viernes, 8 de marzo de 2013

San Juan de Dios

Triunfo de San Juan de Dios. 1740. Obra de Corrado Giaquinto
Óleo sobre lienzo, 213x98 cm
Museo del Prado, Madrid. España

Todo lo que hicisteis con cada uno de estos mis hermanos enfermos, conmigo lo hicisteis (Mt. 25,40).

El martirologio de hoy nos trae de esta manera a san Juan de Dios: religioso, nacido en Portugal, que después de una vida llena de peligros en la milicia humana, prestó ayuda con constante caridad a los necesitados y enfermos en un hospital fundado por él, y se asoció compañeros, con los cuales constituyó después la Orden de Hospitalarios de San Juan de Dios. En este día, en la ciudad de Granada, en España, pasó al eterno descanso (1550).

Nació en 1495, una época bastante convulsa. El reino de Granada había sido conquistado por los reyes Católicos y América estaba recién descubierta. Un mundo en el que se abrían grandes posibilidades de futuro para un joven que procedía de un pequeño pueblo al oeste de la península ibérica, el pueblo portugués de Montemor.

En su juventud tuvo algunas experiencias guerreras y tras desempeñar los oficios de pastor, leñador y albañil, trabajó como librero en Granada. Cierto día en 1539, escuchando el sermón de San Juan de Ávila, cambió su vida. Se convirtió y dedicó su vida a los pobres y los enfermos. Murió en Granada en 1550 tras enfermar gravemente al salvar a un joven que se estaba ahogando en el río Genil. El apellido "de Dios" se lo otorgó un obispo al conocer su obra en favor de los pobres y enfermos. 

Su vida cambió radicalmente tras escuchar al gran san Juan de Ávila, y tuvo tan extraordinaria conmoción espiritual que se puso a dar voces y gritos, "Misericordia Señor, que soy un pecador". Salió gritando por las calles, pidiendo perdón a Dios, lo que lo llevaría a ser juzgado por loco y a verse recluido en el Hospital Real granadino. Tenía unos 40 años. 

"... porque predicaba entonces en esta ciudad un santo clérigo que se llamaba el Maestro Avila, predicador apostólico y de muy santa vida, y en la ciudad decían que este Padre Maestro lo había convertido. Y este testigo lo vido en la Iglesia mayor de la ciudad rodeado de mucha gente y dando voces, pidiendo misericordia a Dios y dándose muy grandes golpes en los pechos y decían que se había estado en la Iglesia tres días sin comer ni beber, y unos decían que era loco y otros que no era sino santo y que aquello era obra de Dios".

"... dos hombres honrados de la ciudad, compadeciéndose dél, lo tomaron por la mano, y sacándolo de entre el tumulto del pueblo, lo llevaron al Hospital Real (de Granada), que es do recogen y curan a los locos de la ciudad...".

En la sección aparte donde se recluyen a los dementes del Hospital Real, Juan sufre en propia carne el trato que se da a los enajenados allí internados: celdas oscuras, maniatados, tratados con azotes, baños de sorpresa, exorcismos o cadenas, como corresponde a la terapéutica de la época con estos enfermos:

"... como la principal cura que allí se hace a los tales sea con azotes, y metellos en ásperas prisiones y otras cosas semejantes, para que con el dolor y castigo pierdan la ferocidad y vuelvan en sí, atáronle pies y manos, y desnudo, con un cordel doblado le dieron una buena vuelta de azotes...".
Juan Ciudad advierte a sus custodios:

"... ¿por qué tratáis tan mal y con tanta crueldad a estos pobres miserables y hermanos míos... no sería mejor que os compadeciésedes dellos y de sus trabajos, y los limpiásedes y diésedes de comer con más caridad y amor que lo hacéis...?"

En su encierro, toma conciencia de su misión:

"Iesu‐Cristo me traiga tiempo y me dé gracia para que yo tenga un hospital, donde pueda recoger los pobres desamparados y faltos de juicio, y servirles como yo deseo".

Del hospital lo libró san Juan de Ávila, consciente de que no había locura alguna. Juan se puso bajo la dirección espiritual del Santo Maestro, que aprobó su deseo de dedicarse al servicio de los enfermos, como había meditado durante su permanencia en el hospital. Comienzó a recibir a pobres y enfermos y a pedir limosnas en Granada. Pronto se hizo popular el grito nocturno de Juan por las calles de Granada. "¡Haced el bien hermanos, para vuestro bien!". Las gentes salían a la puerta de sus casas y le daban las sobras de la comida del día. El obispo que le añadió el "de Dios" a su nombre fue quien al saber que éste cambiaba sus ropas por los harapos de los pobres que encontraba en las calles, le dio un hábito negro con el que se vistió hasta la muerte.

Existe una película sobre el santo de Granada que podéis ver en este enlace. Película san Juan de Dios.

Señor,
tú que infundiste en san Juan de Dios
el espíritu de misericordia,
haz que nosotros,
practicando las obras de caridad,
merezcamos encontrarnos un día
entre los elegidos de tu reino. 

Con respecto al cuadro y su autor solo algún apunte al respecto: Corrado Giaquinto llegó a la corte en el momento en el que se terminaba el Palacio Real y la ocasión le brindó la oportunidad de sumarse a la empresa. Pintó en la escalera de honor La Religión y la Iglesia y España que les ofrece los dones de sus reinos; en el salón de columnas, El Nacimiento del Sol y el Templo de Baco y en la Capilla diversos temas. Amplió su producción a temas alegóricos, mitológicos, religiosos, etc. Sus temas mitológicos pueden aparentar algo superficial; sin embargo, el cultivo de un estilo rococó delicado no le aparta de un sentimiento profundo extraído tal vez de su origen formativo napolitano. En plena actividad, en 1762, solicita pasar por algún tiempo a Nápoles, dejando algunas de sus obras inacabadas. Este lienzo que contemplamos es un estudio para la bóveda de San Giovanni Calabita en el Hospital de Fatebene Fratelli (los hermanos de san Juan de Dios) en Roma. En 1772 aparece documentado en la sacristía grande del Palacio Real de Madrid. En la composición se muestran algunos actos de caridad realizados por el santo, en la zona baja, mientras que en la zona superior se sitúa la coronación de san Juan de Dios por la Virgen, rodeados de ángeles y santos.

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