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jueves, 5 de enero de 2017

Sano di Pietro. Santa María con el Niño y santos.

Santa María con el Niño y santos.1450-1480. Sano di Pietro
 Óleo y oro sobre tabla. Medidas: 60 cm x 43 cm.
Art Gallery of New South Wales. Sydney, Australia

El Evangelio que leemos en la Eucaristía de hoy, tomado del tercer capítulo de san Juan, nos narra la vocación de los apóstoles Felipe y Natanael o Bartolomé. En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: «Sígueme.» Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.» Bartolomé duda, y dicha duda se ve resuelta por la afirmación de Jesús de haberle visto debajo de la higuera, ante lo que Natanael le confiese como Hijo de Dios y Mesías.

En el entorno de la Navidad, contemplamos una tabla del primer renacimiento italiano, que nos muestra a Santa María con el Niño, junto a los santos Juan el Bautista y san Jerónimo a la izquierda, y Bernardino de Siena y Bartolomé a la derecha. Cada uno lleva sus signos distintivos que los identifican. Así, Juan el Bautista lleva una cartela con la inscripción Agnus Dei; por encima de él, san Jerónimo viste los atuendos cardenalicios; san Bernardino porta en la mano una Sagrada forma, que alude a un milagro; y, por debajo, san Bartolomé lleva la piel que le fue arrancada en el martirio.

El autor, Sano di Pietro, fue discípulo de Sassetta, probablemente el predilecto, pues concluyó diversas obras que a la muerte del maestro quedaron inacabadas. Su influjo es bien notorio en el alumno. Por su parte Sano dirigió una importante botteca (taller de arte) siendo el realizador de numerosos retablos y madonne (madonas, representaciones de la Virgen María). Aunque la obra de Sano di Pietro ya está incluida en el Renacimiento quattrocentista mantiene fuertes vestigios de la pintura gótica internacional lo cual se evidencia en cierto esquematismo compositivo.

lunes, 5 de enero de 2015

Sano di Pietro. Santa María con el Niño y santos.

Santa María con el Niño y santos.1450-1480. Sano di Pietro
 Óleo y oro sobre tabla. Medidas: 60 cm x 43 cm.
Art Gallery of New South Wales. Sydney, Australia

El Evangelio que leemos en la Eucaristía de hoy, tomado del tercer capítulo de san Juan, nos narra la vocación de los apóstoles Felipe y Natanael o Bartolomé. En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: «Sígueme.» Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.» Bartolomé duda, y dicha duda se ve resuelta por la afirmación de Jesús de haberle visto debajo de la higuera, ante lo que Natanael le confiese como Hijo de Dios y Mesías.

En el entorno de la Navidad, contemplamos una tabla del primer renacimiento italiano, que nos muestra a Santa María con el Niño, junto a los santos Juan el Bautista y san Jerónimo a la izquierda, y Bernardino de Siena y Bartolomé a la derecha. Cada uno lleva sus signos distintivos que los identifican. Así, Juan el Bautista lleva una cartela con la inscripción Agnus Dei; por encima de él, san Jerónimo viste los atuendos cardenalicios; san Bernardino porta en la mano una Sagrada forma, que alude a un milagro; y, por debajo, san Bartolomé lleva la piel que le fue arrancada en el martirio.

El autor, Sano di Pietro, fue discípulo de Sassetta, probablemente el predilecto, pues concluyó diversas obras que a la muerte del maestro quedaron inacabadas. Su influjo es bien notorio en el alumno. Por su parte Sano dirigió una importante botteca (taller de arte) siendo el realizador de numerosos retablos y madonne (madonas, representaciones de la Virgen María). Aunque la obra de Sano di Pietro ya está incluida en el Renacimiento quattrocentista mantiene fuertes vestigios de la pintura gótica internacional lo cual se evidencia en cierto esquematismo compositivo.

sábado, 22 de marzo de 2014

Luis de Morales. La Piedad

Cristo justificando su Pasión. 1570. Luis de Morales
Óleo sobre tabla. Medidas: 84cm x 131cm.
Museo del Prado. Madrid. España

María permaneció firme al pie de la Cruz, viendo morir al hijo de sus entrañas, pero viendo a Dios redimiendo a la entera humanidad.El dolor de la madre es pequeño en comparación con la zozobra creyente ante la Cruz; y María permaneció a pie firme, al pie de la Cruz y en la palabra de su Hijo. Una espada te atravesará el corazón, le había profetizado en el Templo Simeón, cuando presentó al Niño Jesús. Junto a María, con inmenso amor, acogemos los miembros exánimes de Jesús muerto por nosotros, y con inmenso amor nos unimos a María para que, permaneciendo al pie de la Cruz, recibamos el perdón de nuestros pecados.

