jueves, 7 de marzo de 2013

Martirio de Santa Perpetua y Felicitas


Martirio de Santa Perpetua y Felicitas. 1760. Obra de Giovanni Gottardi
Óleo sobre lienzo
 Pinacoteca de Faenza, Italia

Hoy la liturgia recuerda dos santas mártires que murieron en Cartago. El Martirologio Romano lo anuncia así:

Memoria de las santas mártires Perpetua y Felicidad, que bajo el emperador Septimio Severo fueron detenidas en Cartago junto con otros adolescentes catecúmenos. Perpetua, matrona de unos veinte años, era madre de un niño de pecho, y Felicidad, su sierva,estaba entonces embarazada, por lo cual, según las leyes no podía ser martirizada hasta que diese a luz, y al llegar el momento, en medio de los dolores del parto se alegraba de ser expuesta a las fieras, y de la cárcel las dos pasaron al anfiteatro con rostro alegre, como si fueran hacia el cielo (203).

Mártir en griego, μάρτυρας,  quiere decir, testigo. La persona muerta en la defensa de alguna causa, es decir, que da testimonio de la fe en ella. En la tradición cristiana, se ha considerado que un mártir era una persona que moría por su fe religiosa, en un acto de sobrenatural fortaleza consistente en asumir voluntariamente esta muerte por la fe en Cristo o por otra virtud cristiana, “obligado” por parte de un enemigo de la fe. Generalmente era torturada hasta la muerte. En muchas ocasiones se levantaron edificaciones allí donde se producía el martirio cristiano, para recordar el lugar y orar en él como sitio sagrado, regado con la sangre que confiesa a Cristo.

Los mártires cristianos de los tres primeros siglos después de Cristo eran asesinados por sus convicciones religiosas, crucificados incluso, arrojados a fieras o tras grandes y penosas torturas. Sin embargo, algunos historiadores de la Iglesia, como por ejemplo John Fletcher y Alfonso Ropero afirman que ha habido más mártires cristianos en el siglo XX que en el conjunto de los diecinueve siglos anteriores.

El martirio es una gracia especial, la de ser otro “Cristo”, que ha saboreado mejor que nadie el cuerpo y la sangre del Señor. la carta a los Hebreos, dice en el cap. 12: Por lo tanto, ya que estamos rodeados de una verdadera nube de testigos, despojémonos de todo lo que nos estorba, en especial del pecado, que siempre nos asedia, y corramos resueltamente al combate que se nos presenta. Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se les ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Piensen en aquel que sufrió semejante hostilidad por parte de los pecadores, y así no se dejarán abatir por el desaliento. Después de todo, en la lucha contra el pecado, ustedes no han resistido todavía hasta derramar su sangre.

Es el mismo Cristo en su discurso de despedida relatado por san Juan quien nos asegura que daremos testimonio y dice cosas como, no tengáis miedo, no estaréis solos, yo estaré con vosotros, yo he vencido al mundo, el Padre os amará, vendremos a vosotros, el Espíritu de Dios estará con vosotros y os dará fortaleza para que vuestro gozo sea cumplido. Os lo he dicho todo por adelantado para que cuando ocurra no se turbe vuestro corazón. En la vida del cristiano continúa la lucha de Jesús contra el poder del Mal en el mundo. Resistir la contradicción hasta la sangre entra en la vocación del cristiano. La posibilidad del martirio está siempre presente ante nosotros y así ha sido a través de la historia y así seguirá siendo mientras nos resistamos al mal, apoyados en la gracia de Dios y en la búsqueda de la Verdad, Cristo, desde la vivencia sincera del evangelio. No hay que tener miedo sino confianza, como dice san Pablo en la segunda carta a Timoteo, los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones, una confianza que nos lleva a afirmar con el Apóstol, si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él.

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