Susana y los viejos, 1713. Sebastiano Ricci
Óleo sobre lienzo. 83.2 x 102.2 cm
Chatsworth House, Chatsworth. Reino Unido
Hay un pasaje del Antiguo Testamento, del Libro de Daniel, que recoge la escena de Susana y los viejos. Me parece toda una historia muy simbólica, que encierra el imposible deseo, la mentira y el acoso, en contraste al triunfo final de la verdad frente a la mentira.
Ayer leíamos en la liturgia el evangelio de la mujer adultera y la misericordia grande de Jesús ante la mujer pecadora. El mismo Papa nos decía en el ángelus que Dios no se cansa de perdonarnos en su infinita misericordia y que somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.
Hoy leemos en el libro de Daniel, cap. 13, el relato de Susana, una bella mujer judía sorprendida mientras se bañaba por dos jueces ancianos que, cegados por la pasión, hicieron a la joven proposiciones deshonestas que ella rechazó. Los despechados ancianos difamaron a la casta Susana, declarando haberla hallado cometiendo adulterio, lo que se castigaba con la muerte según la ley judía. Susana fue condenada a muerte pero se salvó gracias a la intervención del joven Daniel, ya que pudo convencer a la asamblea del falso testimonio de los ancianos gracias a la inspiración divina.
La castidad de Susana simboliza la salvación del alma a través de la pureza. El simbolismo que encierra esta historia en el imposible deseo de los viejos, la mentira y el acoso, manifiestan el triunfo final de la verdad frente a la mentira preparada y premeditada. El poderoso piensa siempre acallar al débil llegando a usurpar su dignidad pero es el juicio de Dios, puesto de manifiesto aquí por el profeta Daniel, el que hace justicia al oprimido. Así dice el canto del Magnificat en el evangelio de san Lucas:
El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
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