Para ilustrar este texto, hemos escogido una tabla del Divino Morales, el célebre pintor manierista del siglo XVI. Una de las imágenes más características de Luis de Morales es la Dolorosa sosteniendo el cuerpo muerto de Jesús al pie de la Cruz; una iconografía esencial y efectista convertida en objeto de devoción que alcanzó gran éxito en la época. En este tríptico, procedente de algún oratorio privado, la tabla central aparece flanqueada por los bustos de María Magdalena y San Juan.

jueves, 15 de agosto de 2013

Juan Correa de Vivar. El Tránsito de la Virgen


El Tránsito de la Virgen.1546. Juan Correa de Vivar
 Óleo sobretabla. Medidas: 254cm x 147cm.
Museo del Prado. Madrid. España

La solemnidad de la Asunción celebra el misterio de la muerte de María y su ascensión al cielo en cuerpo y alma. En el Oriente cristiano, esta fiesta también ocupa en lugar central, pero se denomina la Dormición de la Virgen. En esencia se trata del mismo concepto: María, al morir, no habría experimentado la corrupción del sepulcro, sino que habría sido elevada directamente a la presencia de Dios.

La obra con la que hoy ilustramos esta solemnidad participa de esta segunda concepción: no sólo se recrea en la glorificación de María, sino que se detiene en el momento de su muerte, rodeada por los discípulos. Pertenece a Juan Correa de Vivar, discípulo de Juan de Borgoña, cuya influencia se aprecia en la monumentalidad de las figuras y la viveza del color. Procedente de la Iglesia del Tránsito de Toledo la obra sería encargada por don Íñigo de Ayala y Rojas, enterrado en la misma iglesia, quien aparece retratado en la parte baja, orando y con el hábito de la Orden de Calatrava. En la ventanas se reproducen los escudos de las familia Rojas y Ayala a la que pertenecía don Íñigo, confirmando su patrocinio.

Mientras María mira, agonizante, a lo alto, se distinguen entre los discípulos al joven Juan, con un libro en la mano, y a Pedro, revestido sacerdotalmente, que entrega a María una vela encendida. Al fondo, a través de una ventana, se ve a María, vestida de negro y con rostrillo blanco, siendo elevada a lo alto, mientras el Padre celestial corona la escena con la bola del mundo.

sábado, 8 de junio de 2013


Jesús niño en la puerta del templo, 1660. Obra de Claudio Coello
Óleo sobre lienzo. 168 x 122 cm. 
Museo del Prado, Madrid. España

El evangelio de hoy sábado (Lc 2, 41-51), uno de los más difíciles de interpretar y que está incrustado entre los vv. 40 y 52, relativos al desarrollo armonioso y a la "sabiduría" creciente del Niño. Es absolutamente razonable suponer que esas alusiones a la sabiduría de Jesús constituyen la clave de la inteligencia del relato. 

Vemos además como el evangelista señala a María "conservaba todas esas cosas en su corazón" (v.51). Esta expresión refleja en general, sobre todo en San Lucas, la actitud de quien presiente la realidad de un oráculo profético (Lc 1, 66; 2, 19, 51; Gén 37, 11; Dan 4, 28; 7, 28 (LXX); ap 22, 7-10). Ahora bien, el reproche que Jesús hace a sus padres: "¿No sabíais que tengo que estar...?" (v.49), es la expresión que formula habitualmente para remitir a su auditorio a las Escrituras a las que da cumplimiento, y más especialmente a los oráculos que dicen referencia a su muerte y a su resurrección (Lc 9, 22; 13, 33; 17, 25; 22, 37; 24, 7, y , sobre todo, 24, 27; 24, 44). Esto equivale a decir: "¿Es que no habéis leído eso en la Escrituras y no es, acaso, insoslayable el cumplimiento de esas Escrituras?" Así es como muchos detalles accesorios del relato adquieren un relieve extraordinario y convencen al lector de que la primera subida de Cristo a Jerusalén es el presagio de su subida pascual. En uno y otro caso se le busca a Jesús sin encontrarle (Lc 2, 44-45 y 24, 3, 23-24); y también en ambos casos se le encuentra al cabo de tres días (Lc 2, 46; cf. Lc 24, 7, 21, 46; Act 10, 40; Os 6, 2); en ambos casos es la voluntad del Padre la que anima y orienta la conducta de Jesús (Lc 2, 49; cf. Lc 22, 42); en ambos caso, finalmente, la escena se desarrolla en el curso de una fiesta de Pascua (Lc 2, 41; cf. Lc 22, 1). 

Al redactar este relato, unos cincuenta años después de este acontecimiento, Lucas sabe qué misión presagiaba este episodio, y su forma de escribir permite que el lector lo comprenda también: estos acontecimientos hay que leerlos a la luz de la muerte y de la resurrección del Señor.

La sabiduría de Cristo ha consistido, para Lucas, en comprender los designios del Padre sobre El y en anteponer su cumplimiento a toda otra consideración. Sus padres no tienen aún esa sabiduría; pero, al menos, respetan ya en su Hijo una vocación que trasciende el medio familiar. 

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.
Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.
A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
-«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.»
Él les contestó:
-«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón.