martes, 26 de marzo de 2013

La última cena


La última cena, s. XII. Maestro de Agüero
Piedra
Monasterio de san Juan de la Peña. Sta. Cruz de la Seros. España

Seguimos hoy en san Juan de la Peña y nos detenemos ante este magnifico capitel de la última cena en el momento en que Cristo ofrece el pan a Judas. 

El evangelio de san Juan (13, 21-33) que hemos leído  hoy dice así:

En aquel tiempo, Jesús, profundamente conmovido, dijo:
«Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»
Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía.
Uno de ellos, el que Jesús tanto amaba, estaba reclinado a la mesa junto a su pecho. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó:
«Señor, ¿quién es?»
Le contestó Jesús:
«Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado.»
Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote.
Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo:
«Lo que tienes que hacer hazlo en seguida.»
Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres.
Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.


El evangelista prosigue con la marcha de Cristo a orar y el arrojo de pedro, que estaría dispuesto a todo, pero el le ya que lo negara esa misma noche.


San Agustin comenta el hecho de esta manera:


Sé, amadísimos, que algunos, o piadosos para investigar o impíos para censurar, pueden inquietarse porque, tras haber dado el Señor a su traidor el pan empapado, haya entrado en él Satanás, pues está escrito así: Y, como hubiese empapado el pan, lo dio a Judas de Simón Iscariote. Y tras el pan entró entonces en él Satanás. Dicen, en efecto: «El pan de Cristo ofrecido desde la mesa de Cristo mereció esto: que tras él entrase Satanás en su discípulo, ¿no es así?». Les respondo que con esto se nos enseña cuánto ha de evitarse recibir mal un bien. En efecto, porque los bienes dañan y los males aprovechan según fueren esos a quienes se dan, importa mucho no qué recibe, sino quién recibe, ni de qué calidad es lo que se da, sino de qué calidad es ese mismo a quien se da. El pecado, afirma el Apóstol, para aparecer como pecado, mediante el bien realizó para mí la muerte. He ahí que mediante el bien se hizo un mal mientras se recibe mal un bien. Y también asevera ese mismo: Para que no me encumbre por la magnitud de mis revelaciones, me fue dado un aguijón de mi carne, un emisario de Satanás, que me abofetee. Por lo cual rogué tres veces al Señor que lo retirase de mí, mas me dijo: «Te basta mi gracia, porque la fuerza se lleva a cabo en la debilidad». He ahí que mediante un mal se hizo un bien, mientras se recibe bien un mal. ¿Por qué, pues, te asombras de que se diera a Judas el pan de Cristo mediante el que fuese enajenado al diablo, cuando ves que, al contrario, se dio a Pablo un emisario del diablo mediante el que fuese llevado a la perfección según Cristo? Así, al malo dañó el bien y el mal aprovechó al bueno.


Recordad a propósito de qué está escrito: Cualquiera que indignamente comiere el pan o bebiere la copa del Señor, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Cuando el Apóstol decía esto, el discurso trataba también de quienes sin discernimiento y negligentemente tomaban como otro alimento cualquiera el cuerpo del Señor. Si, pues, aquí se denuncia a quien no distingue, esto es, no discierne de los demás alimentos el cuerpo del Señor, ¿cómo se condenará a quien, enemigo, se acerca a su mesa, mientras finge ser amigo? Si la censura hiere la negligencia del convidado, ¿qué pena golpeará al vendedor de quien lo invita? Por otra parte, el pan dado al traidor, ¿qué era sino demostración de a qué gracia había sido ingrato?



Tras este pan, pues, entró Satanás en el traidor del Señor para poseer más plenamente al que le había sido entregado, al cual había entrado primeramente para engañarlo. En efecto, en él estaba cuando se dirigió a los judíos y llegó a un acuerdo sobre el precio de entregar al Señor, porque el evangelista Lucas testifica clarísimamente estas cosas y dice: Ahora bien, entró Satanás en Judas, al que se daba el sobrenombre de Iscariote, uno de los doce; y fue y habló con los príncipes de los sacerdotes. He ahí dónde se muestra que Satanás había ya entrado en Judas. Primeramente, pues, había entrado metiendo en su corazón el plan con que entregaría a Cristo, de hecho, con tal actitud había ya venido a cenar; ahora, en cambio, tras el pan entró a él no para tentar aún a alguien ajeno, sino para poseer a quien le era propio.



Ahora bien, Judas no recibió entonces el cuerpo de Cristo, como suponen algunos que leen negligentemente. En efecto, ha de entenderse que, como san Lucas narra evidentísimamente, el Señor había ya distribuido el sacramento de su cuerpo y sangre a todos ellos, donde estaba también Judas mismo, y que después se llegó a esto donde, según la narración de Juan, el Señor, mediante el bocado empapado y ofrecido, pone en evidencia a su traidor, tal vez para significar mediante el empapamiento del pan el fingimiento de aquél. En efecto, no todo lo que se empapa se lava, sino que algunas cosas se empapan para corromperse. Pues bien, si el empapamiento significa aquí algo bueno, no inmerecidamente la condena siguió al ingrato a ese mismo bien.



Sin embargo, aún faltaba a Judas, poseído no por el Señor, sino por el diablo, ya que, hombre ingrato, el pan le había entrado al vientre, a la mente el enemigo; aún, repito, le faltaba el efecto pleno de ese mal tan grande concebido ya por el corazón, cuyo condenable afecto había ya ido por delante. Así pues, como el Señor, el Pan vivo, hubiese entregado el pan a un muerto y, entregando el pan, hubiese dejado en evidencia al traidor del Pan, afirma: Lo que haces, hazlo muy pronto. No preceptuó un crimen, sino que predijo a Judas un mal, a nosotros un bien. En efecto, ¿qué peor para Judas y qué mejor para nosotros, que Cristo entregado por él contra él, en favor nuestro, excepto él? Lo que haces, hazlo muy pronto. ¡Oh palabra de uno preparado con mejor gana que airado! ¡Oh palabra que no tanto expresa el castigo del traidor cuanto significa la paga del Redentor! Dijo, en efecto: «Lo que haces, hazlo muy pronto», no tanto ensañándose en la destrucción del pérfido cuanto apresurándose a la salvación de los fieles, porque fue entregado a causa de nuestros delitos y amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella. Por ende dice también de sí mismo el Apóstol: El cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. Si, pues, Cristo no se entregase, nadie entregaría a Cristo. Judas, ¿qué tiene sino pecado? En efecto, al entregar a Cristo no pensó en nuestra salvación a causa de la cual fue entregado Cristo, sino que pensó en el lucro del dinero y halló el detrimento del alma. Recibió la paga que quiso, pero sin quererla se le dio la que mereció. Judas entregó a Cristo, Cristo se entregó a sí mismo; aquél gestionaba el negocio de su venta, éste el de nuestra compra. Lo que haces, hazlo muy pronto, no porque tú puedes, sino porque lo quiere quien todo puede.


Comentario al evangelio de san Juan 62, 1-5



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