiones. En otras ocasiones, Diego de la Cruz presenta a Cristo entre dos ángeles o solo con una capa roja sobre los hombros.

El hecho de contemplar hoy esta tabla es debido al texto de la carta a los hebreos que dice: "Tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella."

San Juan Fisher dice en su comentario sobre el salmo 129: "Cristo Jesús es nuestro sumo sacerdote, y su precioso cuerpo, que inmoló en el ara de la cruz por la salvación de todos los hombres, es nuestro sacrificio. La sangre que se derramó para nuestra redención no fue la de los becerros y los machos cabríos (como en la ley antigua), sino la del inocentísimo Cordero, Cristo Jesús, nuestro salvador. 
El templo en el que nuestro sumo sacerdote ofrecía el sacrificio no era hecho por manos de hombres, sino que había sido levantado por el solo poder de Dios; pues Cristo derramó su sangre a la vista del mundo: un templo ciertamente edificado por la sola mano de Dios.

Y, el evangelista san Juan nos dice en el cap. 2 de su primera carta: "Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que aboga ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero."

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